Se puede asegurar sin saberlo realmente que lo de Pedro Sánchez ha sido una pantomima estratégica o, por el contrario, se puede defender que ha sido algo improvisado a raíz de una situación personal que le parecía inaguantable hasta que pasó a aguantarla. En todo caso, fuera por una pulsión falsaria o por una motivación real, tanto da, es innegable que lo de Sánchez ha tensionado sobremanera a todo un país durante cinco días.
El presidente del Gobierno ha confundido lo personal con lo político y ha tomado la parte por el todo. Dicho de otro modo: aunque pueda tener motivos para quejarse de un supuesto linchamiento injusto, él no es la democracia. Así de simple. Por ello, para mí por mucho que sus afines lo repitan -quizás algunos por obligación y sin creérselo del todo-, esta forma de conducirse no ha sido buena para el país ni buena para el interesado. Al tiempo. En todo caso, eso no es lo importante.
De todas las reacciones suscitadas por lo acontecido y que servidor ha podido leer -son demasiadas para llegar a todas-, me quedo con tres que han salido de Euskadi. Ha dicho Aitor Esteban con acierto una frase que podría resumirlo todo: "Lo mejor que se puede decir es que el episodio ha acabado".
Ha escrito el profesor de la UPV Pedro Chacón en 'El Correo' estas palabras que también hago mías: "Lo inadmisible es haber utilizado la posición de presidente del Gobierno como una prebenda para tener a toda la ciudadanía en vilo esperando a ver lo que decide hacer con el cargo que todos le hemos conferido".
Y Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía, tuiteaba este lunes que "la resistencia democrática consiste en hacer cada vez menos dependiente el futuro de las instituciones del destino personal de quienes eventualmente las dirigen".
Pueden aducirse muchos argumentos como los antedichos para censurar el comportamiento de Sánchez. Uno de ellos es que la "encuesta flash" del CIS de este lunes, con esas preguntas tan parciales, no parece la forma más apropiada de regenerar la democracia patria... Pero esas tres citas me gustan sobre todo porque encajan con quienes realmente importan: los ciudadanos.
Creo que la óptica que debe imponerse en un caso así no debe ser la de los tertulianos, sino la de los ciudadanos de a pie. Esa gente de la calle que hasta el pasado jueves ni había escuchado hablar del caso de Begoña Gómez y que, de repente, se ha visto afectada por el amago de dimisión del presidente del Gobierno, concernida por el futuro incierto de su país, sumida en una crisis tan sorprendente como evitable. Desconcertada, en suma, y sin saber hasta el último minuto si habría dimisión, elecciones, moción de confianza o cualquier otra opción posible.
Nunca en mis casi veinte años como periodista tanta gente distinta me había preguntado por lo mismo con tanta insistencia. Nunca había tenido que admitir tantas veces mi total ignorancia sobre lo que podría pasar. Nunca había visto tanto gesto de decepción en mis interlocutores al escuchar mis respuestas. Concluyo, por tanto, que la gente quiere que los representantes públicos generen certidumbres y confianza, y no todo lo contrario.
Para mí lo sucedido estos días no va (o no debería ir) de qué político o qué partido salgan beneficiados. Tampoco de encuestas como la antes citada. Ni tampoco del pretendido debate sobre medios y jueces que plantea Sánchez. Ni bulos ni 'lawfare' ni censura ni nada. Para mí, lo que hemos vivido es tan insólito que entronca con algo más profundo y preocupante: la lógica desafección de los ciudadanos hacia la política.
Los políticos en general, pero particularmente los que viven en Madrid, sumidos en esa ciclópea burbuja emetrentista, parecen estar en una realidad paralela que poco o nada tiene que ver con el común de los ciudadanos. Lo de Sánchez y lo de algunos de sus rivales en los últimos días ha servido sobre todo para generar descrédito, para avivar el enfrentamiento -"polarización", se dice hoy- y, por ende, para alejar a la gente de la cosa pública. En Euskadi hace dos semanas, se quedó en casa el 37% del censo, no se olvide.
Como muestra, un par de botones relacionados con lo de Sánchez. "No se va ni con agua caliente, no se lo cree ni él", afirmaba una señora en el tranvía el pasado viernes. "¿Tanto para esto? Podría habérselo pensado él solo estos cinco días", reflexionaba un anciano en un bar este lunes tras la comparecencia. Ni la una ni el otro parecían salidos de la fachosfera, se lo garantizo.