Salgo completamente congraciado con el cine como arte y como pensamiento. Porque es la última sesión que, si no, entraba de nuevo a ver la obra maestra de Paola Cortellesi. Sin destriparla, puede decirse que cuenta la historia de una heroína del silencio, una mujer que en la Roma de la post-guerra mundial decidió hacer algo insólito que cambió su vida, la de su hija y, sin duda, la de las mujeres que le sucedieron en la Europa de la segunda mitad del siglo XX.
No era una mujer relevante, no tenía la más mínima proyección pública, ni era notable por nada en particular. De hecho, podemos decir que era nadie, que no tenía siquiera historia, hasta el punto de que ha sido necesario inventarla, su historia, para llevarla al cine. Si me hubieran contado algo de Virginia Woolf o de Natalie Barney me habría interesado, sin duda, pero no me habría conmovido como la historia, necesariamente inventada, de Delia, una heroína del silencio.
Los héroes del silencio son así. No cuentan con asideros para auparse al espacio público, nadie les va a decir lo relevante que es lo que han decidido hacer, ni esperan que tal cosa ocurra. Simplemente lo hacen porque entienden que la vida, la suya y la de los demás, mejorará. Los héroes públicos, por ejemplo las autoras antes mencionadas, pueden permitirse romper con la norma, incumplir la ley, incluso ir a la cárcel por ello, como le ocurrió a Oscar Wilde. Los héroes del silencio no pueden permitirse ir a la cárcel por sus gestos liberadores, así que no incumplen las leyes, pero sí rompen en algún momento con el canon establecido que dicta cómo comportarse.
Los héroes del silencio no pueden permitirse ir a la cárcel por sus gestos liberadores, así que no incumplen las leyes
Cambiar el canon requiere incumplirlo, repetidamente, día a día, bofetada a bofetada, insulto a insulto. El canon es, por decirlo así, la norma social, no legal, que marca cómo debemos ser. Delia tenía que ser obediente y lo era, cumpliendo a rajatabla los artículos 143 y 144 del Código Civil de 1942 que establecían la potestad del marido sobre la mujer. Pero además temblaba ante su marido y eso no estaba en el Código Civil, sino en el canon social. Una conversación entre el marido de Delia y su padre ilustra bien lo que digo: le pegas demasiado seguido, es mejor una buena paliza más espaciada. El canon también tiene sus siniestros matices.
Todavía pensativo acerca de la película de Cortellesi, a primera hora de la mañana siguiente recibo una llamada demoledora. La voz quebrada de una querida amiga me comunicaba la muerte de otro querido amigo, Pedro Arriola. Profesor de Geografía en la Facultad de Letras de nuestra universidad, pionero en los estudios del desarrollo urbanístico de Vitoria y, también, un héroe del silencio.
Hasta para irse buscó Pedro deliberadamente el silencio, como lo había hecho a lo largo de su vida mientras su forma de vivir desafiaba sin miramientos el canon social. Yo lo conocí muy joven, siendo yo estudiante y él un profesor primerizo, de aquellos que empezaban a enseñar apenas habían terminado de aprender. Eran los primeros ochenta, un momento, como dice Antonio Rivera, en que la modernidad reventó inopinadamente en la ciudad. Hertzainak, Tmeo, los primeros cómics de Ikusager de la mano de Ernesto Santolaya y, sobre todo, héroes del silencio como Pedro, que decidieron vivir no según marcaba el canon social sino como les dio la gana.
El canon es, por decirlo así, la norma social, no legal, que marca cómo debemos ser
Para un bilbainito que pensaba que iba de una ciudad como debe ser a a un pueblo de curas y militares (algo así como ir de Nueva York a Salt Lake), aquella gente, como Pedro, fue el primer contacto con el desafío silencioso, pero consciente, del canon social. Bilbao tenía Distrito 9, pero Vitoria gente como él que, antes que de Alaska y Dinarama le pusieran música en 1986, ya estaban gritando en silencio a quién le importa lo que yo haga.
Qué importantes son estos héroes del silencio que decidieron en algún momento quebrar el canon. Romper la horma de hierro, como decía Amelia Valcárcel, era vital en los setenta y ochenta para llevar a cabo las emancipaciones pendientes. Para ello fueron importantes, mucho, la constitución y las leyes que de ella fueron emanando, como la reforma de la ley de Peligrosidad que días después de refrendada la constitución suprimió el delito de homosexualidad. Pero fueron los héroes y las heroínas del silencio quienes, como en la Roma de post-guerra, quebraron el canon, la horma que constreñía y se liberaron para liberar a toda la sociedad porque todos fuimos más libres desde entonces. Delia, Pedro, sois mis heroínas y mis héroes del silencio.