La endometriosis es una de esas patologías que avanzan en silencio, oculta entre la rutina de los ciclos menstruales y la falta de información. Muchas veces se manifiesta con síntomas que se normalizan o se confunden con molestias habituales, lo que retrasa su diagnóstico y tratamiento. Esta condición, que afecta a millones de mujeres en el mundo, permanece invisibilizada, generando dolor físico y, por lo tanto, un impacto significativo en la calidad de vida.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca del 10% de las mujeres en edad reproductiva la padecen, lo que la convierte en un problema de salud global de gran magnitud. Sin embargo, a pesar de su alta prevalencia, sigue siendo una enfermedad poco diagnosticada y, en ocasiones, infravalorada tanto por la sociedad como por los propios profesionales sanitarios.
El dolor que no debería normalizarse
Esta enfermedad se produce por la presencia de tejido endometrial fuera del útero. "Ese tejido ectópico, puede implantarse en zonas diversas como los ovarios, el peritoneo, el intestino o la vejiga, pero también en lugares menos frecuentes como el diafragma o incluso los pulmones. Su presencia provoca inflamación, importante dolor menstrual, dolor crónico y ocasionalmente puede comprometer la función de algún órgano como el intestino o el riñón", explica la doctora Anita Scrivo, especialista en Ginecología del Hospital Quirónsalud Bizkaia.
Uno de los grandes obstáculos en el abordaje de la enfermedad es el retraso diagnóstico. Durante generaciones se ha transmitido la idea de que el dolor menstrual es algo normal, lo que ha llevado a muchas mujeres a convivir con el sufrimiento sin buscar ayuda o a recibir derivaciones incorrectas.
"Esa percepción hace que pasen años hasta que se obtiene un diagnóstico correcto", alerta la doctora Scrivo, quien insiste en la necesidad de consultar ante cualquier signo de alarma. Cuanto antes se detecta, antes se puede actuar para controlar la evolución de la enfermedad y aliviar sus efectos.
Síntomas invisibles, consecuencias reales
Los síntomas de la endometriosis varían de una mujer a otra, pero entre los más comunes destacan el dolor pélvico crónico, las menstruaciones incapacitantes, la fatiga constante, molestias al mantener relaciones sexuales o al acudir al baño e incluso problemas de infertilidad. La especialista recuerda que no todas las pacientes presentan dolor: en algunos casos, la enfermedad se descubre de forma inesperada durante estudios de fertilidad o tras complicaciones graves como la pérdida de función renal.
El impacto sobre la calidad de vida es profundo. El dolor constante condiciona las relaciones personales, la productividad laboral y la vida social. Muchas mujeres ven su día a día marcado por el cansancio y la frustración de no ser comprendidas. De ahí que se la conozca como la "enfermedad silenciada": porque duele, pero no siempre se ve.
Caminos de tratamiento y esperanza
En cuanto al tratamiento, la doctora Scrivo subraya que el enfoque debe ser siempre individualizado. Es imprescindible una exploración completa para decidir el tratamiento, que dependerá de factores como la edad, los síntomas, el deseo de ser madre, etc. Así, en algunos casos la solución puede ser farmacológica, y en otros puede ser necesario un tratamiento médico y/o quirúrgico. En los casos más complejos, la cirugía se convierte en la alternativa, aunque debe realizarse en centros especializados donde equipos multidisciplinares puedan intervenir, dada la dificultad técnica y los riesgos que conlleva.
Más allá de la intervención médica, los hábitos de vida se revelan como un aliado fundamental. Adoptar una alimentación antiinflamatoria, basada en productos naturales, junto con la práctica de ejercicio adaptado y técnicas para reducir el estrés, puede mejorar notablemente la calidad de vida de las pacientes. "Son medidas sencillas que ayudan a disminuir los síntomas y refuerzan el efecto de los tratamientos", apunta la especialista.
Un abordaje integral para una vida mejor
La endometriosis requiere no solo recursos médicos, sino también un cambio cultural: dejar de normalizar el dolor menstrual y reconocer que puede ser signo de una enfermedad seria.
La detección precoz, la atención en centros especializados y la integración de hábitos saludables abren la puerta a un futuro más llevadero para millones de mujeres. La ciencia avanza, pero también debe hacerlo la conciencia colectiva, porque el silencio nunca debería ser el precio de la salud.
