Santiago Abascal, de Vox, posa con un joven para una foto.
Mañana se cumplen cincuenta años de la muerte del dictador Francisco Franco. Sí, dictador, ni generalísimo, ni caudillo, dictador fascista que a través de un golpe de Estado y la guerra civil que sucedió derrocó a un Gobierno legítimo como la Segunda República española. Digo sí, golpe de Estado, no alzamiento militar, ni Alzamiento Nacional porque llevamos demasiado tiempo acostumbrados a eufemismos que evitan llamar a las cosas por su nombre en una pretendida romantización de quienes ocuparon el poder durante cuarenta años a sangre y puño de hierro. Incluso cinco décadas después, en la conversación pública se naturaliza, se utiliza sin vergüenza ni sonrojo, encharcando de franquismo sociológico el período democrático, calando cual humedad nostálgica en capas juveniles con eso de que “con Franco se vivía mejor”.
El silencio ha sido el cómplice temporal de un dictador muerto en su cama, al calor del palio eclesiástico y político que lo hizo posible. Lo han oído más de una vez, eso de atado y bien atado o dicho de otra forma ¡Shhh de eso no se habla! ¡de eso ya no me acuerdo! ¡hablar de eso no sirve de nada! de eso...
El miedo, la imposibilidad de liberar el alma de las penurias, las humillaciones, el hambre, el analfabetismo, la desmemoria del superviviente, la educación judeocristiana de culpa y mutismo sumado a una muy tardía acción política sin el concurso del partido heredero en la transición de quienes se acostaron franquistas y se despertaron demócratas hace ya medio siglo.
Son dos de los ingredientes que no solo, pero también, explican el auge de los movimiento de extrema derecha en el Estado español, aunque el fenómeno es más complejo. Durante tiempo se ha pensado que ha faltado educación democrática, memoria e historia. Casi todos, al menos los que pasamos por la EGB llegábamos al final de curso sin tiempo y a veces ni ganas por parte de los docentes de profundizar en el etapa franquista, así pues, el esquema se resumía primero hubo franquismo, luego llegó la transición y finalmente la democracia ¡chimpún!
Con frecuencia se ha puesto de ejemplo a Alemania por la forma tan diferente de afrontar, estudiar, reparar, resignificar e incluso legislar para superar colectivamente el nazismo. Aunque la educación es imprescindible, la condición indispensable, por sí sola no es suficiente a la vista del auge de lo herederos políticos de muchas de aquellas ideas que han conseguido ser segunda fuerza en el país germano, la AFD.
¿Qué pasa en la cabeza de un joven que decide levantar la mano y gritar “Viva Franco”? ¿Qué está sucediendo para que una parte de la juventud no vea en el autoritarismo una amenaza sobre sí mismo? Su abuelos lucharon para que ellos disfrutaran una vida alejada del gris, con el espíritu encendido de sentir que el mundo podía ser de color para todos. Aquellos abuelos tenían sus preocupaciones y sus sueños, los de hoy también, pero han mutado. El sentimiento de insatisfacción se ha instalado en la comodidad de dar todo por hecho, por conquistado y de un creciente individualismo que ha cambiado lo colectivo por el qué hay de lo mío. A ello ha contribuido la desinformación, las redes, los agitadores que se pasean por la universidades a darse un baño de multitudes al ritmo del Cara al Sol. Blanquear la dictadura, el franquismo, los bulos, incluso seguir una moda hacen el resto. Pequeño matiz, ni mucho menos son todos los jóvenes ni la mayoría, pero si son cada vez más los que denostan la democracia en favor de mayor autoritarismo.
No hace mucho el diputado de Vox en el Congreso, Manuel Mariscal, en una de sus intervenciones afirmaba así: “gracias a las redes sociales muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la guerra civil no fue una etapa oscura, sino una etapa de reconstrucción del progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional” dando voz y soporte público desde las instancias políticas.
Paco Etxeberria, antropólogo forense y asesor de la Secretaria de Estado de Memoria Democrática, trabaja en estos momentos en el Valle de Cuelgamuros intentado identificar a republicanos y gudaris que el franquismo desenterró de las fosas donde los sepultó para trasladarlos al mausoleo franquista, junto a sus verdugos y sin el conocimiento de los familiares que no pudieron inhumar con dignidad a sus seres queridos. En la actualidad hay unas doscientas familias que han solicitado la identificación de sus parientes, cuarenta de la Comunidad Autónoma Vasca. Hasta la fecha han podido identificar a veintiuno. La labor es inmensa, a la par que extremadamente complicada debido a la mala conservación de los restos, pero como dice Etxeberria el ejercicio de ir a buscar en una fosa en nuestros montes o en el Valle es obligatorio. La mayor dificultad la encuentran en las resistencias vivas frente a este trabajo de reparación.
Ya hay un proyecto que se ha elegido en concurso para la resignificación del lugar. Durante cincuenta años allí no ha habido ninguna explicación, ninguna información que contextualice por qué hubo una guerra, por qué se construyó aquello, por qué se le enterró a Franco, por qué se le desenterró...nada. Sacar al dictador del Valle llevó más de dos años por todo tipo de recursos, equivalentes a los que se han presentado para frenar la identificación de los cuerpos. Recurso por alteración de la paz de los muertos, que se iba a maltratar a las víctimas del bando nacional, recursos administrativos, judiciales, el Valle no se toca... Parece mentira lo realmente costoso que es construir un Estado de Derecho y qué rápido se puede ver amenazado, no nos lo podemos permitir.