La batalla por la atención no es nueva, pero nunca ha sido tan feroz. Está ahí, ensordecedora, en cada notificación, en cada eslogan de campaña, en cada sesión de TikTok que te roba 45 minutos de vida, o más, y te deja con la sensación de que ya has visto demasiado y al mismo tiempo, nada.
Algunos políticos lo saben. No basta con hacer bien su trabajo, tienen que hacerse notar. No importa tanto lo que dicen, sino si logran que alguien los escuche. Javier Milei convirtió su campaña en una serie de TikTok. Ayuso habla en titulares diseñados para ser virales. Mientras tanto, otros siguen creyendo que la gente se sentará a escuchar discursos de 20 minutos como si estuviéramos en los tiempos de la radio familiar. No lo harán.
La política, por desgracia, ya no es un debate de ideas. Es un pulso por el espacio mental. Si consigues que hablen de ti—para bien o para mal—, ya has ganado algo. No es necesario argumentar, solo ser imposible de ignorar.
La política, por desgracia, ya no es un debate de ideas. Es un pulso por el espacio mental
Los algoritmos no premian la profundidad. Premian la reacción. Y la reacción más rápida es la indignación. ¿Cuándo fue la última vez que un discurso pausado y bien argumentado se hizo viral? Ni lo recuerdas.
En cambio, las peleas en los platós, las respuestas cortantes y las declaraciones incendiarias dominan el panorama.
Así que aquí estamos, en un ecosistema donde la provocación es más rentable que la coherencia. No importa si lo que dices es verdad. Lo importante es que genere un clip de 30 segundos que haga que alguien se ría, se enfade o lo comparta. La emoción manda, la atención sigue y el poder se lo queda quien la domina. Triste, ¿verdad?
La emoción manda, la atención sigue y el poder se lo queda quien la domina
Hay un problema: la atención es finita y nos la están exprimiendo. Nos indignamos rápido, nos cansamos aún más rápido y, sobre todo, olvidamos. Hoy una polémica ocupa todos los titulares, mañana nadie se acuerda. Mientras tanto, los problemas de fondo siguen ahí, esperando su momento… que nunca llega.
¿Qué podemos hacer? Aprender a filtrar. A decidir si queremos ser espectadores pasivos o recuperar el control sobre lo que realmente nos importa. Porque si no somos nosotros quienes elegimos a qué prestamos atención, alguien más lo hará por nosotros.
Así que la pregunta no es quién tiene el poder, sino quién tiene tu atención hoy. Porque lo que miramos define lo que importa. Y lo que importa define el futuro.