El contenido de televisión casi nunca sirve como fundamento empírico para medir la realidad social. Salvo cuando ocurren cosas fuera de guion. Se puso de manifiesto en uno de esos programas de Vascos por el mundo, en Alemania. Me lo contó un amigo, pero la conversación decía algo así. “¿Qué haces aquí?”, preguntaban los reporteros. “Esto es peor que Bilbao. La comida, la vida, el ocio, el entorno, la gente… pero al menos tengo un salario digno,” respondía uno de esos tantos ingenieros jóvenes emigrados, expulsados.
Algo está pasando cuando la generación mejor preparada de la historia, quien posee el conocimiento técnico y las habilidades para navegar el siglo XXI, sale del país en búsqueda de un mercado laboral con sueldos que no rocen la precariedad. Se llama fuga de cerebros, y se encuentra bastante conectado con el modelo vasco de innovación y emprendimiento, absolutamente anticuado e incapaz de adaptarse a la transformación digital en curso. Esta es una historia donde las universidades públicas forman trabajadores que terminan en empresas privadas extranjeras, acrecentando la debilidad industrial nacional y acelerando su declive hacia la reconversión en un paraíso para el turismo.
Desde luego, los números son preocupantes. El área metropolitana de Bilbao, según datos de Eurostat recogidos por 'El Confidencial', está entre las 20 zonas con más desempleo de la Unión Europea, con una tasa del 38,5% entre los menores de 25 años, cuatro puntos más que la media española. No extraña que las estadísticas muestren que las personas de entre 20 y 39 años supongan el 46% de las emigraciones en la comunidad autónoma vasca. Menos aún si comprobamos que el famoso plan de retorno juvenil de Lanbide para solucionar estos problemas fue un desastre y quedó suspendido.
Muchas de las empresas arraigadas en Euskadi, salvo las excepciones habituales (ITP, Gestamp…), no pueden ofrecer salarios competitivos y se resienten con la fuga de cerebros
El drama es aún mayor en el sector tecnológico. Pese a que Euskadi lidera el ránking europeo de ingenieros con más de 25.000 profesionales en activo (en parte debido a que cada año salen ingentes cantidades procedentes de las universidades españoles y vascas, que absorben inmediatamente grandes tecnológicas o consultoras debido al bajo coste que supone contratarlos), más de la mitad de las compañías de Euskadi reconoce tener problemas para reclutar talento informático, sobre todo en perfiles técnicos y digitales. Muchas de las empresas arraigadas en Euskadi, salvo las excepciones habituales (ITP, Gestamp…), no pueden ofrecer salarios competitivos y se resienten con la fuga de cerebros.
No obstante, de fondo existe una cuestión más importante relacionada con las transformaciones económicas en la periferia europea, especialmente en las zonas que tuvieron un gran peso industrial: han perdido su preeminencia, sus empresas no pueden adaptarse a la competencia intencional. El capitalismo es una guerra donde unas firmas ganan y triunfan, mientras que otras pierden y acaban en la quiebra. En la CAPV, el 63% del total de empresas declararon pérdidas en 2017, similar que en Nafarroa, y el 9,6%, que su beneficio fue inferior a 6.000 euros. Las firmas vascas no tienen la fuerza que antaño consiguieron empresas de ingeniería pequeñas, con profesionales formados en casa, bien posicionadas en la producción de piezas o maquinaria relevantes en las cadenas de valor global y con facturaciones millonarias.
“La industria ya no es pasar la rotaflex. Hoy hay robots y automatismos”, decía el director general, que no CEO, de una empresa alavesa que exporta a China y EE. UU. Efectivamente, en la era digital, la cosa no va de tuercas, sino de sensores, software, aplicaciones o servicios capaces de ayudar a digitalizar las fábricas para que aumenten la productividad y reduzcan costes, por ejemplo, gracias a la introducción de inteligencia artificial o incluso tecnologías menos sofisticas. No existen nuevas empresas tecnológicas vasca que estén a la altura, y los fondos de capital riesgo e innovación que subvenciona el Gobierno vasco están sirviendo de poco o nada a nivel de desarrollo estratégico nacional y mantenimiento de la competencia en la economía de mercado. Incluso Sherpa.ai, empresa que venía a revolucionarlo todo y colocarse a la vanguardia en tecnologías inteligentes, ha tenido que reducir sus expectativas y convertirse en una de tantas firmas vulgares de asesoría empresarial.
Puedo que los servicios de consultoría informática, donde se agrupan buena parte de los empleos tecnológicos, que suelen ser precarios y lo más parecidos a una macrogranja para ingenieros, sirva para aumentar las exportaciones y decorar ligeramente las tablas de crecimiento económico, pero difícilmente funcionará a largo plazo. Atrás quedó la preeminencia industrial de la que gozaba este país cuando comerciaba con el incipiente imperio industrial británico, intensivo en materiales que ya no se destilan. Sin relación alguna con los centros de poder del capitalismo moderno, Euskadi tenderá progresivamente a ser un país que regala conocimiento técnico, formado gracias a las instituciones públicas, pues el nivel de la privada, pese a toda la propaganda que destilan, sigue siendo paupérrimo, mientras conserva trabajos cada vez más precarios y “de mierda” (le llamaba David Graeber) para los jóvenes vascos.
Ante este contexto, quizá tenga sentido imaginar políticas públicas alternativas. Es evidente que las actuales no funcionan, nunca han sido repensadas. Las instituciones vascas no es que sean muy herederas de la ilustradas, apenas gozan de imaginación política y siguen obedeciendo los planes diseñados por consultoras –multadas todas ellas por manipular contratos con la administración– que solo quieren hacer negocios y vender presentaciones en PowerPoint a precios elevadísimos. No tienen una mirada a largo plazo, mucho menos la disposición de impulsar políticas públicas transformadoras, progresistas, simplemente le dicen a los anquilosados burócratas lo que quieren escuchar para seguir recibiendo contratos públicos y continuar creando aburridos eventos sobre el futuro de la humanidad en la era tecnológica.
Es hora de tomarse en serio la inteligencia técnica nacional y fomentar que los jóvenes trabajen en proyectos diseñados para favorecer el desarrollo económico, pero también medioambiental. También toca quitarnos los complejos neoliberales de que el mercado es el único mecanismo de organización social
Es hora de tomarse en serio la inteligencia técnica nacional y fomentar que los jóvenes trabajen en proyectos diseñados para favorecer el desarrollo económico, pero también medioambiental. También toca quitarnos los complejos neoliberales de que el mercado es el único mecanismo de organización social. Quizá el sector público puede tener un rol central, en lugar de ser un dispositivo ineficiente y clientelar para redistribuir contratos y subvenciones.
Si bien las comparaciones con la actualidad pueden ser perniciosas, la República Democrática Alemana (RDA) consiguió impulsar una fábrica de semiconductores en Frankfurt. Situada en el länder de Brandeburgo, a orillas del río Óder y en la frontera polaco-alemana, se convirtió en “la ciudad de los semiconductores”, llegando a tener más de 8.000 puestos de trabajo. Después de 1959, atraídos por buenos salarios y el proceso de urbanización en la periferia, al distrito Neuberesinchen llegaron jóvenes familias de clase trabajadora de toda la RDA para producir en masa lo que más tarde llamaron “los microchips más grandes del mundo”.
Así lo documenta uno de los pocos estudios publicados sobre la materia: las relaciones entre las políticas de vivienda y las desplegadas en torno a la incipiente red de producción industrial de dispositivos electrónicos convergieron en la RDA para crear una cultura de innovación, emprendimiento y, sobre todo, instituciones sociales y culturales para mejorar la vida de los jóvenes mientras contribuyen al desarrollo nacional. ¿No serían estas utopías pragmáticas, con las instituciones públicas vascas innovadoras en el centro, las que tendrían la capacidad de transformar nuestra base económica?
Tenemos que decirlo de manera clara: las universidades, encerradas bajo las demandas de clústeres corruptos, como el de automoción, esos que llevan décadas demostrando que Michael Porter se equivocaba, nunca serán capaces de escalar el carácter innovador de los jóvenes vascos porque responden a imperativos mercantiles, unos que además han colocado a Euskadi en una posición subalterna en la economía global.
Hemos de impulsar uno nuevo donde el espíritu de los jóvenes pueda ponerse al servicio de la sociedad vasca, e innovar, pero pensando en formas de conservar mejor nuestros ecosistemas, avanzar en la solución al cambio climático, en ofrecer resultados empíricos sobre el verdadero progreso de nuestras sociedades modernas
Necesitamos un nuevo paradigma de emprendimiento, al menos distinto al de Mazzucato, que han aplaudido tanto el PNV como EH Bildu. Los ingenieros autóctonos deben tener perspectivas de vida nuevas y satisfactorias en casa, trabajos dignos y en euskera, para que sus capacidades florezcan en el sector público, no en corporaciones alemanes o pseudo-startups californianas. Y así también asegurarnos de que la digitalización sea inclusiva. Necesitamos cuidar ese talento, su creatividad, su capacidad para desarrollarnos linguísticamente por el significado de la nueva época.
Han terminado los tiempos de hacer el ridículo en las ferias de máquina herramienta celebradas en el BEC. Hasta las empresas extranjeras notan la ausencia total de mano de obra barata que puedan absorber. Es el fin de las galas de premios para los dinosaurios industriales, del cinismo y del caciquismo. El modelo vasco que defiende el PNV está agotado. Hemos de impulsar uno nuevo donde el espíritu de los jóvenes pueda ponerse al servicio de la sociedad vasca, e innovar, pero pensando en formas de conservar mejor nuestros ecosistemas, avanzar en la solución al cambio climático, en ofrecer resultados empíricos sobre el verdadero progreso de nuestras sociedades modernas. Ello requiere de toda nuestra inteligencia.