Parece fácil pero no lo es tanto. Hacer las cosas bien solo requiere, en muchas ocasiones, una buena dosis de querer hacerlo y sin embargo no lo conseguimos por pereza, por desidia o, lo que es peor, porque hay cosas importantes que nos importan un rábano.
Desde que entró en vigor el pasaporte covid hemos visto cómo se ha incrementado el número de personas vacunadas. Si quienes no lo habían hecho hasta ahora tienen que elegir entre defender que las farmacéuticas son unas sinvergüenzas, que la definición de pandemia se ha amoldado a la actual situación para inocularnos miedo y que la vacuna contiene un microchip que va a controlar todos nuestros movimientos o quedarse fuera de los locales de hostelería eligen vacunarse y poder así tener el preciado salvoconducto de vacunación. La verdad es que me da igual cuál sea la motivación para pasar por la jeringuilla, el caso es que lo hagan.
El problema comienza cuando esos no vacunados detectan que en algunos locales el pasaporte covid se pide, sí, pero no se acompaña de la solicitud de un documento que acredite que la persona que lo porta y la propietaria del pase son la misma. De nada sirve que alguien escanee mi código QR, que en su móvil aparezca que soy Begoña Beristain y que después no se asegure de que somos la misma persona. La picaresca es uno de nuestros mayores fuerte y no son pocas las personas que han pedido “prestado” un pasaporte covid para acceder a un local.
No, prestárselo para que intente colarse sin haberse vacunado previamente no es un gesto de amistad y colegueo sino todo lo contrario. Solo sirve para que el virus sigua campando a sus anchas y que la pandemia no tenga fin.
La picaresca es uno de nuestros mayores fuerte y no son pocas las personas que han pedido “prestado” un pasaporte covid para acceder a un local
Esa condición de infinita complica y mucho las cosas. Escuchaba hace unos días a la burukide del PNV, María Eugenia Arrizabalaga, defender que Osakidetza no está saturada. Tal afirmación choca con la que lanzaban desde el Sindicato de Enfermería de Euskadi, SATSE, asegurando que “la atención primaria ya no puede más” y que se encuentra sobrepasada al tener que abordar la nueva ola de infecciones por coronavirus sin el necesario refuerzo de personal. Colisionan también las declaraciones de Arrizabalaga con las propias directrices dictadas por la consejera Sagardui; las consultas no urgentes se aplazan, incluso las de seguimiento a pacientes con enfermedades crónicas, se reduce el número de analíticas y se pide que no se llame a los ambulatorios para consultar sobre las citas. Todo esto en lo teórico. En lo práctico, intentar conseguir una consulta no ya presencial sino telefónica con tu médico/a de cabecera puede costarte diez veces más que antes de la pandemia. Así que todo indica que el sistema anda saturadillo y que tenemos que evitar, en la medida de lo posible, dar más trabajo que el estrictamente necesario. Por cierto, incluso las pruebas para detectar el coronavirus están provocando largas colas a las puertas de algunos hospitales.
Los sindicatos estiman que unos cuatro mil profesionales han vuelto a la bolsa de trabajo y solo retornarán a labores sanitarias en periodos vacacionales. Como si el virus actuase solo en esos momentos
A todo esto hay que sumar que gran parte de los seis mil profesionales sanitarios adicionales que reforzaron diversas áreas del sistema vasco de salud han desaparecido. Formaron parte del servicio de atención al paciente en los vacunódromos, de las unidades hospitalarias, de los call center de atención telefónica, del servicio de celadores que controlaban el acceso de los y las pacientes a los centros para evitar que entrasen personas con fiebre y de los equipos de rastreadores. Los sindicatos estiman que unos cuatro mil profesionales han vuelto a la bolsa de trabajo y solo retornarán a labores sanitarias en periodos vacacionales. Como si el virus actuase solo en esos momentos.
Total, que tenemos locales pidiendo el pasaporte covid a medias, atención primaria congestionada, pruebas médicas suspendidas y las variantes del covid multiplicándose mientras mandamos a casa al personal sanitario que tanta falta nos hace. No me extraña que desde el Consejo Internacional de Personal de Enfermería prevea una reducción del personal de enfermería del 50% a nivel mundial. Están agotados física y mentalmente, no se sienten reconocidos y no se valora suficientemente la labor de una profesión que, según datos oficiales, ha perdido a consecuencia del covid a 115.000 efectivos. No han abandonado, no, han fallecido.
Desde el Consejo Internacional de Personal de Enfermería prevén una reducción del personal de enfermería del 50% a nivel mundial. Están agotados física y mentalmente, no se sienten reconocidos y no se valora suficientemente la labor de una profesión
Es momento de invertir todo lo que sea necesario en sanidad, en una sanidad pública lo suficientemente robusta como para afrontar una pandemia que los expertos auguran que volverá a producirse. Sin una sanidad universal y gratuita el sistema se tambalea. Quienes pueden costearse seguros médicos privados seguirán marcando unas tremendas diferencias con aquellas personas que no pueden pagar mes a mes unos servicios que en España se ofrecen a todas las personas y que son una de nuestras mejores fortalezas.
Hagamos las cosas bien y no las fiemos a la suerte. Tenemos los bolsillos llenos de décimos de lotería con el sorteo del 22 de diciembre en el punto de mira. Volveremos a repetir ese mantra de “mientras haya salud” cuando nuestro boleto no sea agraciado. Ojalá no dependamos del azar para costearnos los tratamientos médicos que precisemos.