Aun el ajedrecista más novato sabe que comer la pieza que tiene más a mano no significa un avance. Por el contrario, un peón que come un alfil puede dejar al descubierto su dama. El ajedrez, que es un juego de estrategia, demuestra que los movimientos más fáciles no son, necesariamente, los más exitosos. Sin embargo, las decisiones políticas que se nos está aplicando, y particularmente las que más afectan a la economía, parecen desconocer esa regla básica.

Como ejemplo, vayamos a algunas de las últimas medidas presuntamente destinadas a mejorar el acceso de los ciudadanos a servicios básicos. Ahí está el caso de la regulación del precio de los alquileres en zonas con alto coste de la vivienda. En efecto, España tiene un reducido parque de viviendas en alquiler que conduce a que los precios de los alquileres en áreas en las que hay una gran concentración humana alcancen precios muy altos y difíciles de asumir con las rentas medias de los trabajadores españoles.

La pieza más fácil de cobrar en ese tablero de ajedrez es el propietario de las viviendas a quien por medio de una Ley de Vivienda se le puede limitar el beneficio que obtiene por las rentas de sus inmuebles estableciendo un tope a los precios de sus alquileres. Con esa sencillez el peón se comió al alfil.

 

La pieza más fácil de cobrar en ese tablero de ajedrez es el propietario de las viviendas a quien por medio de una Ley de Vivienda se le puede limitar el beneficio que obtiene

 

La partida continúa. Si en España no hay un parque de vivienda que satisfaga la demanda es porque hay trabas legales y burocráticas que limitan la rentabilidad del negocio del alquiler haciéndolo antieconómico o poco rentable. Los inversores no destinan su dinero a poner casas en alquiler porque da poco dinero, aunque, sin duda es cierto, los precios nos parezcan caros.

No es casualidad, sino consecuencia, que los lugares en los que la vivienda de alquiler sea más cara coincida con los lugares en los que la vivienda en propiedad es más cara. El propietario quiere obtener una rentabilidad por su alquiler y lo pone a un precio que resarza la inversión que ha tenido que hacer por la vivienda o en su caso, por lo que se priva de obtener por su venta. Si se limita la renta se conduce a que se reduzca la rentabilidad, con lo que la consecuencia de haber comido ese alfil llamado arrendador es que dudará de la oportunidad de poner esa vivienda en propiedad o, en su caso, la pondrá en venta, con lo que los alquileres serán más difíciles de conseguir.

 

No es casualidad, sino consecuencia, que los lugares en los que la vivienda de alquiler sea más cara coincida con los lugares en los que la vivienda en propiedad es más cara

 

Si desea seguir arrendándolo lo podrá hacer reduciendo el dinero que destina a sus mejoras y actualización o, como puede llegar a suceder, cobrando una parte del alquiler por vías desconocidas para Hacienda. Con lo cual, habrá un parque de viviendas más pequeño, peor conservado y más opaco al control fiscal. La jugada oportunista en el ajedrez de la vivienda ha conducido a efectos indeseados.

Lo mismo sucede con la decisión de minorar la rentabilidad de las empresas eléctricas. Aquí, el ajedrecista se arma con un Decreto Ley que se incauta de los beneficios de las empresas del sector eléctrico para distribuirlos entre los consumidores de electricidad, entre los propios clientes. El resultado inmediato parece muy satisfactorio, ha caído la odiada torre enemiga que nos gira molestas facturas mensuales, cada vez más caras e incomprensibles. Pero la partida no acaba aquí.

Las empresas eléctricas españolas no incrementaron su valor bursátil en los últimos doce meses. Se han mantenido estables aun cuando parecía que se estaban forrando. Ninguno de los avariciosos brokers había advertido que esas empresas se estaban lucrando y que era una acción digna de compra, bien por la revalorización de las compañías bien por el presumible aumento de los dividendos.

 

En el ajedrez y en la economía se repiten las mismas claves, con la diferencia de que en la economía nunca acaba la partida, ni siquiera aunque mates al Rey

 

Si esa medida se lleva a efecto, cosa sobre la que el Gobierno socialista está expresando ahora dudas, la consecuencia será que las compañías valdrán menos y su rentabilidad será menor, por lo que a cualquiera se le ocurren dos alternativas inmediatas. Una es la de dejar de invertir en redes y en generación para mantener la rentabilidad del propietario. Mala solución por cuanto que nuestro sistema eléctrico quedaría anticuado, con menos capacidad para realizar la transición ecológica a las renovables o para modernizar las redes de suministro. Si no quiere dejar de invertir ni perder valor, lo que le queda es subir aún más el precio a aquellos clientes que han quedado al margen de la solución que el Gobierno jugó en su partida de ajedrez, la industria, que en un tercer movimiento tendrá que encarecer sus productos para compensar los costes energéticos.

En ambos casos, el Gobierno ha ido directamente a reducir la rentabilidad de las inversiones en vivienda o en energía. La consecuencia no puede ser otra que una reducción de la inversión en esas áreas y un envejecimiento de sus infraestructuras, además de un ulterior encarecimiento de esos bienes, que serán más escasos. Si se baja la rentabilidad de una inversión se invierte menos en ella, natural. Consecuencias: obsolescencia, inflación o una combinación de ambas.

En el ajedrez y en la economía se repiten las mismas claves, con la diferencia de que en la economía nunca acaba la partida, ni siquiera aunque mates al Rey.