Estos son algunos de los titulares con los que la prensa vasca destaca las propuestas políticas que estos días ofrecen los candidatos municipales y forales:
Referendum para los grandes proyectos de la ciudad
Un ciudad en la que quepamos todos
El derecho a una vida digna
Una ciudad conectada con el mundo
Fortalecer la red de atención primaria
Una ciudad más atractiva
Fomentar el empleo y atraer empresas
Nuevos pisos de alquiler social
Todas valen, todas son intercambiables, suelen ser ambiguas y no es posible conocer el origen ni procedencia. Las campañas locales se han hecho imposibles. Si estos son los titulares de un día, los del siguiente son semejantes, pero con un portavoz distinto, permutables, canjeables.
Las campañas siempre tuvieron un aire de mercado tradicional, de aquellos en los que la pescatera cantaba las bondades de las sardinas para acallar las ofertas del carnicero, del charlatán que vendía pelapatatas con demostraciones virtuosas y de la hortelana que cantaba la frescura de sus verduras de temporada. Pero, ahora, cuando los mercados son virtuales y las pescateras y los carniceros son silenciosos comerciantes apurados por los rigores del negocio, son las campañas las que siguen con su derroche de imaginación y ocurrencias, son las que mantienen vivo el grito más alto, la patata más grande, el artilugio más eficaz.
El mercado local se ha visto suplantado por las campañas políticas. Son los candidatos quienes ofrecen cine, peluquerías, óptica, viviendas, seguro médico, suelo industrial, parques y jardines. No hay necesidad que no quede cubierta. Precios subvencionados para la alimentación y aplicaciones para ligar y otras aplicaciones para repartirse las tareas domésticas.
Quince días de campaña, quince días de ideas, de promesas, de cartas de amor.
- ¿Y a mi, este señor, de qué me conoce? Decía mi vecino octogenario cuando recibió su primera carta electoral en la que un candidato muy importante había estampado su firma con tinta azul tras una sucesión de compromisos que aún hoy, cuarenta años después, quedan pendientes. Sí, pendientes, afortunadamente.
No hay planeta para tanto espacio público. No hay hectáreas para soportar el cumplimiento de todas las promesas, no hay tiempo para disfrutar de tantas gozosas oportunidades como se anticipan y, sobre todo, no hay cartera que las pague
Como decía Crónica Vasca: “Las imposibles promesas de los partidos políticos vascos en torno a la vivienda aterrizan en la campaña”. Pero eso es lo que hay que celebrar, que sean imposibles, que del mismo modo que no se han cumplido las promesas que hicieron a mi vecino que ahora tendría 120 años, tampoco lo serán las que nos hacen ahora.
No hay planeta para tanto espacio público. No hay hectáreas para soportar el cumplimiento de todas las promesas, no hay tiempo para disfrutar de tantas gozosas oportunidades como se anticipan y, sobre todo, no hay cartera que las pague, ni aún contando con las de todos los trabajadores sometidos forzadamente a la financiación de cuanto se anuncia.
Salvo el asunto de las listas de Bildu, esta campaña no está siendo ideológica sino de propuestas. Hay un subasteo de propuestas para convencer al votante. Ni el más listo es capaz de entender la bondad y conveniencia de unas u otras y, sobre todo, no es capaz de retenerlas porque no tiene la cabeza para tantos carriles bici y tantas jardineras.
Las instituciones están para hacer cosas, sí, priorizando lo relevante, sí, y hasta no sé cuántas cosas secundarias, sí. Cada una de ellas va a requerir de la participación económica de los ciudadanos. Así que, una parte del alivio es que no se lleguen a realizar todos los compromisos que en estas elecciones se están adquiriendo en cada comparecencia pública. Si el PIB público representa más de un 50% de la economía imaginen hasta donde llegaría si las campañas duraran un mes.