Supongo que conoces el dilema del tranvía. Una unidad se desboca y está a punto de arrollar a cinco personas amarradas a los raíles. La buena noticia es que las puedes salvar accionando una palanca que desvía su dirección. La chunga, que en el otro camino hay un individuo también sujeto. Así que has de elegir: sacrificar a ese tipo si lo crees mal menor o hacerte el loco y dejar que el destino siga su curso.

A mí, de sopetón, me costaría decidir. Además, no se me da bien ir de Salomón por la vida. Pero tengo clarísimo cómo reaccionarían demasiados representantes públicos si sustituimos tranvía por políticas de igualdad fallidas, la palanca por estrategia de partido, en un carril ponemos mujeres en peligro y en el otro su relato.

Efectivamente: se protegerían el culo, aunque así arrasaran el último atisbo de ética que les pudiera quedar.

Y no lo doy por hecho por tener línea directa con el Oráculo de Delfos. Ojalá. Es que llevan tiempo enseñando la patita. Me refiero a los que se dicen progresistas. De los otros, para qué hablar.

El caso es que primero cierran filas, luego hacen malabares semánticos, piden el comodín del público y, en algún momento de la performance, recurren al chivo expiatorio de turno. 

Así es como el circo político resuelve las encrucijadas morales. Posponer, silenciar, maquillar, victimizarse, culpar a terceros. Ajustarse la corbata y soltar un “¿he sido yo?” con bastante más desvergüenza que Steve Urkel. Lo cual, hablando de violencia machista y gente que se compromete a combatirla contra viento y marea, suena atroz. 

No hay forma fácil de absolver de semejante escándalo a un ministerio liderado por mujeres que aún después se siguen proclamando las número uno del feminismo, nuestras supuestas aliadas

Mira el desastre de las pulseras telemáticas, ese gadget que prometía ser muro y acabó reducido a bisutería tecnológica. En su defensa han dicho algunas cosas, explicado a medias otras tantas y callado ni sé. Excusas y silencios que huelen a estiércol de Aliexprés para relativizar las consecuencias del cambio de proveedor, los GPS que bailaban, las alertas que no llegaban. Hasta el borrado de datos históricos. 

También nos han regalado una lección de positividad que ni Victor Küppers en su día más inspirado. Tranquila, chica, el desastre no fue determinante en ninguno de los feminicidios perpetrados en ese periodo. Además, las aguas volvieron a su cauce. A día de hoy hay unos 4.500 dispositivos activos y todos funcionan fetén. 

Eso destacan, como si hubiera que dar las gracias. Y no. Es un consuelo inútil. Primero, porque a duras penas cose la brecha de confianza y seguridad abierta. Segundo, porque no puedes esperarte algo así de fuerzas que despliegan orgullosas la pancarta morada y dejarlo pasar. No hay forma fácil de absolver de semejante escándalo a un ministerio liderado por mujeres que aún después se siguen proclamando las número uno del feminismo, nuestras supuestas aliadas. 

La llama amiga quema doble, sí. 

Y aun con todo, no sorprende. Hace bastante que ya no. Lo hemos visto con las tramas de corrupción y lucecitas de carretera en la familia socialista. Los derechos de las mujeres se defienden mientras no salte un lío y salpique el traje, la falda o al ex de Shakira. Y si ocurre, control de daños. Cortafuegos discursivo, algún conejo saliendo de la chistera para desviar los humos, como la propuesta de la abolición de la prostitución o de la ley de violencia vicaria, y a seguir. 

Cuando los suyos están en la diana, caramba: el #yosítecreo, la protección de las niñas, ese tipo de cosas, parece que ya no son lo primero. O puede que directamente les chupe un pie

Por cierto. Qué me dices del campamento de Bernedo. Las instituciones sabían que algo turbio podía estar cociéndose. Tenían, de hecho, varias denuncias. Incluida la de una presunta víctima de agresiones sexuales en el pasado a la que el sistema ya había fallado una vez. ¿Y? Hubo udaleku otro verano. 

Que no se investigara antes es cuestionable. Pero hay algo más en este caso que me altera la flora intestinal: todas esas activistas abertzales, de izquierdas y defensoras del colectivo LGTBIQ+ que han saltado como un resorte de feria para proteger a los monitores. 

¿La falta de consentimiento? ¿La minoría de edad? ¿La asimetría de poder? Cuando los suyos están en la diana, caramba: el #yosítecreo, la protección de las niñas, ese tipo de cosas, parece que ya no son lo primero. O puede que directamente les chupe un pie. 

Lo que está pasando es euskerafobia y transfobia, afirman. Por tanto, si dudas o discrepas, a la hoguera que vas. La de los fachas, los misóginos y las terfas, que es como desacreditan a las feministas de toda la vida, las tradicionales o como quieras llamarlas, por defender que el sexo es una realidad biológica y reclamar espacios segregados seguros. 

La filia ideológica es así. Tan poderosa que empuja a sus militantes, a veces más comprometidos que los de arriba porque se juegan alto tan íntimo como la fortaleza que da compartir pensamiento, a difíciles ejercicios de contorsión mental

Yo ya no pongo la mano en el fuego por casi nadie. Ni idea de si todo ha sido una trama urdida contra la teoría queer, y si en el fondo esos ciento y pico padres que han firmado a favor de la organización del campamento por tratar los cuerpos de sus hijos e hijas como “espacios políticos” tienen más razón que un santo.

Pero me pregunto qué opinarían en caso de que una menor cualquiera asegurara que fue obligada a ducharse con sacerdotes, todos en cueros. Bueno, en realidad no me planteo ese interrogante. Sé que la apoyarían.

Sin embargo, la filia ideológica es así. Tan poderosa que empuja a sus militantes, a veces más comprometidos que los de arriba porque se juegan alto tan íntimo como la fortaleza que da compartir pensamiento, a difíciles ejercicios de contorsión mental.

Y mientras, ahí está la ultraderecha viendo qué pesca del río revuelto. Capitalizando sin decencia ni sonrojo cada fallo y contradicción, la fragmentación dentro de la izquierda, confundiendo al personal con simplificaciones nivel parvulitos. Lo que haga falta para neutralizar avances y empujarnos de vuelta a ese ideal de tradwife que tantos sueños húmedos le provoca. Eso también es triste. Y peligroso. Muchísimo. Porque el truco de trilero está funcionando.

Ahora el problema no es que ellos agredan, es que ellas vayan a comisaría. El 72% de los chicos afirma temer una acusación injusta. Y cada vez más gente rechaza la objetividad de los números: que ocho de cada diez sentencias sean condenatorias, que la tasa de denuncias falsas no alcance ni el 0,01%. Mejor creer en conspiraciones feminazis, claro. Y que salga VOX por donde quiera.

No sé, seguramente quiero decir que más valdría ir haciendo autocrítica. Enfrentarse a la disyuntiva y asumir que un argumento defectuoso, una política ineficaz o una defensa hipócrita causarán más daño a medio plazo que la admisión honesta del error. Y enmendarlo. Haciendo bloque todo lo que se pueda.

Eso, o renunciar al dilema, reconocer que el relato propio manda, arrancar la palanca y tracatrá.