Qué mal ha caído lo de que a las mujeres las llamen mujeres cis, o progenitores gestantes. En comunicación se sabe que cuando a un sustantivo se le pone adjetivo es porque se duda de su legitimidad. Cuando se habla de un “zumo natural” es porque no lo es. Cuando se asegura que es una “cerveza sin alcohol”, es porque o no es cerveza o sí tiene alcohol. Cuando hay que adjetivar a una mujer es porque no lo es o porque se duda de que lo sea. Natural, esas cosas no gustan. Y menos cuando se cuestiona a la madre.
Y todo tiene su causa. El cerebro no da para tanto cuanto se le exige para plantear propuestas feministas. Las ideas están agotadas y las de la reserva van fallando por ser dislates que no encajan socialmente o porque acaban siendo contraproducentes para el fin que perseguían.
Idoia Mendia ha propuesto la festividad del ocho de marzo para celebrar el día de la mujer. Que, así, visto sin dobleces, parece que no da lugar a reproches. No parece ningún disparate si se celebra el día del padre, de la madre, del trabajo o de los Reyes Magos. También cabe la festividad de la mujer en el nuevo santoral sin que despierte justificados recelos. Sin embargo, se ha encontrado con una imprevisible resistencia.
Los argumentos contrarios tienen el mismo fuste que la propuesta inicial, son cosas que se pueden hacer o no y cuyo alcance en favor de las mujeres es, previsiblemente, limitado. La disputa se ha sostenido porque en la carrera por la mejor oferta para el feminismo la idea ha sido de parte y no está la cosa para regalar aciertos al adversario político. Idoia Mendía quería apuntarse un tanto en la exaltación feminista y sus competidoras lo han impedido.
Hay un subasteo, una puja constante por ver quién demuestra estar más sensibilizado con la causa femenina y acaba por resultar que las ideas ya no vienen siendo tan buenas.
Su cruzada trataba de hacer creer a la sociedad que la vida y la integridad de la mujer era algo importante, como si antes de su llegada a la política no lo hubieran sido
En esta legislatura lo estamos viviendo con desagradable certeza. Irene Montero aspiraba a elevarse en el podium y ha salido por la ventana. Su idea era atribuirse la genuina, la exclusiva sensibilidad hacia la causa de la mujer. Así, nos quiso hacer creer que antes de ella a nadie le preocupaba las consecuencias de una agresión sexual. Quería hacer ver que las violaciones eran una cosa consentida y no del todo mal vista por una parte de la sociedad, obviamente, su antagonista política.
De sus palabras se puede deducir que a la derecha y a la antigua izquierda no les resultaba incómodo que las mujeres padecieran abusos o violaciones. Su cruzada trataba de hacer creer a la sociedad que la vida y la integridad de la mujer era algo importante, como si antes de su llegada a la política no lo hubieran sido y cuantos la antecedieron contemporizaran con delitos que, en la realidad, han sido los que más rechazo han venido causando en la sociedad, incluso en la penitenciaria, que aplicaba su propia justicia a los violadores.
No ha sabido Irene redactar una ley más rigurosa que la que ya había, tampoco lo pretendía, no querían una “justicia punitiva”, por eso rebajaron las penas y el resultado no ha sido del común agrado de aquellos a los que acusaba de insensibles. La sociedad sí quiere una justicia punitiva, sobre todo con gente tan indeseable y, frecuentemente, tan reincidente. No calcularon bien. Resulta que los machistas, las machistas, quieren más caña para el violador, la estrategia ha fracasado.
Hay un abogado valenciano que ha caído en la cuenta de que, en el caso de haber tenido dos hijos o más, las mujeres disfrutan de pensiones superiores en un 15% a las de los hombres. Es una subida más alta que la del IPC y con lo bien que viene un aumento, quién no se plantea renunciar a su género, que, al fin y al cabo, es un constructo social.
El feminismo recalentado acaba con el tradicional. El de antes está ya desterrado, cancelado, chamuscado, no sirve en esta competición en el que las ideas no tienen que ser buenas, tienen que ser alternativas. El feminismo de Irene no quiere hechos, quiere magia
La Ley Trans es el fin de las políticas de discriminación positiva hacia la mujer. Es la verdadera ley de igualdad que acaba con las diferencias legales entre sexos. Los que eran hombres, a las cárceles de mujeres, y los nadadores mediocres, campeones de España en la modalidad femenina. Las oposiciones a bombero serán para los más fuertes, que se habrán convertido en las más fuertes, y en los aeropuertos serán los antiguos varones, ahora de género femenino, quienes cacheen a las mujeres para evitarles la incomodidad de que lo haga un hombre.
El feminismo recalentado acaba con el tradicional. El de antes está ya desterrado, cancelado, chamuscado, no sirve en esta competición en el que las ideas no tienen que ser buenas, tienen que ser alternativas. El feminismo de Irene no quiere hechos, quiere magia.
La última puja de Sánchez es la de igualar al 50% los consejos de administración y las listas al Congreso y los consejos del Gobierno. Es un alivio para muchas mujeres que ven que se rebasan las penas a los violadores y que las discriminaciones positivas se diluyen en la libertad de elección de género, pero al menos ahora tienen más fácil acceder al Consejo de Administración de las empresas del Ibex.