Cuando un experimento político comienza como un sainete y termina como un sainete, es que era un sainete. Puede ser aún peor y significar que, en realidad, había sido concebido como un sainete. Creo que, a la vista del último cuadro representado en el Palau de la Generalitat de Catalunya, esta conclusión es la más acertada y ajustada a la realidad. Los principales guionistas del 'susedido' catalán, que diría un bilbaíno, nunca tuvieron la intención seria de conducir un proceso hacia la creación de un nuevo Estado independiente. La palabra con la que envolvieron todo el guión fue siempre 'procés', que no tiene nada que ver un proceso, es decir, con una sucesión de actos que conducen a un fin determinado. Al contrario, casi sería lo contrario, un moverse hacia atrás, un contraproceso, además, por supuesto, de una tomadura de pelo.
Un referéndum que se mudó en consulta no' referendària'; otro que no pasó de un guirigay buscado deliberadamente; un 'conducātor' que en vez de proclamar la independencia la suspende; un 'poble de Catalunya' (es decir, quienes estaban ante el Palau el 10 de octubre de 2017 y quienes habían participado en la pantomima del día 1 de ese mismo mes) que se quedó como novia de rancho, vestido y alborotado. El contraprocés iba con viento en popa, como estaba previsto, perfectamente dirigido hacia ninguna parte.
El sainete en su primera parte terminó con el gran líder poniendo tierra de por medio al grito de “pasad vosotros que a mí me da la risa”, y vaya que si pasaron, hasta el fondo. Él, muy complacido de su astucia, se instaló en el humilde barrio de Waterloo, desde donde percibe un diezmo de los salarios funcionariales de la Generalitat que voluntariamente, por supuesto, le ceden los sufridos catalanes. Telón.
Se abre de nuevo el telón. Hay nuevos y viejos conocidos del público que espera que, tras el sainete, vayamos ya a un teatro político serio, pero se va a quedar con las ganas. Más sainetero no podía empezar el nuevo espectáculo con un personaje principal traído de otra especialidad, el circo. Quim Torra borda el papel desde un principio, y casi solo desde un principio, pues no tiene mucho recorrido. Ni como astracanada ha valido. Telón, telón.
De nuevo arriba el telón y, vaya, parece que hay alguien más serio al mando. Anda como cojeando, como si no tuviera estabilidad. Y es que no la tiene y debe ir apoyado en una señora enorme que no hace más que proclamar su inocencia, pero como parece que muy inocente no es, el que va cojeando tiene que dar un golpe en la mesa y decir basta. Lo malo es que lo repite una y otra vez, como si en cada una de esas, finalmente, estuviéramos ante el final de este disparate. Pero no lo estamos, ahí siguen interpretando una y otra vez agónicos finales y resurrecciones imposibles. Bostezamos todos y pedimos telón, pero ni caso.
El contexto parece que no importa, lo que realmente cuenta es seguir representando esta comedieta y, por supuesto, seguir cobrando por ello
El sainete catalán no termina por un motivo muy simple: porque no tenía guión. Ni Artur Mas, ni Puigdemont, ni, por supuesto, otros líderes catalanes de menos monta tenían la menor idea de hacia dónde estaban orientando el barco. Lo de la independencia era como decir El Dorado o la Isla de las Maravillas, un lugar imaginario que, como el horizonte, se aleja a medida que te acercas. En esa encrucijada de haber llevado la nave a ninguna parte y estar mirando a los cuatro vientos sin saber qué más hacer, se encuentra hoy el 'president' Aragonès. De un lado, los promotores del sainete le piden seguir improvisando finales caóticos; de otro, no tiene enfrente a un gobierno que le ignore y, como mucho, le diga de entrada que no a todo sino a otro que le dice, precisamente, 'parlem', lo que resulta más desconcertante porque también se cuida mucho de decir de qué 'parlem'.
En esas es que ha tenido la ocurrencia de decir ah!, pues como en Canadá, sin pensarlo dos veces, sin preguntar primero qué pasó en Canadá, cuáles fueron las circunstancias y qué decisiones constitucionales se derivaron para Quebec. En realidad es que da igual. Lo mismo podría haber dicho ah!, como en Gibraltar o como en Groenlandia porque el contexto parece que no importa, lo que realmente cuenta es seguir representando esta comedieta y, por supuesto, seguir cobrando por ello. No sería la primera vez que una mala comedia se queda sin público antes de terminar. Cruzo los dedos para que así sea, por el bien de Cataluña.