Mi madre sufrió brotes psicóticos. En uno de esos brotes acudió a urgencias y acabó ingresada en la planta de psiquiatría del hospital, sufría dolores, dolores imaginarios, pero tan perceptibles como si fueran físicos. Cuando nos llamaron y fuimos a verla, nos la encontramos completamente drogada, de un golpe le habían quitado el dolor, pero también sentimos que le habían borrado del mapa.
En aquel entonces, el shock inicial y nuestro desconocimiento nos hizo asumir el tratamiento que le habían puesto y no cuestionarnos mucho más. De alguna manera, desde hacía tiempo sabíamos que había algo en ella que no iba bien, sus cambios de humor repentino y alguno de sus comentarios nos hacía sospechar que no estaba bien, pero lo cierto es que salvo acompañarla y quererla no la ayudamos con lo que más necesitaba, ayuda profesional. Supongo que era nuestra coartada para no asumir que lo que le pasaba era que sufría una enfermedad mental.
La imagen que daba mi madre producía rechazo, porque de alguna manera la gente no sabía como reaccionar ante ella, la ignorancia provocaba miedo y distancia, justo lo que ella menos necesitaba
Tras el ingreso, tardó mucho en volver a ser la misma. El coctel molotov de antipsicóticos que le habían recetado, la cambiaron por completo. Aunque aparentemente era autónoma, le costaba responder a algunos estímulos, la medicación le cambió el rostro y le produjo un temblor constante en la boca que contribuyó a aislarla más de lo que ya estaba, porque no solo necesitamos superar el tabú de las enfermedades mentales, también tenemos que trabajarnos la empatía con los enfermos. La imagen que daba mi madre producía rechazo, porque de alguna manera la gente no sabía como reaccionar ante ella, la ignorancia provocaba miedo y distancia, justo lo que ella menos necesitaba.
Acudimos a médicos de atención primaria y nos dijeron que tomaba la medicación que necesitaba y que reducirla era peligroso. En ninguna de las visitas hubo una conversación sosegada ni tiempo para profundizar en lo que pasaba, más allá de la lectura del informe de ingreso en urgencias (no culpo a la sanidad pública, la salud mental no era una prioridad y por aquel entonces, hace más de doce años, hacían lo que podían con los recursos que tenían). Era un proceso lento y había que tener paciencia.
Pero llegó un día en el que la paciencia ya no valía, la impotencia de verla así nos hizo tirar de lo que nosotras teníamos y que mucha gente no tiene, contactos. Hablamos con amigas, amigos que nos recomendaron gente, hasta que cayó en nuestras manos el teléfono de un psiquiatra que nos llevó de la mano al mundo de las enfermedades mentales: “no, vuestra madre no tiene por qué estar así. Los brotes psicóticos no se controlan solo con medicación, hace falta conocer a la paciente, hablar con ella, saber de donde vienen y para eso hace falta tiempo y consultas periódicas”.
Cada día se suicidan 11 personas en España, un país donde todavía no hay ningún plan o estrategia estatal para la prevención de esta epidemia invisible
A partir de entonces, mi madre acudió al psiquiatra cada 15 días. Cada consulta nos costaba 75€, que pagamos porque podíamos permitírnoslo y porque sentíamos que no había mejor inversión que ayudarle a volver a sonreír. Mi madre enfermó gravemente de cáncer cuando las secuelas del brote psicótico ya casi habían desaparecido y volvía a ser ella, cuando por fin encontró a alguien con quién poder hablar de lo que le pasaba y cuando sus hijas entendimos lo que le sucedía. La vergüenza había desaparecido y quedaba la dignidad de una mujer que sufrió en silencio y en soledad.
Cada día se suicidan 11 personas en España, un país donde todavía no hay ningún plan o estrategia estatal para la prevención de esta epidemia invisible. El sufrimiento y el estigma no ayudan a acompañarles, la falta de recursos públicos no ayudan a curarles. Hay hechos terribles que funcionan como propulsores de políticas públicas. Hay ventanas de oportunidad (policy windows) que no podemos desaprovechar, tenemos los datos, tenemos el diagnóstico (mejorable), hay que fijar objetivos, priorizar acciones, destinar recursos y evaluar medidas. Si no hay salud sin salud mental, ¿a qué esperamos a tener los recursos que las personas enfermas necesitan?