En 1946 el arquitecto judío alemán Siegfried Kracauer escribió un texto que hoy nos importuna de modo inquietante. “De Caligari a Hitler” es un ensayo sobre el cine que se realizó en Alemania durante la República de Weimar.
La Gran Guerra había terminado por fin, tras cuatro años de matanzas. Se proclamó entonces la República de Weimar en noviembre de 1918, de manera improvisada. Dos meses después, en enero de 1919, se produjo el asesinato de los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht a manos de los Freikorps (formaciones antidemocráticas en las que los socialdemócratas confiaron, en lugar de crear un ejército popular).
En 1920 las películas alemanas lograron romper el boicot declarado por los aliados. La película 'El gabinete del Doctor Caligari' pudo verse en París, New York y Londres. La cinta - protagonizada por Conrad Veidt y dirigida por Robert Wienne – fue un film catalogado como “expresionista”. El expresionismo se presentó como un movimiento contra la objetividad. Propuso una visión subjetiva del artista. La pintura expresionista escapaba de la búsqueda de la belleza. Estos artistas no buscaban un arte que imitara la realidad, como los impresionistas. Una serie de monstruos aparecieron entonces en las películas.
El Homunculus, Caligari, Nosferatu y el Doctor Mabuse, son sus máximos exponentes. Esos monstruos tienen algo de “super hombre” que nos fascina y nos evade de nuestras penurias. Kracauer entendió que el posible motivo del éxito del filme de Robert Wienne se debía a que el expresionismo combinaba “la negación de las tradiciones burguesas con la fe en las fuerzas del hombre para modelar libremente la sociedad y la naturaleza”.
El expresionismo parecía ser, según Kracauer, “la traducción adecuada de la fantasía de un demente en términos visuales”. Otros críticos contemporáneos pensaban que este movimiento pretendía expresar las creaciones de cerebros enfermos por medio de esas películas. A Kracauer le interesa especialmente analizar los procesos psicológicos que padecieron los alemanes tras la paz de Versailles, donde los aliados impusieron durísimas condiciones a los alemanes. La tiranía pudo ser, pues, una respuesta convincente para muchos. La necesidad de un amo que pusiera fin a ese agravio fue aumentando. Kracauer viene a decir que, cuando tuvieron que elegir entre el caos o la tiranía, los alemanes eligieron la tiranía.
Caligari es una premonición muy específica en cuanto usa su poder hipnótico para imponer su voluntad a su instrumento, técnica precursora, en contenido y propósito, al manejo del alma que Hitler sería el primero en practicar a gran escala. (Kracauer, 73: 1946)
Con la aparición del cine sonoro en 1928 las vanguardias comienzan su declive. Finalmente, los nazis toman el poder en 1933, con la aquiescencia de Hindenburg. Los vanguardistas alemanes huyen a Francia o a EEUU. En la URSS Stalin entiende que la revolución ya se ha conquistado y que no hay que seguir revolucionando al pueblo a través del arte. El “hombre de acero” quería que los cineastas relataran hechos heroicos, con un realismo que tenía más que ver con Griffith que con Einsenstein o Vertov, a los que degradó.
Estamos ante la tiranía de la inmediatez, la agresividad de las redes sociales, la precariedad laboral, la crisis de la democracia liberal y la inflación de la nada, consecuencia de solemnizar obviedades sin parar
Hay en la época que analiza Kracauer algo que tiene que ver con el momento actual. Una atmósfera nos paraliza mientras los monstruos dan golpes de Estado. Estamos ante la tiranía de la inmediatez, la agresividad de las redes sociales, la precariedad laboral, la crisis de la democracia liberal y la inflación de la nada, consecuencia de solemnizar obviedades sin parar. Ahora que el contrato social se ha roto, los monstruos de la ficción pueden tomar el poder. Precisamente por eso nuestros principios racionales y nuestros valores democráticos deben prevalecer sobre las pulsiones mortíferas que nos acechan.
El virus populista se mantiene con virulencia en parte de la derecha y en parte de la izquierda. Apenas escuchamos discursos públicos a favor del pluralismo político. La espectacularización del debate político convierte al adversario en un enemigo sobre el que verter todo lo negativo. Se trata de un sistema binario donde no hay matices. Los nuevos mesías irrumpen en los medios con la promesa de acabar con todos los males que nos asolan. El problema es que esos mesías no solucionan nuestros problemas y se convierten en caudillos. Cuando el populismo entra en la habitación, la razón sale por la ventana.