
Trump y Putin
Lo que el viento se llevó
El debate sobre la defensa de Europa crece ante la amenaza rusa, el giro de EEUU y el aumento del gasto militar
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La pregunta más trascendente en ochenta años que nos deberíamos estar realizando es si los ciudadanos de la Unión Europa consideramos necesaria la soberanía defensiva estratégica de Europa. En román paladino, si Rusia viene a por nosotros, ¿vamos a permitírselo? porque éste es el debate que está detrás del aumento del gasto en defensa que se ha convertido en el nuevo caballo de batalla de la política española.
Si a cada uno de nosotros nos preguntaran si estamos dispuestos a recuperar el servicio militar, entrar en guerra, elegir entre invertir en educación y sanidad o armas, el consenso me atrevería a decir que rozaría la unanimidad, un no contundente, al igual que la preferencia de la inversión en gasto social frente al militar.
La misma negativa, curiosamente, que daríamos a la injerencia rusa para desmembrar la Unión Europea. Lo que sucede es que esta cuestión ya no es una hipótesis, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su alineamiento con las posiciones de Putin nos han convertido en el sabroso jamón del sandwich que entre ambas administraciones quieren convertir en migajas. Lo impensable, un par de meses en la presidencia de EE.UU. del republicano han desbaratado el orden mundial nacido tras las segunda guerra mundial.
España por aquel entonces lamía sus heridas tras su guerra civil, mientras caía en las garras del golpismo militar de una dictadura que durante cuarenta años sometió a la población a la oscuridad. Las consecuencias de la no participación en los dos grandes conflictos del siglo XX fue una España irrelevante en los debates estratégicos planteados durante la Guerra Fría.
Ya en democracia vino el polarizante referéndum sobre la entrada en la OTAN o la decisión del Gobierno de José María Aznar de introducirnos en una guerra ilegal, la de Irak y sus inexistentes armas de destrucción masiva. La historia pesa y eso ha tenido su impacto en la cultura pacifista de la ciudadanía, así como en la proyección política de los partidos, especialmente y por razones obvias, en los partidos de izquierdas.
Ahora bien, volvamos a lo mollar, al terreno del escenario actual, ¿puede la izquierda mantenerse en la misma postura que hace una década cuando actores y película han pasado del cine mudo al ensordecedor Dolby Surround de los tambores de guerra? No hablamos de enviar tropas a Ucrania en mitad del conflicto y tomar parte activa en el mismo, hablamos de si queremos tener capacidad de disuasión para poner la línea roja que haga entender a Putin que si la atraviesa habrá consecuencias, independientemente de lo que haga nuestro hasta ahora aliado estadounidense. Estamos hablando de eso, más allá de la importancia de cómo se construye esta defensa conjunta de la Unión y cómo se paga, que es la otra parte que se ha de resolver en instancias europeas.
Incontables las veces que habremos visto y revisto una de las películas de culto, clasificada en el top cinco de las mejores películas de todos los tiempos en Hollywood, Lo que el viento se llevó. ¡Cómo olvidar a Escarlata O´Hara sosteniendo un puñado de tierra y con la mirada indómita pronunciar aquello de “a Dios pongo por testigo que no podrán derribarme”! ¡cómo no recordar los tiempos felices de un orden social de la segunda mitad del siglo XIX en el sur de Estados Unidos a punto de ser llevado por el viento! Otros aires son los que agitan el nuevo orden mundial que sopla desde el frío norte, que el viento de la autocracia no derribe el continente de la democracia y los valores humanistas.