Así podría llamarse una de las obras maestras del barroco político español. Es de notar cómo en los últimos tiempos está siendo Cataluña el semillero donde florece una y otra vez esta veta tan hispana de la política que consiste en el exagerado trampantojo y en la artificiosa exageración. ¿Recuerdan aquella imagen de una madona en triunfo, gozosa por el anuncio del inefable Puigdemont de la proclamación de independencia, que se tornó en segundos en una dolorosa transida de pena por el inmediato suspenso de la misma? No hay seguramente imagen más barroca en la política reciente de España (que, a estos efectos, vale decir de Europa). De ahí en adelante todo ha sido, es y será barroco en el prusés, incluso su nombre. 

Es una política pensada para el espectáculo, no para la reflexión, y, por ello, tiene que ser persistente como el rayo que no cesa o, en términos más vulgares, una plasta. Ese horror al vacío hay que rellenarlo cotidianamente con lo que sea, lo que más a mano se ponga, valiendo tanto una pitada al rey como una frase tuitera del diputado que mejor domina los discursos de ciento cuarenta caracteres. No digamos ya una sentencia judicial, eso es toda una invitación a la danza. 

 

 

Es una política pensada para el espectáculo, no para la reflexión, y, por ello, tiene que ser persistente como el rayo que no cesa o, en términos más vulgares, una plasta

 

La que pronunció en noviembre el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña disponiendo que la Generalitat asegurara un 25% de enseñanza en castellano puso en bandeja el despliegue de toda la paleta barroca del prusés. Uno de los logros más notables del nacionalismo ha sido convertir un instrumento de comunicación en un emblema ideológico y así, como por arte de birlibirloque, aquí estamos todos discutiendo de nuevo sobre el envoltorio y no sobre el contenido. A nadie más que a los padres recurrentes le ha preocupado en todo este numerito la educación de ese y otros niños de Cataluña sino solamente en qué idioma la reciben. La carta que hicieron pública los padres del muchacho bajo el título de Stand up for your Rights es de tal sensatez y coherencia que dan ganas de abrazarlos como a la única boya segura en medio de esta tempestad en la que solamente saben marear los muy barrocos.

Pero no nos engañemos por tanto trampantojo: el barroco político ni es un rasgo ineluctable del “carácter nacional” ni tiene la más mínima gracia; es una pesadez y, sobre todo, es el medio ideal para la expresión del autoritarismo. Centrados exclusivamente en la forma, los adalides del prusés no conciben que algo tan racional y de sentido común como el cumplimiento de la ley vaya con ellos. Cómo va a afectar una cosa tan mundana como la ley o las sentencias judiciales a lo que por definición está muy por encima de todo, a ese super omnia que es símbolo sagrado del poble de Catalunya. Ante él debe ceder la ley, la justicia y el niño de Canet con su familia. 

 

La carta que hicieron pública los padres del muchacho bajo el título de Stand up for your Rights es de tal sensatez y coherencia que dan ganas de abrazarlos como a la única boya segura en medio de esta tempestad en la que solamente saben marear los muy barrocos

 

Y ahí tienen al conseller de educación de la Generalitat a las puertas del cole llamando a la cruzada por la lengua y a la presidenta del parlamento catalán pidiendo un 155 para las escuelas que osen cumplir una sentencia judicial. Laura Borràs es, dicho sea  de paso, una mujer ya fajada en la pugna con el acoso judicial del pérfido Estado español que le tiene abierta una causa por algo tan honroso como maicear a los allegados al prusés ¿Y el niño y su educación? Para el barroco prusesista lo segundo es lo de menos, demasiado racional para ser siquiera tenido en cuenta. El niño, por su parte, desde que se hizo pública la sentencia, dejó de serlo para convertirse en un sacrificio. Y ahí tienen a los prusesistas en las redes sociales  insultando a su familia, ofreciendo todo tipo de datos y facilidades para su hostigamiento y llamando al aislamiento de la criatura que parece de Belcebú.

Uno de los efectos más perniciosos del barroco catalán es que sobreexcita al barroco españolista, que hace filigranas idénticas con colores diferentes; otros plastas. Estos han optado por tomar el sacrificio como el anuncio inapelable de que estamos ante el niño mártir de Canet. Ahí tienen al portavoz de Ciudadanos en el parlamento catalán viendo con toda claridad Ermua en Canet, a Pablo Casado describiendo a toda prisa los múltiples martirios que sufren todos los infantes de Cataluña que hablan en español (¡no les dejan ir al baño!), o a un portavoz de Vox en el Congreso diciendo que los del prusés, con el beneplácito del gobierno, por supuesto, quieren cazar al niño, es de suponer que a saetazos, como requieren los buenos mártires. 

 

Estos han optado por tomar el sacrificio como el anuncio inapelable de que estamos ante el niño mártir de Canet

 

El problema es que detrás de tanta exageración y de tanta voluta retorcida están unas personas, sus derechos y los de toda la sociedad a tener la seguridad de que nadie se puede poner la ley o la sentencias de los tribunales por montera. Es lo que tan sensata como inútilmente vienen a afirmar los padres de este pobre muchacho en la carta que antes refería al pedir que nadie les use como piedra arrojadiza: nos gusta vivir en un Estado de Derecho, eso es todo.