Qué lejanos parecen y qué cerca están. La memoria es olvidadiza cuando quiere desterrar momentos difíciles. Quizás por eso esta semana, cuando se han cumplido tres años del inicio del confinamiento por la pandemia del coronavirus, teníamos la sensación de que había pasado mucho más tiempo desde aquellos momentos inolvidables que nos tocó vivir. Preferimos y elegimos olvidar. De eso sabemos mucho en Euskadi.
Olvidamos porque han vuelto los días dichosos pero en la retina de todos y todas, queramos o no, están aquellas jornadas donde tan evidente fue nuestra fragilidad, donde nuestra realidad mutó en ficticia y donde tanto aprendimos sobre nosotros mismos.
El pasado miércoles, 15 de marzo, en el aniversario exacto del inicio del confinamiento, en la redacción de Crónica Vasca comentábamos precisamente esa sensación de lejanía. Y recordábamos, cómo no hacerlo, los momentos más duros y tristes que a todos, en mayor o menor medida, nos afectaron. Nada, ningún recuerdo feliz, selectivo o inventado puede combatir todo el sufrimiento y todas las muertes que tantas personas padecieron.
No obstante, si orillamos el dolor, que es algo sano, hay que admitir que el confinamiento fue un periodo extraordinario. Siempre digo que para mí fueron los días extraños. Así -ya perdonarán la autocita- titulé el libro que publiqué sobre aquellos meses de encierro. Entonces servidor escribía en Vozpópuli y, cuando empezó el confinamiento, me regalaron la oportunidad de reflexionar diariamente sobre cómo vivía una familia enclaustrada...
Ahora, al repasar esas páginas y al bucear en paralelo en la memoria, encuentro pedazos de recuerdos que creía perdidos. Momentos, actitudes y detalles que había enviado al vertedero del olvido. "Memoria que le convenza / a esta tarde que se muere / de que nunca estará muerta", escribió el poeta. Deténganse un momento este fin de semana, queridos lectores, y piensen en todo aquello. Porque encontrarán, seguro, momentos felices en medio de la oscuridad.