Estrenamos el mes de noviembre con una nueva cumbre mundial sobre cambio climático, la COP 27 de Egipto. Lamentablemente, un año después de Glasgow no podemos decir que la situación haya mejorado mucho. Si en algo están de acuerdo la mayoría de los analistas y expertos es que la situación ha empeorado, de hecho durante 2021 las emisiones de gases efecto invernadero volvieron a alcanzar niveles sin precedentes hasta la fecha. No es de extrañar que el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, haya abierto el encuentro de Shram el Sheikh afirmando que “nos acercamos al infierno climático con el pie en el acelerador”. El Acuerdo de París pretendía limitar a un máximo de 1,5 grados el calentamiento global pero ya casi nadie confía en esa cifra y se empieza a hablar del peligro que supondría rebasarla.
Mientras esto sucede a orillas del Mar Rojo, nuestra economía, nuestro modo de vida, nuestros hábitos siguen dando la espalda y haciendo oídos sordos a esta cruda realidad. Se encarcelan científicos por denunciar la inoperancia de la clase política, se llenan foros económicos reclamando un mayor uso de los combustibles fósiles, incluso solicitando recuperar proyectos de extracción de gas, y se cuestionan proyectos de movilidad sostenible por los supuestos atascos que producen. Nos importa más abaratar nuestro suministro de energía, aunque sea a costa de incrementar las emisiones, que los 9 millones de muertes anuales que provocan esas emisiones en todo el planeta.
Creo que alguna vez les he confesado que soy optimista por naturaleza pero en esta cuestión cada vez se me hace más difícil mantener una cierta esperanza de que se produzca un verdadero cambio. Creo que, aunque la sostenibilidad cada vez va teniendo un mayor peso específico en el sector económico, todavía no está en el lugar donde debiera, es decir, en el centro de cualquier iniciativa o proyecto. La transición hacia una economía circular se está haciendo de una manera muy lenta y no tenemos tiempo que perder. Lo estamos viendo con nuestros propios ojos, los últimos 8 años han sido los más cálidos de la historia y los efectos son evidentes, especialmente en nuestro continente, cuya temperatura aumenta más del doble del promedio mundial.
Nuestras ciudades siguen teniendo también una excesiva dependencia del coche y este problema no se soluciona precisamente proponiendo nuevas circunvalaciones, como demandan algunos en Vitoria-Gasteiz
Todavía seguimos sin ser conscientes de lo que supone y va a suponer este “infierno climático” en nuestra vida cotidiana. Si lo fuéramos, el cambio climático sería nuestra mayor preocupación, como ya lo es en las nuevas generaciones. Una reciente encuesta realizada entre más de 4.500 jóvenes vascos así lo demuestra. En Euskadi uno de los grandes retos sobre el que tenemos que actuar es el de la movilidad y el transporte, que es el sector más contaminante. Resulta increíble que a punto de alcanzar 2023 sigamos sin una red de alta capacidad ferroviaria que conecte las 3 capitales vascas, y al paso que vamos llegaremos a 2030 sin la Y vasca inaugurada. Miles de desplazamientos diarios realizados en vehículos privados, en su mayor parte ocupados por una sola persona. Nuestras ciudades siguen teniendo también una excesiva dependencia del coche y este problema no se soluciona precisamente proponiendo nuevas circunvalaciones, como demandan algunos en Vitoria-Gasteiz. También es un enorme reto el impulso definitivo a las energías sostenibles en nuestro territorio, llevamos décadas casi paralizados y por fin parece que empieza a haber un cambio de tendencia con partidos que se replantean posiciones un poco trasnochadas.
En cualquier caso, nuestra sociedad necesita un giro de 180 grados para, al menos, intentar mitigar, que no revertir, los efectos devastadores del cambio climático. Miremos las propuestas de los presupuestos vascos y del Estado para 2023, ¿creen que es suficiente el dinero que se dedica a incrementar la sostenibilidad? En mi opinión, distan mucho de ser unas cuentas que atiendan a esta emergencia climática. Los expertos mundiales calculan que se deberían invertir hasta 340.000 millones de euros anuales hasta 2030 para frenar el calentamiento global.
No hay vuelta atrás, los combustibles fósiles deben desaparecer de nuestra vida. ¿Qué hacemos cada uno de nosotros para conseguir que esto sea una realidad?
Puede parecer una misión imposible, pero creo sinceramente que no lo es y la clave está en activar cambios en todos los sectores para reducir las emisiones. Cambios que, a su vez, provocan innumerables oportunidades para generar nuevos negocios y proyectos. Cambios que se pueden dar desde los ciudadanos hasta las microempresas, pymes o grandes empresas. Un ejemplo muy claro lo constituyen las más de 500 empresas que forman parte de la Comunidad del Pacto de Verde de Vitoria-Gasteiz, que celebran su décimo aniversario impulsando iniciativas para construir una economía más circular.
Que los árboles no nos impidan ver el bosque, nuestro gran reto es detener el calentamiento global. No nos hagamos más trampas al solitario, no busquemos más excusas en la situación geopolítica o en la crisis energética. No hay vuelta atrás, los combustibles fósiles deben desaparecer de nuestra vida. ¿Qué hacemos cada uno de nosotros para conseguir que esto sea una realidad?