Jon Sistiaga (Irún, 1967) es un referente en el mundo del reporterismo. Ha viajado a lugares como Ruanda o Afganistán y ha tratado de contar lo que ocurría en polos calientes del planeta, a pesar de jugarse la vida, como cuando en 1999 fue detenido durante cinco días por grabar la llegada de un tren cargado de refugiados en la frontera entre Kosovo y la República de Macedonia del Norte junto al cámara de Telecinco Bernabé Domínguez.
O cuando relató el inicio de la guerra de Irak en 2003 y presenció la caída de Sadam Husein tras sobrevivir a un ataque de las fuerzas estadounidenses contra el hotel Palestina, donde se alojaban periodistas de todo el mundo, en el que asesinaron a su compañero cámara José Couso y a otro profesional ucraniano de la agencia Reuters, Taras Protsuyk.
Premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2023, Premio Reporteros sin Fronteras en 1999 y con dos Ondas en su haber, comenzó en la profesión antes de iniciar sus estudios en la Universidad del País Vasco, llevando cafés y haciendo los horóscopos en el periódico 'La voz de Euskadi'. Acaba de regresar a Cuatro con un nuevo programa, 'Otro enfoque', donde trata de hacernos reflexionar a través de reportajes en profundidad y entrevistas sosegadas en tiempos donde la inmediatez y las fake news tratan de fagocitar el sentido de una profesión, la del periodismo, que no puede desaparecer si no queremos perdernos en una maraña de mentiras.
-Ha regresado a televisión con ‘Otro enfoque’, un programa de reportajes y entrevistas en profundidad donde, como ya apunta el título, trata los temas de un modo distinto.
-Sí. ‘Otro enfoque’ pretende recuperar para televisión un periodismo que creo que se había perdido por las velocidades de consumo, por las necesidades de las audiencias, por la publicidad que interrumpe constantemente… Y sobre todo por la idea de aplicar una óptica diferente a temas candentes o importantes o que subyacen en la sociedad y a los que no se les presta la atención necesaria. No busco un titular rápido, sino que busco que el programa se pueda ver dentro de dos años y todavía tenga vigencia porque se está reflexionando sobre temas importantes.
Otro enfoque significa otra óptica, otra mirada, otras voces, otra forma de aproximarse a la historia y salirse de la velocidad de la actualidad y de las necesidades de darlo todo rápidamente. Es un periodismo que plantea las preguntas de manera tranquila y templada, aunque sean preguntas que no gusten o le parezcan incómodas al entrevistado, pero que planteadas sin mala leche y sin agresividad son necesarias de responder.
-En la promo del programa parece sentirse más cómodo en la calle que en el plató…
-Bueno, era un juego con Cuatro, ya que es una cadena en la que he estado ya, pues fui una de las caras fundadoras en 2005, y vuelvo a casa, pero no a un plató de televisión, sino que vuelvo para pisar calle y pisar barro.
-Parece que el periodismo vuelve a Cuatro precisamente, porque además del regreso de los informativos a esta cadena hemos visto cómo se recuperan formatos como ‘Callejeros’.
-Sí, creo que es una apuesta de Mediaset, que quiere cambiar la percepción que gran parte de la audiencia tiene de ella, tanto de Telecinco como de Cuatro, y para ello han recuperado formatos antiguos y exitosos, como ‘Callejeros’, el programa de Alejandra Andrade -que venía de ‘Callejeros’-, o los documentales que hacía yo al principio.
Esta apuesta por la información y por la actualidad, pero también por temas de profundidad y de largo alcance, que son los que a mí me gusta hacer, me ha estimulado para decir que sí y para volver a la cadena.
Sus inicios en la profesión
-Tras una sólida trayectoria, viajamos hasta sus orígenes, ¿cuándo supo que quería ser periodista y por qué eligió este oficio?
-Supe que quería dedicarme a esto cuando alguien me dijo que con mi curiosidad y mi fama de preguntón y de inconformista podía hacer Periodismo, así que antes de comenzar la carrera, cuando estaba en tercero de BUP, empecé en un periódico que se llamaba ‘La voz de Euskadi’, cuya redacción estaba en un polígono industrial en Lezo.
-¿Y cómo fueron sus inicios en una redacción?
-Pues fue muy curioso porque mi tío tenía el único restaurante del polígono, así que allí iban a comer todos los periodistas y también el director del periódico, al que le dijo que tenía un sobrino con ganas de dedicarse al oficio y le preguntó si podía pasar algún día por la redacción. ¡Y fue así como empecé, llevando los cafés, literalmente, del restaurante de mi tío a la redacción! (risas). Luego me pusieron a hacer los horóscopos del día siguiente y, un tiempo después, ya me empezaron a dejar hacer algunas cosas más.
-¿Quiénes eran entonces sus periodistas de cabecera?
-Una de las lecturas que me marcó entonces fue ‘La vuelta al mundo en 81 días’, un libro de Manu Leguineche que perdí tras numerosas mudanzas, pero que era una historia que me impresionó mucho porque había cogido un coche y había atravesado las minas en Irán, la frontera de Birmania, Vietnam del 68... Para mí fue uno de los despertares más alucinantes que tuve en torno al periodismo. Y bueno, también era de escuchar mucho la radio y de tener a Iñaki Gabilondo siempre de fondo.
-A día de hoy, ¿qué es lo que más le gusta de la profesión?
-Bueno, por el momento tengo la suerte de hacer lo que más me gusta dentro de la profesión, que es hacer documentales que ayuden a interpretar el mundo a través de historias sobre temas que a la gente le preocupan o en los que aún no se ha fijado pero que van a venir, y precisamente esas historias desconocidas son las más satisfactorias de poder contar.
-¿Y lo que menos?
-El periodismo de tertulia, es decir, lo que se conoce como 'infotainment' o infoentretenimiento, en el que los periodistas hacen de todólogos y hablan de todo. No me gusta cuando los periodistas se convierten en activistas siguiendo consignas de sus propios grupos editoriales que, a su vez, siguen consignas de determinados grupos políticos, generando un clima de polarización mediática sin el cual la polarización política no podría existir y que, a su vez, desemboca en una polarización emocional a nivel social.
-Y de todos los reportajes y entrevistas que ha hecho a lo largo de su carrera, ¿de cuál guarda mejor recuerdo?
-Hay tres que me dejaron ese poso de orgullo que sientes por el trabajo bien hecho y por la sensación de haber descubierto algo nuevo o por haber hecho algo satisfactorio a nivel personal.
Uno de ellos fue una entrevista, que es de lo más visto que tengo en YouTube, al mayor asesino en serie de niños, José Alfredo Garavito, responsable de 220 cadáveres de niños que se han encontrado, aunque supuestamente hay más a los que no aún no se les ha encontrado. Le entrevisté en la cárcel, en Colombia, y me sentí, de alguna manera, como en ‘El silencio de los corderos’, como si fuera Clarice Starling frente a un tipo como Hannibal Lecter que está constantemente retándote intelectualmente para que le des una hostia o termines matándole, como Brad Pitt en ‘Seven’.
Otra historia que me marcó fue cuando hice seguimiento a una persona partidaria del derecho a la eutanasia con la que contacté y que se puso en mis manos para contar su historia y su deseo de abandonar la vida. Sin yo saberlo, me permitió seguir los dos últimos meses de su vida antes de despedirse de manera ilegal, porque entonces aún no se había aprobado la ley en España. Fue un regalo periodístico que hice con mucho tacto, respeto y sensibilidad.
Y la tercera historia que destaco es el encuentro real que filmé con Maixabel Lasa, que invitó a comer a e Ibon Etxezarreta en la sociedad gastronómica del pueblo en el que asesinó a su marido. Tuve la fortuna de tenerles en directo y de ser testigo de esa conversación con la sensación de que se estaban generando puentes con palabras como ‘perdón’ o ‘condena’.
ETA y las nuevas amenazas a la profesión
-Ya que ha salido el tema de ETA, no podemos no hablar del terrorismo y del poso que ha dejado también entre los periodistas vascos. A pesar de que la banda terrorista comunicó su cese definitivo en 2011, sigue estando sobre la mesa en el debate político. ¿Cree que se trata de una etapa ya superada o que hay que superar?
-Creo que es una etapa que hay que superar y que ahora Euskadi está en esa fase de dulce amnesia colectiva donde todo el mundo quiere olvidar y pasar página. Por parte de los mayores y los que lo vivimos o lo sufrimos, porque vemos qué bien se vive ahora, por fin. Por los que participaron o lo provocaron porque es mejor que no se les interpele o pregunte a quién ayudaron a matar. Y los más jóvenes, pues porque entre unos y otros no nos hemos preocupado de enseñarles la historia del lugar en el que viven. Los programas educativos de la asignatura de Historia, me da igual en Algorta que en Errenteria, que en Algete o en Bollullos, se quedan justo antes de Franco cuando llegan al mes de junio. La historia reciente no se da simplemente porque cuando más nos atañe, más difícil es tener una opinión común.
ETA ha desaparecido hace ya casi 15 años y en este país no hay terrorismo. Nadie mata a nadie por lo que represente o por sus ideas políticas. Sin embargo, ETA es un fantasma que se sigue agitando periódicamente para mantener cierta tensión política y cierta polarización, pero desde mi experiencia, después de haber trabajado mucho en lugares que han sido atravesados por la violencia y el conflicto, como Colombia o Kosovo, Irak o Afganistán, si no construyes un relato plural, no digo común, porque nadie se va a poner de acuerdo en quién mató a quién, pero sí un relato con un sentido más o menos compartido, esas heridas seguirán sin cerrarse.
Todavía hay mucha gente en Euskadi que no ha dado explicaciones de qué es lo que hizo y por qué lo hizo, y que no va a responder a los familiares de las víctimas, que necesitan saber si su padre o su marido se dio cuenta de que lo iban a matar, si sufrió, si le miró a los ojos… Con esas respuestas muchas familias se darían ya por satisfechas y cerrarían su duelo y su dolor sin necesidad de que además alguien vaya a la cárcel y pague por ello. Algunas habrá que sí lo necesiten, pero gran parte de ellas están ya en otro lugar.
-Y bueno, hablando un poco del futuro de la profesión, ¿cuál cree que es la mayor amenaza para los periodistas: la inteligencia artificial, las normas SEO, las redes sociales o las precarias condiciones de trabajo?
-A ver, el periodismo está en la UVI, no sólo por todo esto que has dicho, sino sobre todo por la pérdida de la credibilidad. Desde el momento en el que la verdad se convierte en un contenido, los periodistas en generadores de contenido y nuestros lectores, espectadores u oyentes en usuarios, hemos dejado de lado nuestro único patrimonio, lo único que nos hacía confiables, que era la credibilidad y la búsqueda de la verdad.
El cambio de paradigma es evidente. Desde hace años seguimos trabajando en un mundo ficticio pensando eso de que somos el cuarto poder, pero esto hace tiempo que ha desaparecido. Los medios han dejado de ser los intermediarios entre los políticos y la ciudadanía y ahora los políticos disparan desde su Twitter o desde sus gabinetes de prensa, -la otra gran lacra de la democracia-, que generan las noticias y se las mandan a las redacciones para que nadie salga ni a comprobarlo.
Desde el momento en el que hemos dejado de hacer nuestro trabajo de ser inquisidores, de hacer las preguntas necesarias y de enfrentarnos al poder político o al poder económico hemos hecho dejación de nuestro propio oficio. Si no se recupera la credibilidad estamos condenados a desaparecer.
-Y en los tiempos de fake news que corren, ¿cómo podemos recuperar esa credibilidad que hemos perdido los periodistas?
-Está claro que la mentira corre mucho más que la verdad, entonces es una carrera perdida. No hay nada más desolador que desmentir una información que era falsa, porque el algoritmo en redes prioriza la sorpresa, la hipérbole, la exageración… Si luego esa información no se ha demostrado, o no hay caso y la Fiscalía retira los cargos, eso ya no lo lee nadie. Entonces esa batalla está perdida.
Lo único que podemos ganar otra vez, insisto, es el territorio de la credibilidad. Que llegue un punto de ebullición en el que la sociedad, harta de sentirse manipulada tan fácilmente, busque lugares refugio donde sepa que lo que se cuenta es cierto y está contrastado. Que puede ser interpretado desde determinada línea editorial, pero que no es un bulo, que no es una fake news.
Hay que enseñar a nuestros jóvenes que hay una serie de gente que ejerce este oficio y que, según la definición clásica del periodismo, intenta hablar de lo que le importa a la gente. Y es a estos a los que hay que seguir. Y en cambio tienen que bloquear o dejar de seguir a todos aquellos que les mientan. Nadie quiere pasar por mentiroso en su cuadrilla, ¿no? Bueno, pues estamos permitiendo que periodistas, colegas nuestros, ejerzan de mentirosos constantemente, así que esto es lo primero que hay que cambiar para recuperar la credibilidad de la profesión.