El amplio catálogo de Netflix siempre depara sorpresas. De repente, mientras buceas en busca de algo que ver, puedes encontrar una serie búlgara o un documental sueco que te asombran y te encandilan por igual. Porque en esos productos audiovisuales descubres hechos luctuosos que creías sencillamente imposibles por lejanos. Lo extraño es cuando eso mismo te ocurre con cosas que han pasado aquí mismo, en la sociedad donde vives.
Una de esas sorpresas inimaginables ocurre en estos momentos, cuando descubres el documental 'En el nombre de ellas', que narra los pormenores del caso de Kote Cabezudo. Es ese célebre fotógrafo donostiarra condenado por violación, abusos y estafa que perpetró contra mujeres jóvenes que pasaron por su estudio.
La obra dirigida por Eduardo Mendoza y producida por Melchor Miralles resulta sorprendente incluso para los que conocíamos algo de este caso. Porque en sus tres episodios se explican con todo detalle pero sin morbo alguno las andanzas de esta suerte de Jeffrey Epstein guipuzcoano. Cabezudo era un dentista que se metió a fotógrafo para construir un sistema que le permitía abusar de mujeres que aspiraban a ser modelos. Y que actuó con impunidad durante décadas.
'En el nombre de ellas' expone acontecimientos escabrosos, de esos que te cierran el estómago, te golpean la mente y te erizan la piel, pero lo hace con una estética cuidada hasta el milímetro para resultar respetuosa. El documental, que por cierto en su día Disney decidió no emitir tras anunciarlo a bombo y platillo, hace honor a su nombre. Porque lo que se cuenta es duro, sí, y por momentos atosigante, también, pero se muestra desde el punto de vista de las víctimas de Cabezudo.
Vertebran el documental los testimonios de unas cuantas de las mujeres que dieron el paso de denunciar a este depredador donostiarra. Sus palabras y sus emociones, sus recuerdos y sus miedos, sus cicatrices y sus dolores constituyen el mejor alegato contra los agresores sexuales. Cada fotograma está dedicado a ellas pero alcanza el corazón de todos los espectadores.
También es decisivo en los tres capítulos el papel del abogado Mario Díez, que destapó el caso y que relata, entre otras cosas, la delirante instrucción judicial que bloqueó la causa durante años, la escandalosa falta de ayuda en su investigación y algunas de las lagunas que han quedado pendientes de probarse en una sentencia que parece benevolente en comparación con lo que vivieron esas mujeres.
Con todo, volviendo al inicio, lo más impactante del caso Kote Cabezudo, como así lo señalan tanto el letrado como las víctimas, es el silencio atronador en el que siempre ha estado envuelto. Muchos en San Sebastián sabían lo que pasaba pero callaron durante tres décadas (y todavía callan hoy, claro), la mayoría de medios de comunicación vascos sólo abordaron la cuestión cuando no les quedó más remedio, las instituciones miraron para otro lado durante demasiado tiempo y todavía hoy, con una sentencia firme contra el fotógrafo y con este sujeto encarcelado, parece que hay un inexplicable interés colectivo en silenciar todo esto.
Pareciera que la sociedad vasca, en general, y la donostiarra, en particular, quisieran cubrir el escándalo con un manto de olvido que, como siempre, difumine la responsabilidad. Otra vez la amnesia, tan injusta y tan cobarde, en Euskadi. Claro que los delitos de Kote Cabezudo seguirán en las memorias gracias a este fantástico documental de Netflix.