En los cuentos con final feliz, se comen perdices. Y ya está. Pero la vida real da mucho más juego. Esta es la crónica de Mutur Beltz, “una historia de vida y amor” nacida entre Laurita Siles y Joseba Edesa allá por 2013, y que hoy continúa más fuerte, más plena, entre lana, arte y militancia, en el grande y deprimido Valle de Carranza. Preservar la oveja de esta zona de Bizkaia y el oficio de pastoreo, ambos en peligro de extinción, siempre ha sido su objetivo. Las formas es lo que hacen del proyecto algo inspirador: han logrado llevar la lana a la industria, tienen una residencia artística y ahora andan con un proyecto musical que cantará al empoderamiento de los pueblos. Si hubiera que escoger un calificativo para la iniciativa, sería “holística”. Y se quedaría corto.
Por eso, seguramente sea mejor empezar por el principio, el “érase una vez”. Érase una vez Laurita Siles, una marbellí de padres nacidos en Tánger por el exilio de la Guerra Civil, con ganas de voltear el mundo a través de la creación. Y érase una vez Joseba Edesa, profesor de Educación Física, nacido en Carranza y criado en Zalla, de abuelo y padre pastor, de abuela quesera, una de las mejores. En 2013 las vidas de Laurita y Joseba se encontraron, la malagueña empezó a visitar el norte y a conocer a la familia política. Descubrió su mundo y, con él, la problemática que acompaña a la oveja carranzana. Ahí es cuando terminaron de saltar todas las chispas.
En este Valle de Bizkaia, 138 kilómetros cuadrados y 2.712 habitantes censados entre prados, robledales y hayedos, habita una de las concentraciones más grandes de animales autóctonos en peligro de extinción de Europa. Entre ellas, la oveja carranzana con sus dos ecotipos: cara rubia y cara negra; esta última, de donde rescata el nombre Mutur Beltz. Ahora mismo, apenas quedan 222. La falta de relevo generacional en el pastoreo tiene que ver, pero no solo. Históricamente, esta raza se había explotado para obtener carne y leche. La lana, al ser basta y picar de lo lindo, se aprovechaba para uso doméstico: hacer las cuerdas de las zapatillas o rellenar colchones. Con el tiempo, al imponerse nuevas formas de producción y consumo, ya ni eso.
“Y yo me digo, cómo se puede estar tirando esta materia prima, cómo se va a perder, si se pueden hacer millones de cosas”, recuerda Laurita, a la que los saberes populares siempre le fascinaron. Ahí es cuando entra en juego la tesis que había realizado sobre el uso del folklore en el arte contemporáneo en una comparativa entre Andalucía y Euskal Herria, y que incluía una práctica artística con bici-máquinas con las que había realizado una serie de performances. “Al descubrir lo que pasaba con la lana me vino a la mente la rueda de hilar y pensé que sería guay aprovechar aquellas creaciones y hacer dos bici-máquinas para trabajar la lana”. Era 2014. Consiguió ayuda de BilboArte, y a esta idea le añadió un documental donde los pastores contaban en primera persona sus cuitas.
El estreno fue tan exitoso que pronto empezaron a llamarles de ferias de ganado, museos y galerías para exponer la propuesta. Eso les permitió entrar en contacto con gente que sabía mucho sobre lana y darse cuenta de que debían dar un paso más. ¿Cuál? Formarse en el mundillo textil y encontrar salida al abrigo carranzano. Funcionó. Ya instalados en el valle vizcaíno, desde 2017 Joseba y Laurita recogen la lana de una quincena de pastores, aparte de la de su propio rebaño. Y la comercializan. “Ha sido duro, toda una lucha política. No hay ninguna economía detrás de nuestra raza”, afirma la artista. Ellos pagan un euro por oveja cada año para llevarse sus cabellos, lo que significa predicar con el ejemplo. La lana merino, “la más valorada en el mercado”, se cotiza a 20 céntimos la cabeza.
Joseba y Laurita consiguieron hacer su propio hilo a partir de la lana. También un tejido con el que confeccionar prendas variadas. Desde 2020 están en la industria de la moda, aun conscientes de que en este mundillo en plena eclosión puede venderse más humo que verdadero propósito. “Mutur Beltz no parte de la idea de hacer un proyecto de moda sostenible, y ya, el punto de partida es muy diferente”. Hecho el inciso, la de Málaga añade que también se han involucrado en distintos proyectos de investigación. Además, hay un artesano que este año ha empezado a hacer pelotas de mano con su lana. “El resultado es brutal”, asegura.
Como remate al círculo, Laurita y Joseba se han empeñado en preservar el proceso de la esquila a tijera y en auzolan. “Cuando llega la época nos organizamos en función de las casas y nos ayudamos unas a otras. Es una forma de hacer comunidad, de festejar”. Y de que pasen cosas, porque hace falta que el mundo rural se agite para que la gente de los pueblos apriete raíces y no marche a la ciudad. “De ahí todo el trabajo que hacemos desde la parte cultural”, anticipa la artista.
Desde que Mutur Beltz comenzó a cencerrear, lo hizo con un proyecto muy especial. Es la Residencia Artística del Buen Vivir, que ya ha llegado a su sexta edición. La pareja invita a creadores plásticos y audiovisuales a convivir con ellos y los pastores de Carranza. Diez días de estancia en los que disfrutan de muchas experiencias (visitas a caseríos, conocimiento del entorno…) y desarrollan, en contraprestación a la beca económica recibida, una obra. Todo ese trabajo se difunde en jornadas de puertas abiertas, charlas, debates, con una publicación y la exposición de las propuestas en el Encuentro Artístico y agropastoril ArTzai TopaKeta.
La idea es que la gente de la zona se empape de lo que allí sucede. Se reivindique. Luego los proyectos de los artistas viajan a Bilbao, porque “es fundamental tender puentes entre los pueblos y las ciudades”. Al final, Laurita y Joseba consiguen que “se hable de lana, de ganadería, del sector primario, en lugares donde no son comunes pero desde el lenguaje donde sí son comunes: el arte, la creatividad, el pensamiento”. Y lo han logrado con aliados importantes a lo largo de estos años. Por ejemplo, el escritor de cultura campesina Jaime Izquierdo, la socióloga María Montesinos o Ramón Cobo, un soñador como ellos, fundador del lavadero y fábrica de lana Wooldreamers.
Pero Mutur Beltz no acaba aquí. Desde este año, fondos Next Generation mediante, a la residencia artística se ha sumado una iniciativa similar orientada a músicos. “Queremos que canten a la idiosincrasia de Carranza, a la gente para que se empodere, a nuestras ovejas. También queremos que sirva para dar visibilidad a Mutur Beltz y hacerlo sostenible económicamente. Como una campaña de comunicación, pero creando patrimonio real, desde y para el pueblo”, proclama Laurita. De primeras se volcaron en la producción de tres temas junto a la drag queen Yogurinha Borova, El Niño de Elche, los cantautores Mikel Márquez e Iker Lauroba y el bertsolari Jon Maia. A partir de esas piezas, crearon una canción y un videoclip.
El pasado 26 de octubre organizaron “un conciertazo” en el Valle para darlos a conocer. “Cuando anunciamos el evento, una colega de Bilbao me dijo que cómo íbamos a hacer eso un jueves y en Carranza. En Bilbao, los jueves hay de todo: exposiciones, conciertos y muchas otras historias a las que no voy porque el último tren de vuelta a casa sale a las siete y media de la tarde”. Ese día demostraron que los pueblos sufren la falta de servicios, pero tienen mucho que ofrecer. Que pueden cardar la lana y llevarse la fama.
Laurita y Joseba está poniendo a Carranza en el mapa con la fusión de sus pasiones, mientras viven día a día de la forma más coherente posible. Se trasladaron al valle vizcaíno con el deseo de ser autosuficientes. Grosso modo, lo han conseguido. De la huerta y sus 50 ovejas obtienen frutas y verduras, sidra, mermeladas, carne y queso. La malagueña deja para el final de la conversación una de esas reflexiones íntimas que sacuden: “Buscaba la infancia que me quitaron y se la estoy dando a mi hija”.