Llevan tiempo de moda esas camisetas con lemas que van desde la reivindicación social hasta la política pasando por la social y la medioambiental. Ésta última es en la que quiero detenerme hoy, tras un verano plagado de fenómenos meteorológicos adversos. Sí, empezamos a ser conscientes de que la adversidad no llega siempre en forma de lluvias y huracanes sino que nos ataca con olas de calor tanto terrestres como marinas. De las dos hemos tenido en unos meses que han desatado todas las alarmas. ¿Olas de calor en primavera? ¿Mediterráneo a 29º? ¿Sequía en zonas lluviosas? Sí a todo.
Volviendo a las camisetas, me he parado especialmente en esas que tanta gente, y tan heterogénea, luce con el lema “porque no hay Planeta B”. Efectivamente no lo hay, como tampoco lo hubo en las otras cinco grandes extinciones que la tierra ha padecido a lo largo de su existencia. Pase lo que pase, el planeta va a permanecer y quienes tenemos más boletos para abandonarlo somos la especie humana y las animales, que por cierto ya llevan tiempo abandonándonos. No solo hay que hablar hoy de desforestación sino que la defaunación es un hecho cierto. Anualmente se pierden entre 11.000 y 58.000 especies. Esto me lo decía la directora del Instituto Geológico y Minero de España, Ana María Alonso Zarza. “La tierra sobrevivirá pero nuestro mundo no”. Así de clara y contundente. Asegura que no necesitamos un Planeta B sino cuidar el que tenemos.
Nos hemos convencido de que las presiones de los grupos de poder y la inercia social frenan cualquier posibilidad de trabajar por frenar la catástrofe que ya tenemos encima
Vivimos además en el tiempo de las contradicciones. No queremos que se extraigan minerales fósiles pero tampoco queremos prescindir de los teléfonos móviles, no queremos que la industria textil siga siendo la más contaminante pero nos gusta cambiar de pantalones vaqueros cada temporada aunque sepamos que en su fabricación se han empleado 7.500 litros de ese bien tan preciado y escaso que es el agua. Queremos reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera pero compramos vuelos baratos a troche y moche, sabemos que la producción de carne es altamente contaminante pero no renunciamos a su consumo masivo y como, además, queremos un precio barato impulsamos las macrogranjas. Suma y sigue.
Entre los muchos retos que tenemos por delante hay uno prioritario: lograr que las personas jóvenes se conviertan en agentes de cambio
Hasta ahora la sensación ciudadana ha sido la de “no hacemos nada” por variar el curso de esta historia. Nos hemos convencido de que las presiones de los grupos de poder y la inercia social frenan cualquier posibilidad de trabajar por frenar la catástrofe que ya tenemos encima. No nos olvidemos tampoco de eso que se ha dado en llamar “hipocresía organizada”, es decir, no actuar de acuerdo con los ideales que se defienden. Tiene esto mucho que ver con las contradicciones que citábamos antes. Puede que tengamos que ver llegar la leche a España desde China porque en nuestro país no hay agua para dar de beber a las vacas o saber que la mítica cerveza Coronita deja de producirse en México por la misma razón para que actuemos en consonancia con lo que propugnamos.
Entre los muchos retos que tenemos por delante hay uno prioritario: lograr que las personas jóvenes se conviertan en agentes de cambio. No hay prácticamente negacionistas en sus filas pero les cuesta superar la barrera entre lo que desean y lo que deben hacer. Solo acercándonos a su terreno, a sus redes, a sus canales y a sus foros podremos conseguir que hagan una reflexión profunda sobre sus hábitos. No basta con culpar de la situación a sus mayores sino que deben pasar a la acción. Deben huir de afirmaciones no contrastadas, de fakes news que debiliten el mensaje y de todo aquello no respaldado por la comunidad científica. Solo así podrán quedarse en un maltrecho planeta que tendrán que regenerar.
La sociedad está harta de mensajes catastrofistas y quiere un periodismo de soluciones. Tenemos que mirar hacia dentro de las redacciones y analizar cómo contamos este drama de la emergencia climática
Sin embargo no conviene ser alarmistas ya que éste es el principal enemigo de la comunicación ambiental. La sociedad está harta de mensajes catastrofistas y quiere un periodismo de soluciones. Tenemos que mirar hacia dentro de las redacciones y analizar cómo contamos este drama de la emergencia climática. Dejemos que sean los y las expertas quienes nos expliquen la situación, quienes pongan los términos correctos, quienes capten la atención de la audiencia con mensajes positivos. No provoquemos una ecofatiga que aleje a la ciudadanía de lo verdaderamente importante, es decir, poner nuestras acciones al servicio del planeta y no a la inversa.
No nos quedemos en la crisis de la energía, en el frío, en la ausencia de gas. Quedémonos con los pactos verdes, las industrias sostenibles, las pequeñas acciones contrastadas que promueven el cambio y con el trabajo que nos ayudará a ser más activos frente a la emergencia. No hay planeta b, no. De momento solo tenemos uno y es el que debemos proteger.