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En un mundo saturado de promesas fáciles y soluciones exprés para perder peso, la dieta disociada ha encontrado su hueco entre influencers, celebridades y páginas de estilo de vida saludable. Su premisa parece simple y seductora: no mezcles ciertos grupos de alimentos en una misma comida y tu cuerpo te lo agradecerá con una digestión más eficiente y una silueta más esbelta. Pero, como ocurre con muchas de estas modas nutricionales, lo que suena bien no siempre está bien fundamentado.

A primera vista, esta dieta podría parecer coherente. Se basa en la separación de los macronutrientes —principalmente hidratos de carbono, proteínas y grasas— durante las comidas. Según sus defensores, esta estrategia evitaría conflictos digestivos y permitiría al cuerpo trabajar con mayor eficacia, lo que supuestamente se traduce en una mejora metabólica y, como efecto colateral, en la pérdida de peso. Frutas y verduras, consideradas “neutras” por esta corriente, se permiten con cualquier grupo, y se insiste también en espaciar las ingestas para no saturar el sistema digestivo.

Sin respaldo científico

Pero la realidad fisiológica no se deja engañar tan fácilmente. El cuerpo humano ha evolucionado durante miles de años para procesar simultáneamente una gran variedad de nutrientes.

“Nuestro sistema digestivo produce enzimas especializadas que actúan sobre todos los macronutrientes al mismo tiempo. No hay ninguna necesidad —ni ventaja— en separarlos artificialmente”, señala la nutricionista Oihane Fuertes, del Hospital Quirónsalud Vitoria. En otras palabras, el organismo está perfectamente equipado para lidiar con una comida que combine arroz, pollo y aceite de oliva, por citar un ejemplo básico.

Entonces, ¿por qué algunas personas aseguran que pierden peso con este enfoque? La respuesta, según Fuertes, no está en la separación de alimentos, sino en la reducción calórica involuntaria que provoca. “Al limitar tanto las combinaciones posibles, muchos usuarios terminan comiendo menos simplemente porque se aburren o no encuentran opciones atractivas”, explica la especialista. “Esta disminución de calorías sí puede conducir a una pérdida de peso, pero a costa de una dieta poco variada, poco placentera y, en la mayoría de los casos, insostenible en el tiempo”, añade.

Una trampa disfrazada de lógica

El principal riesgo de este tipo de regímenes no reside solo en su ineficacia científica, sino en su impacto psicológico y conductual. “Las dietas que imponen reglas estrictas sobre qué alimentos se pueden mezclar acaban generando una relación rígida, e incluso ansiosa, con la comida”, advierte la nutricionista Fuertes. Esto puede derivar en una experiencia frustrante y en el abandono temprano del plan, dejando tras de sí la sensación de fracaso que tan a menudo acompaña a las dietas milagro.

Además, el modelo disociado no enseña a comer mejor, sino a evitar combinaciones que, en realidad, no representan ningún problema. “No promueve educación nutricional ni hábitos sostenibles. No ayuda a entender por qué comemos lo que comemos ni qué necesita nuestro cuerpo en función de la actividad, la edad o el estado de salud”, subraya Fuertes. Para quienes realmente desean perder peso o mejorar su bienestar, la solución pasa por una alimentación equilibrada, variada y supervisada por profesionales, no por seguir dogmas infundados.

Más allá de las modas

En el terreno de la nutrición, las modas cambian con rapidez, pero el cuerpo humano sigue siendo el mismo. Pretender que existen atajos universales para perder peso es tan ingenuo como peligroso. Lo realmente efectivo es adoptar hábitos sólidos, conocer las necesidades reales del organismo y apostar por la constancia y el acompañamiento profesional.

“Desconfiar de lo que viraliza en redes es el primer paso hacia un cambio real. La buena nutrición no es espectáculo, es salud y compromiso a largo plazo”, concluye Oihane Fuertes

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