Recuerdo que cuando mis hijas eran más pequeñas y reclamaban mi atención constante, cuando los días no se acababan nunca y la rutina era agotadora, una amiga sin hijos me decía que si ella hubiese tenido hijos habría renunciado más de un día a cuidarlos. Yo le respondía que sí, que hay días que no tienes ganas, que quieres renunciar a la obligación de cuidar, que alguien las cuide (no siempre hay un familiar a mano que esté disponible). Pero, la mera existencia de un persona que depende de ti, contiene un deber para las madres y los padres, un deber irreplicable y evidente. Esa pequeña persona está ahí porque alguien lo decidió, ese alguien eres tú y eso supone la responsabilidad de cuidar. Y sabes que hasta en los días que no puedes más, hay que cuidar y acompañar.

 

La mera existencia de un persona que depende de ti, contiene un deber para las madres y los padres, un deber irreplicable y evidente

 

Decía Carol Gilligan, quién con sus estudios marcó un antes y un después en la reflexión sobre la ‘ética de los cuidados’, que el peso asumido por las mujeres en la labor de los cuidados respondía (y responde) a un contexto patriarcal, donde la responsabilidad del cuidado es una ética femenina. Para cambiar esta asunción (y percepción), en un contexto democrático como el que vivimos, el cuidado debe entenderse desde una ética humana que no distingue de géneros. Es una cuestión de responsabilidad compartida, no un asunto para el que las mujeres están mejor capacitadas.

Cuidar consiste en acompañar, atender, ayudar a las personas que lo necesitan, pero es al mismo tiempo una manera de hacer las cosas, una manera de actuar y relacionarnos con los demás. El cuidado implica afecto, empatía, respeto hacia la persona que hay que cuidar; también significa renuncia y sacrificio sin recibir remuneración a cambio. 

 

Para cambiar esta asunción (y percepción), en un contexto democrático como el que vivimos, el cuidado debe entenderse desde una ética humana que no distingue de géneros

 

Uno de los rasgos más comentados durante los años de pandemia ha sido la conciencia de la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano. Fue en ese tiempo en el que dejamos de vernos como seres autónomos, racionales y capaces de dominar cualquier fenómeno adverso, para pasar a vernos como seres interdependientes y relacionales, empáticos con los semejantes. 

Es ahora, en la situación de guerra en la que nos encontramos, cuando tomamos nuevamente consciencia de los valores del cuidado, y nos mostramos atentos a los requerimientos del planeta que estamos deteriorando. Observamos preocupados nuestra dependencia y vulnerabilidad extrema de terceros países porque no hemos sido capaces de anticipar un cambio que hacia tiempo que llamaba a nuestra puerta.  Si cuidar significa una manera de actuar y relacionarnos con los demás, la situación actual nos requiere un cambio rápido en la manera de producir y consumir, que debe hacerse atendiendo a los más vulnerables que se pueden quedar atrás. Ya lo decía Kant en su ética del deber, “Actúa de tal manera que trates a la humanidad siempre como un fin y nunca únicamente como un medio” y podemos hacerlo, puesto que debemos hacerlo. Ahora ya sabemos que no hay excusas.