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Cuando a finales del siglo XIX unos trabajadores socialistas comenzaron a entonar una cancioncilla que acabaría siendo el himno por excelencia del socialismo, La Internacional, poco podrían imaginar la aplicabilidad que tendría hoy su premonición de que el mundo va cambiar de base. No lo va a hacer, obviamente, en el sentido que preconizaba la canción sino en otro radicalmente opuesto y los resultados electorales de EEUU así vienen a certificarlo.

Donald Trump ha tenido un éxito electoral que se sale de la tabla. Lo hace en números pero, más importante a mi modo de ver, lo hace en racionalidad. Respecto de los números, ahí están en toda su contundencia: el republicano ha ganado en casi todo y superando cualquier predicción previa a las elecciones.

Una victoria que, sin embargo, hay que verla desde lo que significa en términos sociales, y a ello me refiero con la racionalidad. Lo que está mostrando este regreso de un personaje como el líder republicano a la Casa Blanca es que lo que se ha trastocado precisamente es la racionalidad social y su reflejo electoral. 

El partido ha sido el instrumento del que se ha valido para lanzar una propuesta propia y que en realidad tiene muy poco que ver con el republicanismo norteamericano

En primer lugar conviene tomar buena nota de que ha sido personalmente él y no tanto el Partido Republicano quien ha ganado de calle estas elecciones. El partido ha sido el instrumento del que se ha valido para lanzar una propuesta propia y que en realidad tiene muy poco que ver con el republicanismo norteamericano.

Por ello viejos republicanos han abandonado el barco o han pedido el voto para Harris, argumentando que les ofrecía más garantías para el sistema la actual vicepresidenta que el expresidente. Se trata, en algunos casos, de personas que trabajaron con él durante su anterior mandato y que, sin tapujos, han calificado a Trump como fascista.

Esa es una clave interesante, porque, efectivamente, lo que vemos el día después de las elecciones es que se ha impuesto una nueva racionalidad social que si hay algo que no busca es precisamente la preservación del sistema.

Nos asombra que un tipo culpable de varios delitos, que intentó un golpe de Estado cuando perdió las anteriores elecciones, que promete saltarse todas las leyes migratorias o que, sin duda, volverá a alterar profundamente las relaciones internacionales sea el elegido con tanta contundencia por la sociedad norteamericana.

Nos puede sorprender a quienes seguimos entendiendo el comportamiento electoral de acuerdo con la anterior racionalidad social

Más si enfrente tenía a una persona de intachable trayectoria, que ha sido fiscal y vicepresidenta del país. Nos puede sorprender a quienes seguimos entendiendo el comportamiento electoral de acuerdo con la anterior racionalidad social. Una racionalidad para la que alguien como Trump no debería nunca haber pasado de un excéntrico candidato en las primarias republicanas hace ocho años. 

Pero esa racionalidad social está despareciendo no ya de Estados Unidos, sino del mundo. Lo hizo en Italia y lo hará en Francia, como en Países Bajos o Austria, sin descartar que pueda suceder lo mismo en Alemania. Aquí pasará algo similar en cuanto el actual gobierno no aguante más y convoque elecciones.

Es una racionalidad que precisamente busca un cambio radical de sistema, que está a disgusto con el actual al que ve muy pocas posibilidades de ofrecer algo que la nueva racionalidad valora por encima de la libertad: la seguridad. No se trata solo de seguridad respecto al exterior hostil, que también, sino seguridad en el interior de la sociedad: respecto del trabajo, de la vivienda, de la calle

¿Ofrece más seguridad en el trabajo el modelo empresarial de Elon Musk que el Estado del bienestar? Pues se diría que la nueva racionalidad social entiende que sí, sobre todo si viene acompañada por un poder público que propone no ocuparse de la educación (de hecho, hacer desaparecer el departamento a nivel federal) y sí, a fondo, de echar a patadas a los inmigrantes.

Esa racionalidad es mucho más atractiva para una sociedad que entiende que las relaciones básicas son las que se establecen entre el individuo y las grandes corporaciones y no con el resto de la sociedad.

No es tanto que sean partidos de ultraderecha, sino que son líderes políticos y empresariales que han captado perfectamente que las elecciones no confrontan ya diferentes formas de gestionar el sistema

El mundo va cambiar de base, sí, pero hacia el sistema que dicta la nueva racionalidad social. No es tanto que sean partidos de ultraderecha (de hecho, lo mismo podría haberse producido con partidos de ultraizquierda), sino que son líderes políticos y empresariales que han captado perfectamente que las elecciones no confrontan ya diferentes formas de gestionar el sistema, sino a quienes quieren preservarlo y quienes proponen dejarlo atrás.

Los argentinos no votaron a Milei porque les dijera a gritos que les iba a retirar todos los subsidios (como ha hecho) o porque propusiera liquidar la educación pública (como está haciendo) sino porque iba a cortar con una motosierra con el sistema, con la antigua racionalidad social.

Si en el camino se quedan también la democracia o los derechos (lo cual es altamente probable) no pasa nada porque precisamente forman parte de la antigua racionalidad, no de la nueva. Esto parecer ser el siglo XXI.