Leo en la prensa que Amarna Miller ha anunciado una querella contra Irene Montero, Victoria Rosell y Ángela Rodríguez, del ministerio de Igualdad, contra Adif y contra las artistas María Jesús Aragoneses y Pilar V. De Foronda. El motivo, una exposición que estas últimas montaron, el ministerio de Montero financió y Adif colocó en la estación de Atocha de Madrid. Unos maniquíes femeninos vestidos con tiras de texto denunciaban las
diferentes formas de explotación y trata de mujeres. Entre ellas estaba la pornografía, actividad a la que Miller se dedicó unos cuantos años. La querella que se anuncia, no obstante, no se refiere al tratamiento de la pornografía en dicha exposición sino al de su persona. Defensora de la violación y la pederastia, decía el texto, ni más ni menos.
Espero que a esta señora le vaya bien con su querella si los hechos son como refiere. El caso me interesa, no obstante, por lo que refleja proveniente de un ministerio que en manos de Podemos, y muy marcado por la propia Irene Montero, se muestra no pocas veces como si fuera un ministerio de curas doctrineros. Este tipo de clérigos era el que en la América española colonial se encargaba de dar la tabarra a los pueblos de indios para
que no fueran a desviarse de la sana doctrina, que tantos esfuerzos costaba a la monarquía y a la Iglesia extender por aquellas tierras. Como los indios fueron considerados menores y precisados de tutela hasta el final de los días de la monarquía española en América, los curas doctrineros eran algo así como sus preceptores, sus tutores y sus hilos conductores con el mundo de la “gente de razón”. Ah, y vivían de ello, de adoctrinar, y de ellos, de los indios.
Un ministerio que en manos de Podemos, y muy marcado por la propia Irene Montero, se muestra no pocas veces como si fuera un ministerio de curas doctrineros
Tutelaban y adoctrinaban, que es empeño similar al que parece marcar el actuar del ministerio de Igualdad en no pocas ocasiones. Un ejemplo de esta actitud se refleja en ese marcaje que ha padecido Amarna Miller, y solo ella con nombre y apellido, por haberse dedicado unos años a ganarse la vida con el porno y, oh pecado mortal, haberse opuesto públicamente a algunas de las políticas del ministerio acerca de la ilegalización de la prostitución. Miller se había salido de la norma, del canon y merecía un coscorrón.
La actitud tutelar y adoctrinadora suele tirar siempre por elevación, como ocurre con la pornografía. No me cabe ninguna duda de que en el porno hay engaño, manipulación, violación y maltrato, también de menores; que no se paga en muchas ocasiones lo debido, que alguien se forra a cuenta de otras; que las normas sanitarias exigibles en una actividad de riesgo como esta se incumplen. Tampoco me cabe duda de que el porno es un mundo más propicio para todo ello que, pongamos por caso, el servicio doméstico, donde también hay explotación y abuso, incluso sexual. Todo lo que vengo enumerando, sin embargo, son delitos, se produzcan en el porno o en el servicio doméstico. No es la pornografía en sí sino los delitos que se cometen, sin duda con más asiduidad en su entorno, lo que debería fijar la atención de los poderes públicos.
Explotación y abuso, de adultos y de menores, los hay para escoger asociados a muy diversas industrias. La minería del coltán en África o la industria textil en Asia encierran historias para no dormir y, sin embargo, desde el ministerio de Igualdad no se han promovido campañas contra el uso de móviles o de camisetas fabricadas en esos talleres infernales
Explotación y abuso, de adultos y de menores, los hay para escoger asociados a muy diversas industrias. La minería del coltán en África o la industria textil en Asia encierran historias para no dormir y, sin embargo, desde el ministerio de Igualdad no se han promovido campañas contra el uso de móviles o de camisetas fabricadas en esos talleres infernales donde niñas y niños, mujeres y hombres son usados y tirados. No se trata, por supuesto, de prescindir de móviles o de camisetas sino de perseguir los delitos asociados a su producción. Con la pornografía, sin embargo, se hace una enmienda a la totalidad: como en torno a ella es posible que se produzca maltrato femenino, mejor la proscribimos. Desde luego es mucho más cómodo que perseguir al pederasta, al violador o al maltratador que graba vídeos mientras abusa.
La pornografía en sí no es buena ni mala, la hay de las dos. La hay que excita los placeres de la imaginación y la hay que los ahoga. Esta segunda abunda mucho más y es a la que tiene acceso más fácil cualquier persona que sepa teclear “porno” en un buscador de Internet. Se insiste mucho en que esa facilidad de divulgación y de acceso maleduca sexualmente, lo que no parece discutible. Pero, de nuevo, creo que el problema debe atajarse con buena educación y no con prescripciones morales. A un menor se le enseña que Spiderman no vuela de verdad, no vaya a ser que se tire por la ventana con la mano hacia arriba esperando que salga una tela de araña. Pues lo mismo debería educarse el uso de la pornografía, una fantasía sexual que no tiene mucho que ver con la realidad. La educación nos emancipa; la prescripción y la proscripción nos tutela.