Mira que le da oportunidad Jordi Évole de corregir, por si era un resbalón. ¿En la playa? ¿El día que ETA iba a matar a un concejal el líder de la izquierda abertzale estaba en la playa? Pues sí, estaba en la playa con su familia, tan ricamente mientras un pistolero de ETA ponía de rodillas a Miguel Ángel Blanco y le asesinaba por la espalda. Estaba en la playa mientras la organización terrorista con la que su partido se estaba pasando el chicle asesinaba a su contrincante político, al de Otegi. “Es que yo no sabía que lo iban a matar ese día, joder”, es todo lo que acierta a decir en descargo de su actitud canalla.
Ese era el Otegi de 2016, como lo era el del 13 de julio de 1997, cuando ETA asesinó al concejal de Ermua. Incapaz de decir que estuvo mal, que reprueba la violencia terrorista y la conducta que la promueve, es decir, sin intención alguna de condenar públicamente el hecho de que asesinaran a su contrincante político por una única razón: porque lo era, porque era concejal de un partido político que defendía (y defiende) postulados políticos distintos de los de Otegi.
Estaba en la playa mientras la organización terrorista con la que su partido se estaba pasando el chicle asesinaba a su contrincante político, al de Otegi. “Es que yo no sabía que lo iban a matar ese día, joder”, es todo lo que acierta a decir en descargo de su actitud canalla
Desde los años de la entrevista de Évole hemos oído no solo a los interesados, sino también a una izquierda aún más interesada decir que Otegi y los suyos habían cambiado, que ya no era lo mismo, que su compromiso con el uso exclusivo de las herramientas políticas de la democracia era claro. Es lo que Pablo Iglesias llama el “recorrido ético” de HB a EH Bildu. ¿Cómo se llamaron a sí mismos? ¿Artesanos de la paz?
Además de una horterada, es de suponerse que esa denominación o el recorrido ético al que se refería el ex líder de Podemos, había de incluir, cuando menos, un posicionamiento claro de condena de cualquier ataque, pasado o presente, contra los contrincantes políticos de Otegi. Es el mínimo desde el que poder empezar a practicar la política democrática. Sin ese suelo esencial todo lo demás se desvanece en palabrería. Es por ello muy importante comprobarlo.
La condena de la violencia política pasada ejercida por ETA o por grupos afines, como Jarrai, contra los contrincantes políticos de la sedicente izquierda abertzale nunca se ha producido. Todo lo contrario. Hace nada se las ponían como a Fernando VII a la portavoz de Bildu en el Parlamento vasco, con una pregunta que parecía de encargo. Respuesta: cada cual tiene su relato.
Para Maddalen Iriarte tanto vale el relato que ETA producía tras cada asesinato para decir que estaba bien matar como el relato que dice que estuvo mal matar a esas personas, a todas. En Bildu se sigue sosteniendo a día de hoy el valor tanto de un relato que justifica el ataque a sus contrincantes políticos, incluso su muerte, junto al relato que los repudia, como si pudieran equilibrarse mutuamente. Por eso el Memorial de Víctimas recién inaugurado les ha caído como una patada. Lo que nos hará falta al final será un Memorial de la Infamia.
Para Maddalen Iriarte tanto vale el relato que ETA producía tras cada asesinato para decir que estaba bien matar como el relato que dice que estuvo mal matar a esas personas, a todas
Pero quizá sea más grave, y consecuencia directa de lo anterior, que Bildu se niegue a condenar la violencia política que se practica actualmente. Hace un par de años fue un estudiante del campus de Álava y hace unos días un militante del Partido Popular. Ambos recibieron palizas por parte de matones de la izquierda abertzale. Han sido varios también los ataques a sedes de partidos contrincantes políticos de Bildu. El motivo era expulsar del espacio público a todo disidente ideológico, hacer limpieza. La calle es nuestra, debían decir mientras les arreaban. Pero no solo la calle, también el campus, el Casco Medieval o cualquier espacio público del que se encaprichen los consentidos de Bildu.
Como titula este periódico, una actitud que nos retrotrae diez años. O quizá es que nunca se salió de ahí, que Bildu lo que demuestra no es un recorrido ético sino una continuidad con un criterio moral que le impide condenar que unos matones den una paliza a sus contrincantes políticos. La palabra condena, es decir, la reprobación de esa conducta, es precisamente lo que ha impedido que Bildu demostrara su desconexión con Herri Batasuna. No lo digo yo, sino Bildu en el Parlamento: para ellos la palabra “condena” es impronunciable, es “hacerles pasar por el aro”.
El motivo era expulsar del espacio público a todo disidente ideológico, hacer limpieza. La calle es nuestra, debían decir mientras les arreaban
Lo que está demostrando Bildu estos días es que, aparte de la cosmética, no han logrado desprenderse de la genética que compartió HB con ETA y en la que está inscrita la idea del contrincante político como enemigo al que está moralmente justificado agredir o matar. Será la suya vana palabrería, democracia decorativa, mientras no acepten que al contrincante político no se le pega ni se le mata (ni se le pegaba ni se le mataba), que ello aniquila la posibilidad de la política democrática. Por ello vuelven a estar solos en el lado contrario de la libertad y de la democracia. Y Otegi, de nuevo, en la playa.