A principios de los años noventa las secciones de economía de los periódicos vascos eran un reguero de noticias relacionadas con Tubacex, una empresa en la que los sindicatos se empleaban a fondo en los años más duros. Por eso volver a ver a la firma tubera en las portadas de la prensa e incluso del teleberri me genera cierta nostalgia, como si algunos trataran de regresar a ese pasado en el que, sin internet, la opinión pública resultaba mucho más fácil de controlar.

El empresario y político Luis Olarra había creado Tubacex, que inicialmente se llamó Tubos Especiales Olarra, en 1964 para complementar la actividad de la acería que gestionaba y que todavía lleva su nombre, aunque ahora esté en manos italianas. Pese a que llegó a ser un auténtico rey del acero en Euskadi, el también fundador del partido Unión Foral y de varias confederaciones de empresarios, incluida la CEOE, pasó a la historia por su respuesta a la amenaza de ETA: anunció en televisión que había contratado a la mafia marsellesa para que liquidara a varios miembros de Batasuna si la banda atentaba contra su familia, sus trabajadores o él mismo.

 

Una empresa vasca que exporta el 95% de su producción y es líder mundial en su ámbito se ve sumida en una crisis global y trata de ajustar sus costes a sus ingresos



Tubacex era, por ello, una compañía marcada a la que los sindicatos radicales siempre tuvieron estrechamente vigilada. Se sumaba a ello el hecho de que la empresa, cuando las cosas iban bien, que significaba que el petróleo había subido de precio, ganara ingentes cantidades de dinero. Los sindicatos presionaban para que el botín se repartiera, lo que explica por qué sus sueldos figuran entre los más altos de cualquier empresa vasca. Si se dividen las nóminas y las cargas sociales entre sus trabajadores, sale una media de 65.000 euros anuales.

Sin embargo, cuando el precio del petróleo y el gas natural caen, como ha sucedido en los últimos tiempos, los beneficios de Tubacex se resienten. E incluso desaparecen y se transforman en pérdidas, como viene ocurriendo en los últimos dos años. Al reducirse los ingresos que genera un yacimiento de hidrocarburos, se explora menos y se explotan menos, por lo que la demanda de tubos especiales se desvanece.

Es conveniente hacer este recorrido histórico para explicar lo que está ocurriendo en este momento. Una empresa vasca que exporta el 95% de su producción y es líder mundial en su ámbito se ve sumida en una crisis global y trata de ajustar sus costes a sus ingresos. Despide aproximadamente al 15% de su plantilla en todas sus fábricas, salvo en las dos que mantiene en Alava, donde no consigue llegar a un acuerdo con los representantes de los trabajadores.

 

ELA y LAB, que son mayoritarios en el comité de empresa de Tubacex, han impuesto el "no pasarán"



Los sindicatos alegan que la compañía quiere aprovechar la coyuntura negativa para deshacerse de parte de la plantilla, para después contratar a personal más barato cuando la demanda de sus productos remonte. Reconoce así que los sueldos son altos. La empresa, por su parte, ha llegado a proponer una rebaja salarial de todos los trabajadores para evitar los despidos. Es una especie de socialización de las pérdidas, siguiendo las recomendaciones que ha hecho el propio Gobierno Vasco y que los sindicatos no han aceptado.

ELA y LAB, que son mayoritarios en el comité de empresa de Tubacex, han impuesto el "no pasarán". Sus piquetes, barricadas y enfrentamientos con la Ertzaintza incluidos, tratan de dejar clara su oposición a cualquier restructuración en las grandes empresas, especialmente vizcaínas, que también están pasando malos momentos. ITP y Gestamp son otros casos, aunque hay más en la lista de espera.

Sindicalistas rejuvenecidos a través de conflictos que les retrotraen a su juventud frente a directivos apretados por los grandes fondos que manejan su cotización bursátil. ¿Qué puede salir bien? Tubacex lleva años comprando empresas y poniendo en marcha fábricas en el exterior, un proceso que no va a hacer sino acelerarse como reacción a los piquetes. Sin olvidar que el anuncio de las medidas más duras (con el empleo) suele ir acompañado de subidas de la cotización en bolsa de la compañía. Despedir es positivo para sus accionistas.

 

Sindicalistas rejuvenecidos a través de conflictos que les retrotraen a su juventud frente a directivos apretados por los grandes fondos que manejan su cotización bursátil. ¿Qué puede salir bien?



Los sindicatos, en horas bajas, toman vitaminas con estos conflictos. Y de vez en cuando se producen accidentes, como fue el caso de La Naval, ya desaparecida. Entonces el discurso cambia y el culpable pasa a ser, por dejación de funciones, el gobierno, que debió haberla reflotado. Es un discurso en el que los responsables siempre son los demás y el trabajador es una víctima de un sistema que solo busca explotarle.

¡Pero ojo! El resultado final es una reducción del tejido productivo vasco. El empresario busca entornos en los que triunfe el pragmatismo que debe vencer en cualquier negociación, alejados por tanto de una Euskadi en la que una de las partes, cuando no las dos, gana más con el conflicto que con el acuerdo. Es cierto que la Administración vasca echa muchos cables a las empresas locales, pero a muchos nos sorprende que siga habiendo gente que invierta en medio de tanto lío.

Si las relaciones laborales no se normalizan en este país, el problema nos va a acabar sacando del mercado. Esa distancia que separa a directivos y a trabajadores, como si vivieran en mundos separados, ni es sana ni es prudente. Sin llegar al extremo de las cooperativas, todos tienen que asumir que el futuro de una empresa depende del conjunto de sus miembros y que las finanzas de la compañía son tan importantes para el accionista como para el asalariado que cobra a final de mes.