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Estados Unidos estrena Administración como si fuera una final de la Super Bowl. En vez de una estrella de la canción sale un presidente con un rotulador enorme firmando decretos ejecutivos escogidos para el espectáculo.

Los decretos u órdenes ejecutivas son una prerrogativa presidencial no explícitamente establecida en la Constitución, pero sí de manera implícita al entenderse como instrumento para la dirección del gobierno federal, una de las dos competencias esenciales de la presidencia (la otra es la dirección de la política exterior). Fue esa, por ejemplo, la herramienta política que escogió Abraham Lincoln para proclamar la emancipación de los esclavos.

El show de Trump pervierte el sentido constitucional de esas órdenes al incluir en ellas también algunas que no tienen cabida en una decisión ejecutiva, como vulnerar el derecho de nacionalidad o alterar leyes como la de inmigración. Es por ello que se ha activado el cortocircuito constitucional de la revisión judicial, es decir, la capacidad que tiene un juez para bloquear una decisión ejecutiva o legislativa que pueda afectar al orden constitucional y los derechos de las personas.

Todo parece apuntar a cuatro años intensos en el vaivén de decisiones presidenciales bloqueadas judicialmente, aunque, en su anterior mandato, ya Trump se aseguró el último resorte de la Corte Suprema.

 No ha perdido un minuto la nueva Administración para amenazar al Reino Unido, Dinamarca, España, Panamá, México o Colombia

Si en el ámbito doméstico la nueva Administración ha colocado la línea de salida en el borde de la constitución, en el internacional se ha posicionado de entrada en el modo más agresivo posible. Se trata de empezar enseñando los dientes pero, curiosamente, no a quienes se suponían el equipo contrario, sino a los compañeros de viaje. No ha perdido un minuto la nueva Administración para amenazar al Reino Unido, Dinamarca, España, Panamá, México o Colombia, mientras la consigna parece ser que Rusia, China o la India no se tocan.

Entre el estilo matón de Trump y el de Javier Milei hay mucho en común, pero también una diferencia sustancial. El argentino ha de conformarse con la verborrea y la mala educación, mientras Trump puede acompañar todo ello con una amenaza muy concreta: el arancel.

A España por ser lo que no es, a Dinamarca por no vender lo que no puede, a Colombia o México por no aceptar violaciones de derechos humanos, a Canadá por no ser lo que no puede ser… la constante amenaza de Trump con los aranceles busca forzar a otros países a incumplimientos de sus propios ordenamientos o del orden jurídico internacional. Lo usará también, sin duda, para forzar cambios en las relaciones comerciales del Estados Unidos, pero no ha empezado por ahí, sino por utilizarlo como un “Great Stick” que fuerce a otros países a amoldarse a su idea del orden internacional, aunque sea de manera ilegal.

Descontado el componente bocachancla que tiene el show de Trump, queda, sin embargo, la amenaza que, a diferencia de Milei, Trump sí puede hacer efectiva de la noche a la mañana

La consecuencia de usar el arancel de esta manera envía una clara señal, que sin duda ya ha sido detectada en el mundo de los negocios: nada va a ser estable con esta Administración y nadie podrá estar seguro de que sus operaciones en Estados Unidos puedan diseñarse a un año vista. Descontado el componente bocachancla que tiene el show de Trump, queda, sin embargo, la amenaza que, a diferencia de Milei, Trump sí puede hacer efectiva de la noche a la mañana.

De modo que áreas como la Unión Europea que han formado parte del mismo equipo que EEUU desde 1945, van a tener que acostumbrarse a jugar solos. Estados Unidos no es de fiar, y eso es una conclusión desgarradora para Occidente y en especial para la UE.

No se trata de dar nada por roto, pero sí de tomar nota del hecho de la poca fiabilidad de los Estaos Unidos y comenzar a buscar otros acuerdos más estables, otros espacios donde las relaciones comerciales sean más seguras y, por supuesto, se trata urgentemente de acelerar en la autosuficiencia militar y tecnológica. Para ello, obviamente, la UE necesita ser más UE y no más nacionalista. O más UE o sometimiento al diktat del que sostiene el Great Stick del arancel.

Decía Montesquieu que no hay como perder el miedo para que el mandón note su debilidad. En la medida en que la UE no entre al rap vocinglero y trabaje para aminorar en lo posible la efectividad de la amenaza arancelaria de Trump, podrá controlar mejor la situación y navegar lo menos peligrosamente posible por estos cuatro años que no han hecho más que comenzar… y de la peor manera posible.