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Opinión

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En un mundo lleno de tecnología, en el que la IA lo inunda ya todo y trabaja por nosotros...

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La siguiente escena tiene lugar en la cafetería de una calle húngara, pero puede verse a diario prácticamente en cualquier sitio.

Describo: Una preciosa cafetería con vistas a la catedral de San Esteban. La mesa de al lado está ocupada por 6 personas, la mayor tiene más de 30 años y la más pequeña una niña de unos 8. Los otros 4 adolescentes, entre 12 y 17 aproximadamente. La relación entre ellos, desconocida. Bueno, de hecho, viendo la imagen una podía pensar que no se conocían de nada. Seis personas. Hora y media de comida, y hora y media pegados a 6 móviles que disparaban selfies como si no hubiera mañana y enviaban mensajes.

Escena dos. Escenario; el metro de Madrid. En el vagón todos miran su tableta o su teléfono móvil mientras se acercan a sus destinos, ajenos a lo que ocurre a su alrededor. La única excepción, y por serlo llama la atención, es una joven que de pie está enfrascada en un libro en papel. Joven, lectura y papel es una combinación poco habitual.

La monotonía de la escena se rompe en la siguiente parada, cuando un señor mayor se incorpora al vagón, saluda a todos los viajeros y se dispone a entonar una conocida canción que es una delicia. Ni siquiera esta situación consigue que quienes se afanan con sus aparatos electrónicos despeguen la mirada de ellos. Lo poco que puede percibirse es la cara de hastío de algunos que sin mirar, parecen pensar “ya está este hombre por aquí otra vez”.

Nos escondemos detrás de nuestras pantallas sumergiéndonos en mundos tan ideales como irreales a los que vamos contribuyendo entre todos

Dos escenas con distinta localización, diferentes pero iguales, y repetidas un día sí y otro también, hasta que dejan de llamarnos la atención. No sólo nos pasan desapercibidas; es que además, quien más quien menos acaba siendo parte del elenco de los que integran estas situaciones.

El resultado es que todos, unos más y otros menos, lo que conseguimos es aislarnos del entorno más próximo, aislarnos del mundo real que debe ser tan horrible que es mejor no mirarle a los ojos, ni de refilón. Nos escondemos detrás de nuestras pantallas sumergiéndonos en mundos tan ideales como irreales a los que vamos contribuyendo entre todos, poco a poco.

A lo largo de este proceso que desgraciadamente se inicia cada vez a edad más temprana -la pequeña de Budapest no pasaba de los ocho años- nos estamos perdiendo la vida real y con ella nuestra capacidad de emocionarnos con estímulos externos, y también la empatía con los demás.

Preocupan y en algunos casos incluso ocupan los más pequeños, que tienen acceso a internet de forma natural y en la mayoría de los casos sin control de ningún tipo, porque los problemas que las redes sociales y las visitas a determinadas páginas en internet se empiezan a dejar sentir en el día a día, y los efectos son extremadamente peligrosos.

Nos hace falta a todos, levantar la cabeza del móvil durante mucho más tiempo del que lo hacemos, y mirar el mundo, y mirar la vida a través de nuestros ojos y no a través de una pantalla

Hablamos del control parental de los dispositivos móviles. ¿Cómo ponerlo en marcha y procurar que sea eficaz? Difícil encomienda sobre todo si tenemos en cuenta que las nuevas generaciones son nativas digitales y nos llevan, a quienes no lo somos, ventaja exponencial.

En todo caso y como siempre la educación empieza en casa y luego continúa en el aula. La manida frase de “los niños aprenden lo que ven “ está plenamente vigente. Si mientras comemos usamos el móvil, como hacia nuestra adulta en Budapest, les estamos dando luz verde para que hagan lo mismo, y acabamos consiguiendo que los seis integrantes de la mesa no intercambien ni una sola palabra entre ellos, pero no dejen de hablar a través del dispositivo, porque debe ser mejor lo que está fuera que lo que está dentro.

Tenemos que procurar establecer los mecanismos para volver a la vida real. Tenemos  que sentir algo más que apatía, cuando un señor canta y saluda en un vagón de metro.

Nos hace falta a todos, levantar la cabeza del móvil durante mucho más tiempo del que lo hacemos, y mirar el mundo, y mirar la vida a través de nuestros ojos y no a través de una pantalla que juega con algoritmos.

En un mundo lleno de tecnología, en el que la IA lo inunda ya todo y trabaja por nosotros, en un mundo en el que cuesta digerir y asimilar los avances, tal vez el mas importante sea levantar la cabeza y volver a mirar para no arrepentirnos de haber pasado por aquí sin ver porque no somos capaces de mirar.