Ha sido como un cambio en el minuto ochenta y perdiendo. Sale el jugador que creemos que puede arreglar el desaguisado y, sobre todo si marca un gol nada más salir, nos venimos todos arriba. Incluso las casas de apuestas notan un pico en el minuto ochenta y dos. Pero quedan todavía ocho minutos más el descuento y quién sabe si una prórroga. Lo malo es que es la final de la copa del mundo y te lo juegas todo, potenciales penaltis incluidos, con el cambio que se acaba de hacer.
En esa situación está ahora mismo el largo ciclo electoral norteamericano, que es la final de la copa del mundo de las elecciones democráticas. A todos nos va siempre mucho en esa final por obvias razones, pero en esta ocasión yo diría que nos va todo, o casi todo. Uno de los candidatos es un convicto con clara voluntad, además de indultarse, de alterar radicalmente el sistema occidental generado tras la II Guerra Mundial. Sí, Donald Trump, además de culpable de graves delitos, es un revolucionario en el peor sentido de la palabra.
En primer lugar, alterará sustancialmente el sistema de comercio actual (como ya trató de hacer entre 2016 y 2020) imponiendo una rígida ley del embudo. Lo hará en nombre de un nacionalismo exacerbado que ha resumido en el acrónimo que le acompaña en todo acto público. Hacer a los Estados Unidos (o sea, América) de nuevo grande es un lema que llega al corazón y a la declaración de la renta de buena parte de sus fellow Americans. Es la vía más populista, la que utilizaba el independentismo catalán hacia 2017 prometiendo que la tierra de San Jordi sería ni más ni menos que otra Dinamarca.
Nacionalismo populista y comercio internacional no han sido históricamente una pareja
estable. Al contrario, la desembocadura de esa combinación ha sido la guerra, como
estamos viendo ya de hecho en el este de Europa donde otro nacionalista del pelo de
Trump trata de imponer también una ley del embudo aún más brutal quedándose con
parte sustancial de la riqueza del vecino. Es por ello que Trump y Putin se entienden: hablan el mismo lenguaje. Pero también es por ello que a la larga acabarían encontrándose en el único campo estable para ambos, el de batalla.
La propuesta revolucionaria del delincuente republicano incluye también un abandono
paulatino del sistema de defensa occidental. Lo de MAGA tiene que ver también con dejar la OTAN a la deriva: nuestros aviones y misiles, para los americanos. Esto es tan claro que el gobierno de la UE ha tomado buena nota de la urgente necesidad de construir un sistema de defensa alternativo, por si acaso.
Pues esto parecía más o menos inexorable hasta que Kamala Harris ha salido en el minuto ochenta y en el ochenta y dos ya le ha marcado un precioso gol a Trump: fui fiscal muchos años y conozco a los delincuentes. Dicho a la mexicana, para que le midas el agua a los camotes nomás. Si hay nuevas referencias a la edad, la flojera mental producida por los años o los lapsus van a cambiar de dirección, pero Harris no va a basar su campaña en el dato de que su contrincante tiene la edad que tenía Biden en 2020 sino en contraponer a un delincuente que propone alterar completamente el sistema occidental a una representante de la decencia. Es decir, intentará arrebatar a Trump y Vance la titularidad de la defensa de la ley y el orden. Ahí es donde más le puede doler a la campaña republicana, como ya se está viendo en su reacción a la posible designación de Harris como candidata.
El título de este artículo, como saben, está tomado de una canción del añorado Leonard Cohen. “Navega, navega ¡oh poderosa nave del Estado! hacia las orillas de la necesidad, esquivando los acantilados de la codicia y atravesando las borrascas del odio”. Esto representa Harris, la nave del Estado frente a los peligros del odio y de la codicia. Si Kamala Harris es capaz de convencer a sus fellow Americans de que Trump es la encarnación de ese peligro del odio y de la codicia disfrazada de nacionalismo, y lo es, puede vencerlo en las urnas el día 5 de noviembre. Tiene que mostrar que ella es capaz de llevar el timón, el gubernaculum del Estado. Le quedan tres meses de vicepresidencia para demostrarlo.