Lo vemos desde la distancia, y lo percibimos como mucho más lejano de lo que realmente es. Me refiero a Estados Unidos, y al proceso electoral en el que el país que condiciona al mundo entero, se halla sumergido desde hace meses.
Visto con la perspectiva de esa distancia física que nos separa, lo primero que a uno le viene a la mente, es el papelón que tienen los electores en aquel país, para elegir entre dos partidos cuyos candidatos dejan bastante, por no decir, mucho que desear.
Elegir entre republicanos y demócratas, elegir entre Trump y Biden, si vamos a lo personal y obviamos lo ideológico, no debe ser tarea fácil.
Los últimos acontecimientos se han precipitado claramente en favor de Donald Trump, el inventor entre otras cosas de lo que ha dado en denominarse el trumpismo, quien
presuntamente amparó el asalto a la democracia americana, y al que persigue o perseguía la justicia con distintos procesos abiertos. Perseguía, porque de repente a Trump la justicia le ha hecho un regalo en pleno proceso electoral, al reconocerle el Supremo de aquel país “inmunidad penal para actos oficiales “ en el ejercicio del cargo. O lo que es lo mismo, le respalda en su petición de desactivar las acusaciones, por intentar anular las elecciones del 2020. Y el resto de los contenciosos que tiene abiertos, no quedaran resueltos antes de la contienda electoral.
Como suele decirse, y hablando de la situación de la justicia, en todas partes cuecen habas. Es normal que muchas voces estén clamando ante una decisión que pone a la judicatura claramente en entredicho, y que sin ninguna duda, condiciona el proceso electoral norteamericano.
Por si esto fuera poco, la decisión se produce tan sólo unos días después del gran debate en el que Donald Trump ganó por goleada a un Joe Biden, titubeante e inconexo. El episodio ha generado una importante polémica sobre si Biden debe o no, echarse a un lado, para que su partido opte por otro candidato.
De momento y a pesar de los dimes y diretes parece que el demócrata no tiene ninguna intención de retirarse, lo cual da alas y lo sabe, a Trump que seguramente, ahora mismo es el mayor defensor de su contrincante.
Y esto ocurre en la primera potencia mundial, la que tiene capacidad de avanzar o de ralentizar prácticamente cualquier proceso. De lo que las elecciones deparen allí, depende aunque nos parezca difícil de entender, mucho de lo que vivimos aquí. Y no, no será lo mismo que gane uno u otro. Lo saben bien quienes tienen intereses
comerciales o empresariales en EEUU. Las empresas, también. Por supuesto las compañías vascas ya saben a qué se enfrentan si Trump recupera la presidencia.
Trabas y más trabas para poder trabajar allí, o para seguir llevando a cabo acciones comerciales. Aunque no nos lo creamos, muchos ya contienen el aliento viendo el escenario que puede quedar allí tras las elecciones. Las políticas de Trump respecto a los conflictos abiertos como Gaza o Ucrania no serán las mismas, ni de lejos, que las que lleva a cabo la administración Biden, por muy criticables que sean las mismas. Y a partir de ahí, se producirán reacciones en cadena con afecciones para todos, fundamentalmente para los implicados.
Para otro debate da sin duda la edad de los contendientes. 80 años Biden y 77 Trump. Para cuando uno de los dos sea nombrado presidente, entre los dos sumaran la friolera de 159 años. Vamos, que ambos han excedido con creces la edad de la jubilación. Una cosa es poner en valor la veteranía y la experiencia, y otra llegar a estos extremos que no parecen muy deseables, a tenor de lo que nos llega desde el otro lado del charco.
De aquí a que conozcamos quien ostentará la presidencia de EEUU pueden pasar y pasarán muchas cosas, que decantarán la balanza hacia uno u otro lado, y algunos lo seguiremos de cerca. Porque no nos engañemos lo que allí ocurra nos condicionará más de lo que creemos. Estamos lejos pero estamos muy cerca, tal vez demasiado.