Me pregunto qué se contarán los jóvenes cuando se reencuentren en las aulas después del que prometía ser el verano de su vida. Tras año y medio de confinamiento, restricciones y límites a los que no están muy acostumbrados, por cierto, llegaban al periodo estival como aquel que ha pasado una larga temporada al frío de Siberia y se planta de repente en una paradisíaca playa del Caribe. Salir, disfrutar del sol, saltar las olas, dormir, pasar horas y horas ante la pantalla tejiendo planes con amigos, compartir cuchicheos, ligar y, sobre todo, vivir la noche con esa intensidad que se vive cuando acabas de salir de la adolescencia y te sientes el rey o la reina del mambo.
Nada fuera de lo normal si no fuese porque sin saber por dónde venían los tiros, las botellas mejor dicho, nos hemos encontrado con un verano plagado de no fiestas ilegales, botellones, raves a escondidas y reacciones violentas ante la policía que no esperábamos. Nuestros jóvenes por su parte se han encontrado con un ocio bruto, sin respeto a las normas, violento y lo verdaderamente doloroso, un ocio sin consecuencias, impune. Más que encontrarse ese tipo de ocio, lo han buscado y lo han protagonizado.
No, no debemos generalizar porque es cierto que tenemos una juventud con ganas de prosperar, de crear su proyecto de vida y de trabajar su talento pero no es menos cierto que nos ha sorprendido el nutridísimo grupo de chicos y chicas que se han sumado a la no fiesta desatada. Les hemos escuchado decir que después de año y medio de encierros y restricciones se merecían un verano desenfrenado pero creo que el desenfreno se les ha ido de las manos. Y no hemos sabido pararlo.
Nuestros jóvenes se han encontrado con un ocio bruto, sin respeto a las normas, violento y lo verdaderamente doloroso, un ocio sin consecuencias, impune
Es cierto que no ha sido Euskadi la única comunidad que se ha visto inundada de botellones ilegales y en la que se han producido ataques a la policía. Prácticamente en todos los rincones de España, sobre todo en las zonas más turísticas, la juventud ha tomado los parques, las plazas y las playas a golpe de kalimotxo, pero es cierto que por estos lares somos especialmente sensibles a los enfrentamientos entre cuerpos de seguridad y protagonistas de concentraciones ilegales. Por desgracia tenemos mucha experiencia, tanto quienes hemos visto esas algaradas desde la barrera como quienes han estado dentro intentando frenarlas.
He leído a lo largo de este verano algunos titulares de prensa que mezclaban churras con merinas. “Kale borroka en los botellones”, escribían algunos. Y no. Lo de estos meses nada tenía que ver con aquello. Intentar politizar el vandalismo es confundir las cosas. Los ataques a la policía cuando llegaban a disolver un botellón tienen más que ver con la falta de respeto, de valores y de educación que con la ideología.
Les hemos escuchado decir que después de año y medio de encierros y restricciones se merecían un verano desenfrenado pero creo que el desenfreno se les ha ido de las manos
Dicen que la falta de perspectivas laborales, no tener contratos dignos o sentir que su futuro es difuso son algunas de las causas que han motivado los enfrentamientos brutales que hemos visto en estos meses. Sin embargo, la rabia o la desazón no pueden ocultar esa falta de respeto a la autoridad que ha quedado manifiesta. El respeto, la responsabilidad, el esfuerzo o el sacrificio son valores que se inculcan en la familia a través de la educación pero tristemente, no son cualidades que coticen al alza sino más bien lo contrario, no están de moda. Es una pena porque estas aptitudes bien enseñadas son un tesoro en el desarrollo vital de una persona. Necesitamos límites.
Los jóvenes que participan en esos enfrentamientos, en los que se han producido incluso saqueos, regresan a su casa después de una noche de juerga con la adrenalina tan disparada como si se hubieran subido al Dragon Khan de Port Aventura. Situarse delante de la policía, retar o insultar provoca al parecer un subidón fuera de lo común y si además sabes que no va a haber respuesta a tus desprecios, miel sobre hojuelas.
Pero ¿cómo vuelven a su casa los policías que han soportado esos insultos y vejaciones, esa falta de autoridad y de respeto? Pues dolidos, cómo van a volver. Sienten que no pueden desarrollar su labor ni ejercer la fuerza que tienen encomendada porque las acusaciones de abuso o brutalidad policial pueden llegar en cualquier momento. Algunos han manifestado sentir miedo ante la agresividad de unos jóvenes que se sienten impunes. Además, la manifiesta falta de efectivos provoca que se permitan situaciones descontroladas.
La rabia o la desazón no pueden ocultar esa falta de respeto a la autoridad que ha quedado manifiesta
Tenemos ante nosotros un coctel explosivo. Por una parte algunos jóvenes que sienten que hagan lo que hagan nadie va a frenarles y por otra unos policías que acuden a los enfrentamientos con las manos atadas. Así, la responsabilidad de lo acontecido durante el verano está repartida: las familias no han logrado inculcar valores ni enseñar ciudadanía a sus vástagos y las autoridades transmiten la sensación de que hay miedo a ser señalados como abusadores y opresores si su policía hace su trabajo. A ver quién le pone el cascabel al gato.
Mientras, chicos y chicas que ahora vuelven a las aulas recordaran el verano 2021 como aquel en el que fueron impunes.