Casi al mismo tiempo que en España se publicaba en el BOE la ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, más conocida como Ley Trans, se presentaba en Berlín la ópera prima de Estibaliz Urresola con la que se lanza a explorar el mundo tras la cámara. 20.000 especies de abejas, su película, ha impactado entre la audiencia por la sensibilidad con la que narra la infancia de una niña trans de ocho años y todo el proceso de asimilación de su entorno familiar. La cinta ha llevado a su protagonista, la niña Sofía Otero, a alzarse con el Oso de Plata a la Mejor Interpretación. Grande Cocó.

A Cocó le llamaron Aitor al nacer pero ella quiere ser llamada Rocío. Durante un verano trata no solo de que su familia le entienda sino que pugna porque las mirada de todas las personas que la rodean lo hagan. La tía, la madre, la abuela, todas están desorientadas y se enfrentan a algo desconocido, lo mismo que les sucede a tantas familias como la que se muestra en la película.

A veces hace falta un impacto externo para que tomemos conciencia de eso que a priori puede hacérsenos inexplicable. Es lo que le sucedió a Estibaliz Urresola. En 2016 conoció la noticia del suicidio de un joven de 16 años que buscaba tratamiento hormonal. Dejó una dolorosa carta en la que arrojaba también esperanza sobre el deseo de que las generaciones futuras encontrasen un lugar con más aceptación para niños y niñas trans

A veces hace falta un impacto externo para que tomemos conciencia de eso que a priori puede hacérsenos inexplicable. Es lo que le sucedió a Estibaliz Urresola. En 2016 conoció la noticia del suicidio de un joven de 16 años que buscaba tratamiento hormonal. Dejó una dolorosa carta en la que arrojaba también esperanza sobre el deseo de que las generaciones futuras encontrasen un lugar con más aceptación para niños y niñas trans.

Ahora, tras la aprobación de la ley en España, estos menores tienen la posibilidad de determinar libremente su género a partir de los 16 años y de hacerlo a partir de los 14 acompañados de sus padres y madres. Deberán hacerlo con autorización judicial entre los 12 y los 14.

Han sido muchos meses de debate, de discrepancias en el seno del gobierno español y de enfrentamiento tanto en el Partido Socialista como dentro del propio movimiento feminista pero, con los votos a favor del PSOE, PODEMOS y los partidos que apoyan al gobierno y en contra del PP, Ciudadanos y VOX, la ley es ya una realidad. España es el séptimo país de la UE que aprueba una ley de estas características. En todo el mundo, la población trans supone el 0,5% del total.

Lo más relevante, y controvertido, de esta norma es que las personas trans ya no tienen que acreditar diagnóstico médico previo para cambiar su identidad en el registro civil con lo que la transexualidad deja de considerarse una patología. Esto ya lo había hecho la OMS en el año 2018.

Lo cierto es que se ha abierto una importante brecha dentro del colectivo feminista con dos partes bien diferenciadas, una la de quienes apoyan la ley y otra las que la rechazan porque consideran que desdibuja el concepto de mujer.

Sin duda los medios de comunicación tienen un papel fundamental a la hora de inclinar la balanza a favor o en contra de una determinada opinión. A poco que revisemos las publicaciones que en torno a la transexualidad están lanzando unos y otros vemos que aquellos alineados con las posturas más contrarias a la nueva ley publican casos, sobre todo de menores, que reconocen ahora que “se equivocaron” y necesitan hacer el proceso de detransición, es decir, cesar o revertir una identificación transgénero. También son estos medios los que publican noticias referidas a casos de hombres encarcelados en centros penitenciarios para mujeres que manifiestan su transexualidad, con la consiguiente alarma sobre cómo afrontar los procesos de cárcel con personas trans.

Por el contrario, los medios afines a la ley publican historias de niños, niñas, hombres y mujeres que por fin pueden salir del armario de la transexualidad. Nos hemos acostumbrado a las salidas de gays y lesbianas pero lo de las personas trans aún sigue chocando.

El feminismo vuelve a correr el riesgo de salir a la calle partido en dos. Una parte acusando a la otra de transfobia y de apoyar un feminismo radical trans-excluyente. La otra parte acusando a la una de no ser feministas sino generistas y de querer borrar los derechos de las mujeres que tanto nos ha costado ganar

En medio de todo esto, y con el 8 de marzo casi encima, el feminismo vuelve a correr el riesgo de salir a la calle partido en dos. Una parte acusando a la otra de transfobia y de apoyar un feminismo radical trans-excluyente. La otra parte acusando a la una de no ser feministas sino generistas y de querer borrar los derechos de las mujeres que tanto nos ha costado ganar.

Tenemos un monumental lío encima. Quienes apostamos por el feminismo en su más estricto sentido nos encontramos con que o asumimos lo que la agenda política completa de cada parte propone o nos lanzan al otro lado. Podemos defender la abolición de la prostitución y ser contrarias a la gestación subrogada al mismo tiempo que defendemos los derechos de las mujeres transexuales sin distinción. Hasta hace muy poco, la transexualidad no solo era invisible sino que era impensable. Lo mismo sucedía con la homosexualidad en épocas negras de nuestra historia y, afortunadamente, hemos sabido avanzar. O lo volvemos a hacer y avanzamos en este mundo diverso que tenemos que convertir además en inclusivo o todas, absolutamente todas, perderemos nuestros derechos.