Sé que puede sonar alarmista, pero quédense conmigo y lo explico.
Decía Giovanni Sartori (uno de los padres de la ciencia política moderna) que una de las características de los sistemas de pluralismo polarizado (como el que vivimos en Euskadi hasta 2011) es la existencia de un partido antisistema, bien de corte comunista (aquí podríamos incluir a las diferentes marcas de la Izquierda Abertzale) o de corte fascista.
Este tipo de partidos se caracteriza, principalmente, por su actitud de oposición constante con el fin de deslegitimar el sistema político vigente, es decir, no aspiran nunca a gobernar, no presentan candidatos a presidir, no participan de forma regular en las instituciones. Además, existe otra deslegitimación, es la que realizan el resto de partidos hacia el partido antisistema, excluyéndolo de las dinámicas habituales de diálogo de la política interpartidista.
Según Sartori para que este efecto deslegitimador desaparezca (el que ejerce el partido antisistema hacia el propio sistema y el que realizan el reste de partidos hacia el partido antisistema) se debe dar una relegitimación recíproca, es decir, el partido antisistema debe aceptar las reglas del juego del sistema político y cambiar su actitud orientada solo a la oposición y el resto de partidos tienen que incluir a los anteriores antisistema en las dinámicas habituales de la política.
A falta de un proceso de paz normalizado y formal como se ha realizado en otras partes del mundo, la convivencia vasca se estaba construyendo en base a unos acuerdos no formales, no escritos
En 2011, con el fin de la actividad armada de ETA, un nuevo partido (Sortu, que representaba el espectro ideológico de la izquierda Abertzale) aceptaba las reglas del juego del sistema político español, además la coalición de la que formaba parte abandonaba su actitud de oposición y pasaba a gobernar instituciones importantes del país como la diputación de Gipuzkoa. El efecto deslegitimador del partido antisistema parecía desaparecer.
Por otro lado, y esto lo hemos conocido de palabras del expresidente Rodríguez Zapatero, el resto de partidos debían aceptar que la coalición (Bildu) tiene un papel legitimo dentro de la política vasca. Según el propio Zapatero esto es algo que había aceptado el por entonces líder de la oposición, Mariano Rajoy.
Todo esto puede parecer baladí, pero es muy importante, porque en base a esta relegitimación reciproca en Euskadi estábamos tejiendo la convivencia democrática en Euskadi. A falta de un proceso de paz normalizado y formal como se ha realizado en otras partes del mundo, la convivencia vasca se estaba construyendo en base a unos acuerdos no formales, no escritos. Una especia de pacto de caballeros. Y aquí encontramos el primer gran problema.
En otros países con conflictos armados y sistemas políticos de pluralismo polarizado, la relegitimación reciproca ha venido, no a través de un pacto informal, sino a través de un marco legal. El ejemplo paradigmático es Colombia, donde a través de la justicia transicional, la antigua guerrilla de las FARC ha accedido a las instituciones con la consiguiente relegitimación del sistema político.
La petición de ilegalización es el mayor acto de deslegitimación que puede sufrir un partido por parte de sus rivales, pero no el único
En Euskadi, por mucho que presumamos de ser un pueblo de palabra, los acuerdos informales se los lleva el viento y ese viento vino de la extrema derecha de VOX que a nivel estatal radicalizó el discurso de la derecha y del centro derecha en relación a EH Bildu con peticiones de ilegalización que tenían nulo encaje legal en el ordenamiento jurídico español (la fiscalía ya ha dejado claro este punto).
Evidentemente, la petición de ilegalización es el mayor acto de deslegitimación que puede sufrir un partido por parte de sus rivales, pero no el único.
Sucede que en las pasadas elecciones municipales una parte importante de los votantes de la derecha y de la extrema derecha decidió movilizarse electoralmente por los pactos que el gobierno de Sánchez había logrado con la coalición soberanista a lo largo de la legislatura. Esto y la debilidad comunicativa del gobierno de Pedro Sánchez ha hecho que los socialistas hayan decidido negar el marco de acuerdos entre Sánchez y los de Otegi durante las últimas semanas. Lejos de hacer un remarcaje en términos de convivencia, los socialistas han optado por entrar también en la deslegitimación de los abertzales y como prueba de ello las declaraciones de la nueva alcaldesa de Vitoria donde reconoce que su pacto de legislatura con PNV (y el apoyo del PP) se debe, no a un acuerdo programático, sino al acuerdo de las tres fuerzas de que EH Bildu no debe gobernar.
EH Bildu es primera fuerza en votos en Vitoria, es la segunda fuerza política en el conjunto de Euskadi y ha recibido casi 300.000 votos en las últimas elecciones en la CAV y, sin contar el apoyo recibido en Navarra, es evidente que la ciudadanía legitima a la coalición abertzale a través del voto.
Solo la radicalización del discurso de la derecha y la ya comentada debilidad comunicativa de los socialistas hace que la relegitimación reciproca se cuestione.
Legitimar a un partido no es entregarle las instituciones, en eso estoy de acuerdo, pero justificar el pacto de gobierno en Vitoria en un “entre todos evitaremos que Bildu gobierne” a parte de un pésimo relato de gobierno, pone en peligro la convivencia construida en base a la relegitimación recíproca (es la única base que tenemos) y es decirle a los 300.000 votantes de EH Bildu que su voto no vale nada o muy poco. Que conste que no soy pesimista en relación a mantener y construir la convivencia en Euskadi. Tras las elecciones generales, incluso con el PP en el gobierno central, socialistas y jeltzales en Euskadi volverán a normalizar sus relaciones con EH Bildu y lo verán como un actor necesario para lograr la convivencia en Euskadi.
Si en el próximo gobierno central entra Vox, ahí sí, ahí tendremos un problema. No viviremos episodios violentos del pasado, pero la convivencia se va a complicar y mucho.