Lookiero es, con permiso de Satlantis, la startup más valiosa que actualmente hay en Euskadi. Presente en casi diez países, emplea a varios centenares de personas y su facturación prácticamente se duplica cada doce meses. Pese a que las administraciones británicas han tratado varias veces de llevársela, por el empecinamiento de su fundador, Oier Urrutia, mantiene a la mayor parte de su plantilla en Bilbao.

Todos estos avales no han impedido que el sindicato ELA se fije en ella para abrir un nuevo frente de su particular batalla contra los empresarios vascos. Con el argumento de que la compañía debería tener un convenio propio, estos días ha pedido a todos los trabajadores que se declaren en huelga durante tres jornadas.

Algo parecido ocurre en los almacenes vizcaínos de Amazon, la compañía que más contrataciones realizaba en el mundo hasta 2022. En este caso ha sido LAB, un sindicato que comparte gran parte del modus operandi de ELA, el que ha convocado huelgas que, como no podía ser de otra manera, incluían los correspondientes piquetes para impedir que los trabajadores que quieren entrar o salir de la planta puedan hacerlo.

Para la multinacional que creó Jeff Bezos lo que ocurra en Trapagaran es evidentemente una minúscula anécdota. Pero para los dos sindicatos vascos meterse con dos gigantes tecnológicos, de los pocos que tienen empleados en Euskadi, es algo que ayuda a la hora de vender su imagen alegre y combativa, la que les proporciona afiliados.

 ELA y LAB se opusieron a que en las votaciones internas se pudiera utilizar el voto electrónico, una reivindicación que han frenado una vez que han obtenido la mayoría en el comité de empresa


Algo parecido sucede con Mercedes, que con sus 5.000 trabajadores es la mayor empresa del País Vasco. ELA y LAB se opusieron a que en las votaciones internas se pudiera utilizar el voto electrónico, una reivindicación que han frenado una vez que han obtenido la mayoría en el comité de empresa. Es un posicionamiento que han mantenido en otras compañías vascas y que tiene cierto respaldo judicial por una cuestión de obsolescencia regulatoria.

¿Por qué no quieren que los trabajadores, incluso los que incluyen el prefijo "tele", puedan votar por Internet? Probablemente, porque una excesiva virtualización va contra los intereses de quien está acostumbrado a mantener el poder a base de asambleas y compadreos presenciales.

Y también, por qué no, por una cierta tecnofobia. Para comprobarlo basta leer la columna de opinión que el sindicalista Xabier Iraola publicó recientemente en 'Diario de Noticias de Alava'. A juicio del coordinador de Enba, al que solo se pueden afiliar los baserritarras, no tiene ningún sentido que las instituciones apoyen a startups agro-alimentarias, las conocidas como foodtech, si sus proveedores no son productores de materia prima local.

Evidentemente, este sindicalista y muchos otros de su gremio no ven más allá de su ombligo. Menosprecian la innovación y la tecnología y solo les interesa si genera empleos afiliables. Es decir, clientela. Sin embargo, caminamos hacia un mundo bien distinto, con cada vez más teletrabajadores y compañías más virtuales. Además, visto lo visto, ¿a alguien le sorprende que los empresarios cada vez quieran comprar más robots y pagar menos nóminas?