Entre un 2 y un 4% de la población sufre trastorno bipolar en el mundo; es decir, más de 30.000 personas en Bizkaia, unas 9.500 en Álava y 21.000 en Gipuzkoa. Un trastorno que suele manifestarse en la adolescencia aunque “puede surgir en cualquier momento de la vida”, explica Javier Lauzurica. Este vitoriano fue diagnosticado con este trastorno cinco años después de sus primeras crisis: “Hacía cosas raras, estaba muy contento y a la vez muy irritable…Por aquel entonces era una locura, sobre todo para la familia, no podías decir lo que sufrías porque generaba mucho rechazo. A día de hoy han cambiado mucho las cosas pero todavía existe cierta reticencia, sobre todo por la ignorancia que hay”.
Javier lleva más de 30 años viviendo con trastorno bipolar, una enfermedad que, si bien te puede llegar a permitir llevar una vida completamente normal, “también puede llegar a ser incapacitante”. Es una de las principales enfermedades que causan discapacidad y es la menos entendida, por ello desde Orekabide piden menor estigmatización en general, y mayor apoyo sanitario en particular. Lanzan un grito de socorro porque esta enfermedad “en muchos casos es de vida y muerte y faltan médicos y camas”, explica.
Altibajos constantes hasta su diagnóstico
Javier Lauzurica era solo un adolescente cuando empezó a experimentar los primeros síntomas. “A las cuatro de la mañana salía de casa o me ponía a ordenar cosas, por la euforia que sentía. De forzar al cuerpo a no dormir, porque no sentía esa necesidad, llegó un momento que la cuerda se rompió y caí, hasta llegar a la fase depresiva. Tenía esos cambios de humor pero no era capaz de saber qué me pasaba”, detalla.
Síntomas que no le hicieron imaginar la enfermedad que estaba sufriendo: “Tardaron cinco años en diagnosticarme y decirme que lo que tenía era trastorno bipolar. Años en los que perdí un trabajo y fui dando tumbos, con mis cambios, hasta que finalmente supieron lo que me pasaba. Normalmente tardan mucho en hacerlo porque las enfermedades mentales tienen muchos síntomas que son comunes”.
Tras su diagnóstico llegó un proceso largo, un periodo de tiempo en el que el autocuidado y los altibajos fueron constantes: “Empecé a estar más estable pero hay momentos en los que no aceptas esta enfermedad. Llegué a dejar la medicación hasta tres veces, tres veces que acabé en el hospital”. Con el tiempo y la información, este vasco llegó incluso a aprender a identificar los síntomas que anteceden a una crisis: los pródromos. “A día de hoy sigue ocurriendo, yo se que la cosa va mal cuando he pasado una noche en blanco y al día siguiente estoy perfectamente, cuando lo normal es que estés destrozado. Ahí empiezan a sonar las alarmas”, cuenta.
Tras 30 años conviviendo con esta enfermedad, “trastorno que te acompaña de por vida”, explica, “el secreto está en el cuidado personal. Yo he estado 14 años sin tener ningún brote. Siempre que llevemos una vida estructurada no hay peligro; el peligro llega cuando llega el brote. Por eso, hay que saber distinguirlo, saber llevarlo y apoyarte en un profesional”.
Terapia, medicación y autocuidado
Aunque la enfermedad tiene ‘cierto componente hereditario’, “ya que heredas la predisposición a padecerla”; surge cuando fallan los neurotransmisores que se ocupan de la regulación del estado de ánimo, es decir, su mayor componente es orgánico. Y aunque no tiene cura, Lauzurica recalca: “En estos en estos casos hay tres pilares: la terapia, la medicación y el autocuidado. Por ejemplo, para vivir con este trastorno de forma sana la higiene del sueño es fundamental. Dormir todos los días ocho horas con unos horarios fijos, hacer deporte y llevar una vida saludable”.
Aunque bajo su punto de vista el trastorno bipolar es incapacitante porque “viene sin ningún motivo, de la nada, un día estás más contento, más eufórico y al siguiente te despiertas y no encuentras motivos para seguir adelante, entras en depresión. Es algo que no puedes controlar y no se debe a ningún factor externo. No es simplemente un cambio de humor, es algo que te va incapacitando…”; Javier no se considera un enfermo, porque ha aprendido a vivir con él y ahora “le permite llevar una vida normal, trabajar, llevar un vida social satisfactoria”.
Por todas las consecuencias que esta enfermedad tiene, pide mayor información y menor estigmatización: “La gente cree que somos agresivos y en general no lo somos, somos más de autolesionarse que de dañar a otra persona, por ejemplo”. También, insiste, existe estigma en el trabajo: “No puedes decir que tienes trastorno bipolar, porque te descartan directamente. Es cierto que no tienes la obligación de decir que lo padeces pero lo ideal sería poder decirlo y que nadie se llevase las manos a la cabeza; y para eso hacen falta muchas campañas de información y educación”.
Falta de profesionales
Javier forma parte de Orekabide, la primera asociación vasca dirigida exclusivamente al apoyo de personas con trastorno bipolar y sus familias. “Empezamos a reunirnos en cafeterías porque nadie nos daba una sala. Poco a poco hemos ido creciendo y formando un grupo de ayuda mutua para verbalizar lo que nos está pasando en un ambiente en el que nadie nos pueda juzgar”, explica.
Desde esta asociación piden menor estigmatización en particular, “algo que se prevé un trabajo largo”, y más ayuda de las instituciones. “No hay médicos. Están dando citas para dentro seis meses, si tienes suerte cada tres. Por eso, el que se lo puede permitir se va a la privada pero no todo el mundo puede permitirse pagar entre 70 y 100 euros de sesión. Además, hay que tener en cuenta que en psiquiatría a veces es cuestión de vida o muerte”, recalca.
Piden una una salud mental de calidad, más profesional y más ayuda a este colectivo que está más desprotegido que otros, desprotegido porque el trastorno bipolar es en muchos casos una enfermedad silenciosa, con tratamiento para toda la vida y dificultad para ser diagnosticado. Aunque Javier aclara: “Con el tiempo he aprendido a verlo como un regalo porque me ha ayudado a conocer mis límites”.