Acostumbrados a la exaltación del terror
No deberíamos acostumbrarnos al horror pero ya estamos acostumbrados. A menudo en muchos puntos de Euskadi aparecen carteles, pintadas o fotografías, por un lado, o se celebran actos, con comidas, brindis o manifestaciones, por otro, para homenajear, recordar o exaltar a los presos de ETA. Hablamos, hay que repetirlo, de una banda terrorista que asesinó a casi 900 personas, dejó miles de heridos y sembró el miedo durante cinco décadas.
Poco importa que, como en el caso de Daniel Pastor, publicado este miércoles por este periódico tras la denuncia de Dignidad y Justicia, el almuerzo y la concentración se hagan en honor de un sujeto condenado por dos asesinatos y por la colocación de un coche bomba que buscaba una matanza.
Nadie recuerda sus crímenes. Sí se recuerda, en cambio, al "vecino del barrio", al amigo o al familiar. Así ocurrió en el mismo acto celebrado el pasado año, sin ir más lejos. Un homenaje a la persona pero desprovisto de cualquier referencia al daño que hizo. Una defensa del ser humano que está en la cárcel pero con una asombrosa amnesia sobre los hechos que le llevaron a ese lugar oscuro. Una injusta huida de la culpa en busca de la impunidad.
Para quienes asisten a estas honras funestas, el homenajeado de turno es un "preso político" y no un asesino condenado. Es palmario el fraude intelectual de ese pensamiento. Poco más que recomendar la pedagogía y la lectura se puede hacer con quienes así opinan. El problema, en cambio, está en los que no asistimos a semejantes aquelarres. Somos la mayoría, sí, pero miramos a otro lado y no hacemos nada, o muy poco, para evitarlos.
Los colectivos como Covite, la Fundación Buesa o Gogoan no se cansan de denunciar estos acontecimientos que no por repetidos dejan de indignar a cualquiera que mire la realidad sin prejuicios ideológicos. Porque sí, nos revuelven y nos indignan, cómo no, pero en el fondo los hemos aceptado como parte del paisaje. Casi como un mal menor que hay que sobrellevar porque, al cabo, los terroristas eran de aquí y hay que entender a quienes sí acuden porque tienen vínculos con el terrorista de turno.
Así, lo que debiera ser un motivo de más escarnio o vergüenza, ese origen o esa cercanía de los etarras, acaba siendo utilizado como excusa o justificación, sean estas conscientes o inconscientes. Y así seguimos, con las estampas que acabamos de ver en dos barrios de Vitoria, en Hernani o en Mondragón, denunciadas por los colectivos mencionados y recogidas al final de este artículo a modo de ejemplos.
Por supuesto, y también hay que repetir esto para neutralizar interpretaciones enloquecidas, Euskadi no está llena de este tipo de carteles o fotografías y estos actos no ocurren todos los días, al igual que, como decía, quienes exaltan a los miembros de ETA son una minoría. La convivencia avanza pese a todo. Precisamente para hacer más sólido todo lo que nos une conviene no perder de vista esta legitimación del terror que pervive en nuestras calles.
Hablamos de unos cuantos lugares, casi siempre los mismos, donde el espacio público sigue tomado a menudo por el culto al terrorismo de los fanáticos. Y lo peor no es que esto ocurra, como digo, sino habernos acostumbrado a soportar este delirio.