Esta semana Juan Basterra, promotor de una de las startups biotecnológicas más interesantes que se han gestado en Euskadi, reconocía que es muy probable que pronto tenga que "deslocalizarse". Es decir, marcharse a otros países como Alemania o Reino Unido donde es más fácil financiar nuevos proyectos porque los fondos actualmente prefieren lo que tienen más cerca.
La "teoría del kilómetro cero" que se ha impuesto en la economía mundial a raíz de la pandemia y de las dificultades logísticas que generó en las cadenas de suministro internacionales está detrás del repliegue de los inversores y de las fábricas. Eso de tener plantas en ciertos países especializados en determinados productos desde lo que se exporta después a los que los consumen no está precisamente entre las tendencias del momento.
Los primeros que se han dado cuenta de ello son todos los fabricantes locales de electrónica, que de repente han sufrido excesos de demanda como no habían visto antes. Sus clientes huyen de Asia y quieren proveedores cercanos. Pero la tendencia se está extendiendo a la práctica totalidad de la industria, un fenómeno que a priori debería beneficiar a los que saben hacer las cosas bien y son capaces de poner plantas cerca de sus clientes.
No es casualidad que el gigante alavés que está entre los cuatro mayores fabricantes de botellas de vidrio de Europa vaya a cerrar próximamente uno de los hornos que mantiene en Llodio, su sede social, casi al mismo tiempo que anuncia la compra de un fabricante en Brasil
Léase, Vidrala, CAF o Irizar, gigantes vascos fuertemente internacionalizados que cada día producen menos en Euskadi y más en otros rincones. No es casualidad que el gigante alavés que está entre los cuatro mayores fabricantes de botellas de vidrio de Europa vaya a cerrar próximamente uno de los hornos que mantiene en Llodio, su sede social, casi al mismo tiempo que anuncia la compra de un fabricante en Brasil.
Si esto ocurre con las empresas que todavía tienen su centro de decisión en Euskadi, ¿qué decir de las multinacionales? Estos días Michelin anunciaba un recorte de 150 trabajadores en su planta de Vitoria-Gasteiz y Bridgestone, que también produce ruedas, cerrará por completo sus fábricas durante al menos 15 días. Sus 1.000 empleados vizcaínos se quedarán en casa en lo que no deja de ser un aviso para navegantes.
A ninguna de estas compañías les va mal. Frenan su producción en Euskadi porque la demanda la tienen en otros puntos del mundo mucho más dinámicos. Sin olvidar que aquí no dejan de sufrir las consecuencias de la conflictividad laboral vasca, especialmente en forma de huelgas y dificultades para cerrar acuerdos sociales, y un excesivo nivel de absentismo.
No van a resistir es al doble mandato de la sede central de llevarse la producción más cerca del consumidor y de tener unos costes en línea con los de otras plantas
Hay que tener en cuenta que Michelin y Bridgestone, la antigua Firestone Hispania, llevan casi 100 años en Euskadi. Se establecieron aquí de la mano de socios locales y por la cercanía del agua y el ferrocarril, dos ventajas que ya prácticamente no existen a la hora de compararnos con otros enclaves industriales. Michelin ha resistido a todo, incluido el secuestro de su director general por un comando etarra del que formaba parte el mismísimo Arnaldo Otegi.
Pero lo que no van a resistir es al doble mandato de la sede central de llevarse la producción más cerca del consumidor y de tener unos costes en línea con los de otras plantas. Tal y como recordaba recientemente el CEO de Tubacex, Jesús Esmorís, sus factorías vascas son, "con gran diferencia", las más caras de las 24 que tiene por todo el mundo. Así que esto tiene muy mala pinta.