Volver a casa no siempre es tan bonito como parece. Con la llegada del verano son muchas las familias llegadas a España desde otros países que cruzan el estrecho, o distancias mucho más largas, para abrazar de nuevo a sus madres, sus hijas, sus padres, sus amigos, etc. Sin embargo las mujeres, algunas, vuelven con el corazón en un puño y con mucho miedo; saben que al llegar a su tierra les espera una mutilación genital, en el caso de las niñas, o un matrimonio forzoso con un hombre al que no han visto nunca y al que desearían no conocer. Lo cierto es que también estas últimas suelen ser niñas o como mucho, adolescentes.
Arooj y Aneesa, dos jóvenes pakistanís de 21 y 24 años residentes de Terrassa, fueron asesinadas al volver a su país. Las dos querían divorciarse de los primos con quienes habían sido forzadas a casarse hace un año. Fueron estranguladas y después recibieron un disparo mortal como remate. Lo hicieron miembros de su propia familia en lo que consideran un “crimen de honor”. Las dos mujeres debían soportar no solo a unos maridos con los que les obligaron a casarse hace un año sino que debían aguantar su maltrato sin rechistar.
Hay familias que aprovechan estos viajes veraniegos para ejercer sobre sus mujeres más jóvenes esta forma de violencia machista que es el matrimonio forzado, una relación en la que, generalmente la mujer, no otorga su pleno y libre consentimiento. La presión familiar, psicológica y física se encargan de que esa unión se lleve a cabo.
Desde 2015 se han detectado en España 27 matrimonios forzados siendo Cataluña y el País Vasco las comunidades en las que se han detectado más casos
Eso sí, en nuestro propio país también se dan esos matrimonios forzosos a pesar de que el Código Penal establece penas de prisión y fuertes multas para quienes fuercen esos casamientos. Desde 2015 se han detectado en España 27 matrimonios forzados siendo Cataluña y el País Vasco las comunidades en las que se han detectado más casos. Senegal, Pakistán, Nigeria, Marruecos y Rumanía son los lugares de procedencia de quienes mayoritariamente fuerzan las uniones.
Pero no solo los matrimonios forzosos son los que atemorizan a las mujeres que vuelven a casa para visitar a sus familias. La mutilación genital es otra de las formas de violencia que espera a niñas que viajan con sus familias a sus lugares de origen, especialmente el África Subsaharina, Oriente Medio y Asia. Esa práctica es considerada delito de lesiones en España desde 2003 pero se sigue practicando de manera encubierta. Remiten a la tradición cultural positiva como causa de esta agresión brutal hacia las mujeres y la ciencia ya ha evidenciado que no hay ni un solo beneficio para la salud. Lo que sí les provoca son problemas urinarios, disfunciones sexuales, trastornos psicológicos y depresión, es decir, perjudica y afecta a su calidad de vida. En el peor de los casos puede suponer la muerte de esas niñas.
En España han ganado la calle y con la vuelta a casa corren el riesgo de perderla. No podemos abandonar a su suerte a esas mujeres
Por suerte cada vez son más padres y madres de estas niñas que tan tomado conciencia de lo que supone la mutilación genital, especialmente aquellas mujeres que también fueron sometidas a esta tortura por parte de sus familias. Cuando viajan a sus lugares de origen se ven sometidas a una fuerte presión para que cumplan con la tradición pero han creado una resistencia apoyada por instancias internacionales que trabajan de forma incansable para erradicar una práctica brutal.
Una vez más somos las mujeres las que tememos. En este caso temen aquellas que ven la vuelta a casa para disfrutar del veraneo como un riesgo cierto para su salud emocional y física. Matrimonios forzosos, países en los que los derechos de los que disfrutan entre nosotras ni están ni se les esperan, agresiones físicas o mutilación genital son algunos de los riesgos a los que se enfrentan. En España han ganado la calle y con la vuelta a casa corren el riesgo de perderla. No podemos abandonar a su suerte a esas mujeres. Es nuestra obligación ayudarlas y socorrerlas cuando nos cuentan sus miedos. No vale con la empatía, aquí hace falta compasión e ir un paso más allá para terminar efectivamente con ese riesgo cierto de perder la salud e incluso la vida.