Erdogan, el presidente Turco, es uno de esos mandatarios que se esfuerzan por revivir la diplomacia de la guerra fría. Lo suyo es la provocación medida escrupulosamente para ser hiriente, pero sin llegar a las manos. Si a eso se le añade que es un machista del pelo del asaltacongresos felizmente separado del cargo, la deplorable escenita del sofá de hace unos días encaja perfectamente en el estilo chulesco de diplomacia de los que, por desgracia, no nos faltan ejemplos: Trump negando el saludo a Merkel, el descaro de Lavrov ante Borrell comparando a Navalny (sí, el torurado) con Pujol (sí, el del chalet en Waterloo), o ahora esta machichorrada de Erdogan con Ursula von der Lyen.

El problema es que el denominador común de todas estas manifestaciones de testosterona diplomática tienen el mismo objeto: la Unión Europea. Es cierto que la política de multilateralidad, marca de la casa de la diplomacia europea, entraña estos riesgos porque obliga a una relación “normalizada” con este tipo de personajes. Joe Biden llama asesino a Putin, pero no tiene ninguna intención de ir a visitarle al Kremlin, se lo dice desde Washington.

El problema es que el denominador común de todas estas manifestaciones de testosterona diplomática tienen el mismo objeto: la Unión Europea

Podemos, y debemos, sentirnos humillados como europeos por este tipo de desplantes. En el caso del sofá más porque se ofende deliberadamente a la Europa feminista (cuando al mando de la UE había dos hombres, hubo también visita a Turquía y tres sillas). No es casual que Turquía acabe de abandonar, con razones de lo más peregrinas, el acuerdo firmado precisamente en Estambul en 2011 para promover la protección de las mujeres respecto de la violencia machista. Lo hizo de madrugada, lo que dice todo sobre el respeto que a Erdogan le merece el parlamento turco.

Sin embargo, situaciones como esta creo que deben llevarnos a los europeos a pensar sobre todo acerca de nosotros mismos y cómo debemos organizarnos políticamente. La UE es rara, para qué engañarnos. No es república, nación, Estado, ni imperio; tampoco es una confederación porque se da la inaudita circunstancia de que al mismo tiempo que la UE, también los estados que la forman siguen siendo sujetos de derecho internacional. Igualmente inaudita es la organización de sus poderes. Quizá lo más europeo que tengamos sea la justicia, que ha ido creando un espacio jurisdiccional efectivo, especialmente desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (2009). Si algo ha caracterizado las democracias europeas desde 1945 ha sido la determinación directa de los parlamentos para la conformación del poder ejecutivo, del Gobierno. Eso, paradójicamente, no ocurre en la UE donde se da la no menos inaudita circunstancia de que la figura del senado no se usa para refinar el poder legislativo con una segunda cámara, igualmente electa por los ciudadanos, sino para colocarle al poder ejecutivo propiamente europeo (la Comisión) una especie de tutela (el Consejo) que ejercen los jefes de gobierno de cada estado de la UE.

La UE no es república, nación, Estado, ni imperio; tampoco es una confederación. Quizá lo más europeo que tengamos sea la justicia

En resumen, por si alguien se ha perdido, lo que no es de extrañar: tenemos una y veintisiete diplomacias, un poder legislativo que limitadamente controla al ejecutivo, un ejecutivo tutelado por una especie de senado formado por 27 poderes ejecutivos y un poder judicial que, en su esfera europea, funciona de manera razonable pero que no forma planta con los otros 27 sistemas de poderes e instituciones judiciales, lo que puede dar lugar, por ejemplo, a la intervención de un Tribunal Constitucional (como ha hecho el alemán) que determine a todo el ámbito europeo. Un galimatías.

¿A quién sentó entonces el machista Erdogan en el sofá? En primer lugar, a una mujer y por el hecho de serlo, pero también a la jefa del Gobierno de la UE. ¿A quién reservó la dichosa silla? A un hombre, y por el hecho de serlo en primer lugar, pero también al presidente de esa especie de senado tutor que la UE mantiene sobre su propio gobierno. Charles Michel nunca debería haberse sentado en esa silla sin que colocaran otra más o, llegado el caso, debería haber mandado a hacer gárgaras a Erdogan (ya volvería, y con tres sillas).

Charles Michel nunca debería haberse sentado en esa silla sin que colocaran otra más o, llegado el caso, debería haber mandado a hacer gárgaras a Erdogan

Pero ya que nos pusieron en el sofá, aprovechemos no solo para decir qué machista es Erdogan, sino para reflexionar también sobre nosotros, los europeos. Con setecientos mil millones de deuda común, un escenario internacional especialmente hostil a la UE, un ex-socio dispuesto al pirateo indisimulado y una pandemia que podría ser el aperitivo de situaciones peores, no podemos seguir funcionando con ese puzzle institucional que tanto nos debilita (y tan caro nos sale, por cierto). El gobierno de Europa debería ser el de Von der Leyen, sin tutelas, la diplomacia europea debería ser una, el Tribunal de Justicia la auténtica jurisdicción de cierre de toda la Unión y el parlamento europeo tener los poderes de control del ejecutivo propios de cualquier parlamento. Si el sofá nos sirve para darnos cuenta de que Europa tiene que ir hacia la federación efectiva, seguiremos mirando con desprecio al machista pero habremos avanzado algo.