Entre la sorpresa y la estupefacción. Así respiraba la militancia del PNV este viernes tras el shock generado por una noticia inesperada: la retirada de Iñigo Urkullu. Así, a sólo unos meses de las cruciales elecciones autonómicas, que serán convocadas por el propio Urkullu previsiblemente para marzo, la formación liderada por Andoni Ortuzar se mueve entre el cambio generacional -los posibles sustitutos son más jóvenes- y una suerte de huida hacia adelante difícil de explicar en el partido y de entender fuera del mismo.
Pese a la lógica erosión por sus casi doce años en Ajuria Enea, Urkullu era y es el político mejor valorado por los vascos. Aventaja en bastante distancia a la segunda, que es Maddalen Iriarte, excandidata a la Lehendakaritza de Bildu y actual lideresa de la coalición abertzale en la Diputación de Gipuzkoa.
Parecía que repetía
Desde hace años parecía claro que el tercer mandato sería el último de Urkullu. Sin embargo, el freno a sus planes derivado de la pandemia del coronavirus parecía despertar la esperanza de que volviese a presentarse. Después de unos meses de fuertes dudas al respecto, sobre todo a principios de este 2023, en Euskadi todo el mundo interpretaba que Urkullu, un talismán electoral, era la única opción del PNV tras sus discretos resultados en las municipales y forales de mayo y en las generales de julio.
Ya en las últimas semanas parecía aún más claro que el jefe del Gobierno vasco -más electoralista y combativo que nunca- repetiría para optar a un cuarto mandato y quizás superar el récord de 14 años en el poder del lehendakari José Antonio Ardanza. En los pasillos del Parlamento de Vitoria nadie, ningún miembro de partido alguno, podía imaginar que Urkullu no seguiría.
Pero este viernes llegó la gran sorpresa. Se contaba que el PNV había tomado la decisión, pero todo hace indicar que ese ha sido un relato construido después de que el propio lehendakari decidiera dejarlo. Ha sido una decisión colegiada, por así decirlo, y muy sorprendente.
En la decisión de Urkullu pesa el desgaste del tiempo, eso es obvio, pero quizás también el empuje de Bildu. Porque él y los dirigentes de Sabin Etxea han tomado esta decisión sin duda condicionados por el posible 'sorpasso' de la coalición abertzale en las autonómicas que dibujan algunas encuestas. Nótese, en todo caso, que los sondeos del PNV no dicen eso, sino que apuntan a que ellos ganarán, sea cual sea su candidato. Precisamente por ello suena extraño lanzarse a buscar un revulsivo electoral.
Salen los "Jobubis"
Es evidente, en todo caso, que la salida de Urkullu supone un cambio generacional en el PNV. Los aspirantes que más suenan como sustitutos destacan por su juventud. De hecho, en este momento la continuidad de Ortuzar al frente del partido también queda en duda tras romperse su dupla, esa que parecía irrompible, con el lehendakari. El propio presidente peneuvista lleva un tiempo sugiriendo su posible marcha -"llevo demasiados años"-.
Han llegado tiempos diferentes en la política nacional, con Pedro Sánchez dependiendo de todos los nacionalistas, con especial fuerza para el PNV. Si los jeltzales quieren pisar el acelerador en la cuestión territorial, tal vez Urkullu no sea la mejor opción
Está claro que con esta decisión en el partido hegemónico de Euskadi empieza de alguna manera el declive de los llamados "Jobubis" (acrónimo de "jóvenes burukides -dirigentes- de Bizkaia). Se trata de aquel legendario grupo liderado por el que fuera presidente del partido y ahora en Repsol, Josu Jon Imaz, José Luis Bilbao, Koldo Mediavilla, el propio Urkullu y Ortuzar. Aquel era un equipo de renovadores que llegaron para enterrar la época de la presidencia de Xabier Arzalluz, que había derivado, pacto de Lizarra mediante, en el célebre plan del lehendakari Juan José Ibarretxe.
Urkullu y el resto de "Jobubis" representaban el alma más templada y posibilista del PNV, frente a Joseba Egibar y los suyos. Y en cuanto se hicieron con el control del partido apostaron por una vía más conciliadora, exhibieron la moderación por bandera y se alejaron de cualquier tentación rupturista, como lo demuestra la actitud del propio Urkullu durante el 'procés' catalán.
Junts y PNV...sin Urkullu
No obstante, han llegado tiempos diferentes en la política nacional, con Pedro Sánchez dependiendo de todos los nacionalistas, con especial fuerza para el PNV. Si los jeltzales quieren pisar el acelerador en la cuestión territorial, tal vez Urkullu no sea la mejor opción. Como muestra, un botón: este mismo viernes Ortuzar y los suyos se reunían con Junts per Catalunya.
Asimismo, el propio presidente del PNV se ha reunido en los últimos tiempos en dos ocasiones con Carles Puigdemont. Un político al que, por decirlo claro, Urkullu no soporta, sobre todo después de aquella 'traición' de 2017, cuando el lehendakari medió con el Gobierno central para evitar el choque e intentó convencer a su homólogo catalán de que no hiciera una declaración de independencia...
¿Huida hacia adelante?
Acaso es que en los nuevos tiempos de la política española no cabe la moderación de Urkullu pero sí las huidas hacia adelante.
Ortuzar presumía esta misma semana de que el PNV es "un partido previsible". No lo ha sido en este caso. También los peneuvistas han respetado siempre esa máxima ignaciana de que en tiempos de tribulación no conviene hacer mudanza.
Esta decisión de buscar un revulsivo electoral conlleva no pocos riesgos. Recuerda, de hecho, a lo que pasó antes del 28-M con la candidatura en Vitoria, cuando los jeltzales prescindieron del alcalde, Gorka Urtaran, y optaron por la exconsejera Beatriz Artolazabal, que naufragó en las urnas estrepitosamente y acabó como cuarta 'clasificada'.
Ya está claro, reminiscencias aparte, que las autonómicas de 2024 el PNV apostará por la juventud y tal vez también por el feminismo. Quizás Bildu haga lo mismo.