Eduardo Junkera es algo parecido a un Elon Musk a la vasca. Capaz, por un lado, de crear varias sofisticadas empresas de alta tecnología y aeronáutica sin descuidar cierta exposición pública, mucho más discreta eso sí que la del propietario de Twitter y ahora también el que más seguidores tiene en esta red social. Pero últimamente no está pasando por sus mejores momentos.
Junkera es uno de esos empresarios hechos a sí mismos. Nacido en Durango, empezó a trabajar en su localidad natal con apenas 15 años mientras aprovechaba las noches para estudiar. En 1988, ya con 33 años, decide emprender, inicialmente solo y posteriormente junto a su socio, el discretísimo Alfonso Urzainki, que solo recientemente ha
aceptado figurar como presidente de Egile Corporation, el holding que agrupa todas sus empresas.
Así es "el matrimonio perfecto"
Llevan más de 30 años juntos y se les ha llegado a definir como "el matrimonio perfecto", por su capacidad para poner en marcha nuevos negocios en sectores tecnológicos en los que el riesgo de cierre es descomunal. Aúnan la capacidad relacional de Junkera con la minuciosidad y conocimiento industrial de Urzainki. Empezaron juntando sus dos compañías, DMP y Zehatz, especializadas en mecánica de precisión, para poder abordar proyectos más complejos.
Pronto se orientaron hacia la aeronáutica, que en los años noventa estaba arrancando en Euskadi de la mano de Gamesa (hoy Aernnova) e ITP. Precisamente esta última compañía ha sido tradicionalmente su principal cliente junto con la francesa Turboméca. Después se introdujeron en nuevos sectores como la calderería industrial (Leorpe), la ciencia (High Technology Solutions), la desalación de aguas (Tecexsa), los implantes dentales (Createch) o la ciberseguridad (ITS). Las dos últimas han sido compradas por dos líderes en su ámbito como Straumann o Ibermática.
Gracias a que el comprador cotiza en bolsa, se conoce la cifra de la primera operación: unos 20 millones de euros. No es para tirar cohetes. Más aún teniendo en cuenta que las otras tres compañías fueron primero integradas y finalmente cerradas, de manera discreta, en 2021. No funcionaban, algo que es lógico en un grupo que lanza muchos proyectos nuevos pero que resulta preocupante por el hecho de que últimamente casi nada le funciona bien a Egile.
La crisis de la aviación, consecuencia de las restricciones provocadas por el coronavirus, colocó en 2021 al borde del abismo a la división de aeronáutica. Hasta el punto de tener que aceptar un rescate de 10,4 millones de euros por parte del Gobierno de España, que en la misma jugada inyectó fondos a sendas cadenas de discotecas, hoteles y restaurantes. Las buenas relaciones de Junkera con el PSOE, que incluyen la presencia de un ex alto cargo de Zapatero en su consejo de administración, jugaron a su favor.
Cuando Patxi López mandaba en Lakua, una de sus primeras visitas institucionales fue precisamente a Mendaro, donde Egile tiene su centro neurálgico. Tampoco se lleva mal con el PNV y, de hecho, como presidente de Adegi ha evitado cualquier atisbo de polémica, incluyendo su ausencia del foro Zedarriak pese a haberse mostrado muy de acuerdo con sus conclusiones.
La división de aeronáutica no es la única que le ha dado quebraderos de cabeza. Uno de sus últimos proyectos, Cyber Surgery, cuyo objetivo es desarrollar un robot capaz de asistir a los médicos en operaciones de columna, se está quedando sin dinero y todavía no tiene un producto que vender
La división de aeronáutica no es la única que le ha dado quebraderos de cabeza. Uno de sus últimos proyectos, Cyber Surgery, cuyo objetivo es desarrollar un robot capaz de asistir a los médicos en operaciones de columna, se está quedando sin dinero y todavía no tiene un producto que vender. Tras las pruebas piloto en los hospitales de Cruces y
Donostia, la startup está en fase de certificación, un proceso que deben seguir todos los dispositivos médicos antes de poder ser distribuidos comercialmente pero que es sumamente largo.
Y no es que Egile esté en disposición de inyectar los fondos que requiere Cyber Surgery. Así que Junkera ha vuelto a pedir sopitas a los inversores habituales, que esta vez le han dicho que solo pondrán más dinero si surgen nuevos financiadores. ¿De quién hablamos? En 2018 recibió 4 millones de euros de IMQ, del fondo de capital riesgo del
Gobierno vasco, de Geroa y de la familia González de Txabarri, ligada a la fabricación de pasta de papel.
La participación de Geroa es un tanto controvertida, ya que se realizó en un momento en que Junkera, como presidente de Adegi desde junio de ese mismo año, tenía cierto control sobre la sociedad que gestiona los fondos de pensiones de los trabajadores de Gipuzkoa. No obstante, desde la patronal han indicado que el cofundador de Egile no participó en los comités de expertos que decidieron esta inversión.
Lo sorprendente es que CyberSurgery había alcanzado una valoración de casi 5 millones de euros apenas un año después de su constitución. Fue de hecho, una de las mayores operaciones de capital riesgo de Gipuzkoa, un récord que ha roto Multiverse Computing con los 10 millones de euros que captó en 2021. Los 20 millones del fabricante de azulejos Ezarri se consideran "private equity" y no "venture capital".
¿Va bien el negocio de esta startup? Definitivamente no. En 2021 perdió casi un millón de euros y todo parece indicar que 2022 no fue mucho mejor. A este ritmo, en 2023 se quedará sin fondos propios, lo que explica la necesidad de obtener más recursos. ¿A qué se deben estas pérdidas? Hasta 2020 toda la inversión en el robot se activaba
contablemente, lo que quiere decir que se podía ir amortizando a lo largo de muchos años y no generaba el resultado negativo de forma inmediata. De esta manera, Cyber Surgery fue acumulando 2,5 millones de euros de gastos sin apenas registrar pérdidas.
Pero una vez terminado el producto mínimo viable, hito alcanzado en 2020, los auditores no le han permitido seguir activando las inversiones en el robot. Y eso que Cyber Surgery ha seguido destinando fondos a mejorarlo en términos de precisión, diseño estético y conexiones externas. A este cambio de fase hay que sumarle un aparente
retraso. Se supone que en 2022 ya se debían estar realizando los primeros ensayos clínicos, que son fundamentales para certificar el producto en Europa y EE.UU. Y en 2023 Cyber Surgery ya tendría el robot en el mercado, hito que se ha retrasado ahora hasta al menos 2024.
¿Superará Junkera este reto? Seguramente sí. Cyber Surgery es una empresa modélica por el tipo de profesionales que emplea: 22 de sus 23 empleados tienen estudios superiores. Además, Junkera tiene una trayectoria a prueba de bombas
A todo ello hay que sumarle la incertidumbre que genera el sector de los dispositivos médicos. En pura teoría, un robot para realizar operaciones tendría una enorme demanda por su mayor precisión y reducción del carácter invasivo de la intervención quirúrgica. Ahí está el caso del Da Vinci, incorporado en la mayor parte de los hospitales para tratamiento de cánceres. Pero hay ya un sinfín de empresas desarrollando este tipo de tecnología en el mundo, como Auris Health, Intuitive Surgical, Zimmer Biomet, Accuray, Medtronic o Kuka, especializada en robots industriales pero que también ha sacado una línea médica.
Además, este tipo de dispositivos médicos tienen pocos compradores potenciales y requieren una fuerte acción comercial con prescriptores de prestigio que los promocionen en reuniones científicas. La comercialización es tan cara que Ysios, la gestora de fondos con sede en Donostia que invierte en el sector salud, decidió hace años no participar en este tipo de startups.
¿Superará Junkera este reto? Seguramente sí. Cyber Surgery es una empresa modélica por el tipo de profesionales que emplea: 22 de sus 23 empleados tienen estudios superiores. Además, Junkera tiene una trayectoria a prueba de bombas. Si la entrada de capital no es factible, lo más probable es la compañía acabe en manos de un competidor con posibles, por lo que es más que probable que acabe siendo un fondo público el que salve a la startup.