No, no ganará el PRI exactamente, sino el nuevo PRI, el partido que ha construido su antiguo militante Andrés Manuel López Obrador. Suele envolver su creación política con un acrónimo bien significativo, la 4T, la cuarta transformación de México. La primera sería la independencia de España (1821), la segunda la reforma de Benito Juárez (1857), la tercera la revolución de 1917 y la cuarta él, AMLO. Ya se ve que no se anda con chiquitas a la hora de situarse en la historia.
Debo confesar que si yo hubiera sido mexicano habría votado por Andrés Manuel en 2018. No lo soy de pasaporte pero sí, desde hace años de cercanía y de predilección por este país. De hecho, escribo este artículo desde Ciudad de México, donde constato que no pocas amigas y amigos confiesan que votaron por él y, como yo, se confiesan también profundamente decepcionados. Yo habría votado por el actual presidente porque prometió abrir la ventana para que se aireara el tufo a corrupción y porque señaló, como buen cirujano de hierro, las tres intervenciones estructurales que el país necesitaba: una educación primaria y secundaria de calidad, un sistema sanitario solvente y eficaz y una integración del país con nuevas infraestructuras de comunicación, especialmente la recuperación de una red de ferrocarriles echada a perder hace décadas.
López Obrador suele envolver su creación política con un acrónimo bien significativo, la 4T, la cuarta transformación de México
Nada de eso se ha hecho en México en los seis años de la administración de López Obrador. Eran los requisitos para terminar con el gran problema de este país, la desigualdad. Llego a una semana de las elecciones y el México que veo es el que yo conocí cuando viví aquí hace una década y el que he seguido viendo año por año. Si, como sostenía el presidenciable de 2018 solamente una sociedad con acceso generalizado a una formación de calidad y una sanidad garantizada puede abandonar la pobreza o de la estrecha línea que la separa de la extrema precariedad, a día de hoy no ha habido un avance sustancial en ninguno de esos ámbitos. Los ricos de México (que son realmente muy ricos) podrán estar todo lo descontentos que quieran con Morena, el partido de Andrés Manuel, pero no pueden quejarse de que sus políticas hayan afectado en un ápice su posición social. Nomás no alteró la desigual relación entre ricos y pobres, los de abajo siguen abajo.
Decía al principio que ganará el PRI, el nuevo PRI que ha montado López Obrador. Al más destilado estilo priísta, sustituyó la revolución que prometía por lo que en mexicano se denomina maiceo, de echar el maíz a las gallinas. Como no iba a haber revolución que valiera, se sustituyó por cheques, por ayudas, de pequeño monto pero siempre muy bien acogidas por quien no tiene nada, que si para el desayuno escolar, que si para libros, que si para esto o lo otro. Nada que no se arregle aumentando la deuda pública, pero que no resuelve lo que en 2018 veía tan claro el presidenciable.
Nada de eso se ha hecho en México en los seis años de la administración de López Obrador
México necesitaba realmente una 4T, una nueva revolución, no como las anteriores obviamente, pero sí una política profundamente transformadora. Necesitaba ese paso de gigante hacia un Estado garante de un reequilibrio social financiado mediante una reforma fiscal. No para maicear, sino para generar estructuras transformadoras en educación, sanidad y transportes.
Solamente una corrección profunda de los fundamentos de la desigualdad, de la pobreza y la precariedad podrían permitir enfrentar el otro gran problema de este país, la violencia. Lo mismo que el maiceo ha sustituido a la inversión infraestructural, la militarización ha sido la única solución que la administración saliente (saliente y entrante) ha arbitrado para no conseguir nada frente a la violencia.
Claudia Scheinbaum va a ser la primera presidenta de este país y no procede del PRI. Procede del PRD, que ahora está coaligado con el PRI y el PAN (algo así como si Izquierda Unida formara coalición con el PNV y el PP). Es atea e ingeniera. Esperemos que estas diferencias con Andrés Manuel López Obrador fructifiquen en una política también distanciada del presidente saliente. Por ejemplo, podría empezar por aplicar lo que en 2018 estaba tan claro.