Entre los superricos y los superpobres, la clase media abarca aproximadamente a la mitad de la población mundial, según la estimación del proyecto de Desarrollo Futuro dirigido por el economista Homi Kharas del Banco Mundial y la Institución Brookins. La definición de Kharas, tal y como explican Josep M. Colomer y Ashley L. Beale, en su libro, ‘Democracia y Globalización. Ira, miedo y esperanza’,  abarca a las personas con una amplia gama de gastos diarios entre 11 y 110 dólares, generalmente con empleos de cuello blanco, que pueden permitirse, en diferentes lugares con diferentes costos de vida, no solo cubrir alimentos, ropa y vivienda, sino también un automóvil familiar, electrodomésticos, educación superior y tiempo libre. 

Pero, no solamente, dentro de esta clase media, hay un grupo de trabajadores con ingresos y salario decrecientes, empleados de “cuello azul”, trabajadores y trabajadoras de sectores manuales cuyos empleos están siendo reemplazos por otros que exigen habilidades superiores, como en el de sectores de la bioquímica, farmacéutica, semiconductores o las telecomunicaciones. Trabajadores y trabajadoras que encadenan trabajos temporales, poco cualificados en sectores que han caracterizado el mercado laboral español: turismo y construcción.

 

Para que las sociedades recuperen dinamismo hacen falta la conjunción de muchas cosas, pero la apuesta y el dinamismo político son indispensables

 

En un proceso de aceleración de la transformación del empleo, asistimos a una polarización del mercado de trabajo. Cómo alertábamos en el informe ‘Nueva Agenda Política’, desde la irrupción de la crisis de 2008, se ha producido un proceso de polarización de la estructura social por el empeoramiento de los grupos más pobres y/o excluidos. Esta situación no resuelta se está viendo agudizada como consecuencias del cambio tecnológico y la globalización, que ha producido un mercado laboral polarizado con la emergencia de dos tipos de ocupaciones: unas de alta cualificación, movilidad, posibilidad de teletrabajar, buenas ocupaciones y buenos salarios; y otra relacionada con empleos que necesitan presencia y con alta precariedad y malas condiciones laborales (empleos muy feminizados). 

Esta polarización del mercado de trabajo, también está generando una nueva geografía social: el empleo y la riqueza se van concentrando cada vez más en las grandes ciudades anticipando un posible riesgo, la percepción de que las regiones desindustrializadas, las zonas rurales, los pueblos pequeños y medianos son cada vez menos dinámicos (tal y como observó el geógrafo Christophe Guilluy en su obra ‘No society’), fomentando así la percepción de que hay una España donde nunca pasa nada, como tan bien describe Sergio Cabello en su libro del mismo nombre.

 

En un proceso de aceleración de la transformación del empleo, asistimos a una polarización del mercado de trabajo

 

Para que las sociedades recuperen dinamismo hacen falta la conjunción de muchas cosas, pero la apuesta y el dinamismo político son indispensables: un acción política que apueste por los sectores económicos en proyección (la industria, la tecnología y la economía verde), que son los que harán posible la expansión económica, y un sistema de políticas sociales que garantice el bienestar y la igualdad  de oportunidades de las capas de la población que corre el riesgo de quedarse en los márgenes. No es algo nuevo, en Euskadi y en España ya se hizo, lo explican Olga Cantó y Luis Ayala en su reciente informe ‘Radiografía de medio siglo de desigualdad en España’, fue en los años 80’ cuando un importante aumento de gasto social, amplio la clase media y proyectó los efectos de una década de gran expansión económica. Si nos preocupa la inestabilidad social que puede provocar la degradación de la clase media, a veces, en el pasado encontramos las respuestas.