Se me ocurren unos cuantos planes bonitos en tardes de lluvia. Y a priori, ninguno incluye reunirse en un world café con un porrón de desconocidos y algún colega del sector para idear propuestas que guíen la transición social, económica y ambiental del territorio en que vivimos. Lógico por otro lado: dicho así, el tema suena bastante menos entretenido que cocinar un bizcocho, recuperar el parchís, hacer maratón de series o regalarse carantoñas. Pero qué narices, a veces las apariencias engañan y hemos venido a jugar. Además, después de la sesión habrá cocktail.
El reloj marca las 16:55 del miércoles 17 de enero cuando atravieso la puerta giratoria del Museo Artium de Vitoria-Gasteiz. Escaleras abajo, en una sala no muy grande pero sí diáfana, empieza en cinco minutos el plenario de la Alianza Alavesa por el Desarrollo Sostenible 2030. En realidad el encuentro debería haberse celebrado antes de terminar 2023, porque son dos por ejercicio, pero asuntos organizativos obligaron a posponerlo a principios del nuevo año. Veremos si en esta ocasión se puede decir que la espera mereció la pena.
El plenario se anunció como “abierto a toda la ciudadanía”. Sin embargo, la profusión de abrazos con sabor a reencuentro indica que muchas de las personas asistentes llevan tiempo metidas en esta pomada. La Alianza la impulsa la Diputación alavesa y dentro hay organizaciones públicas, privadas y del tercer sector que ya ponen en el centro de su actividad a las personas y el planeta, o están en ello, o dicen tener el compromiso. El objetivo del movimiento es compartir saberes, generar proyectos colaborativos, visibilizar la labor de quienes trabajan por el cambio y contagiar a la ciudadanía de a pie “para no dejar a nadie atrás”. Así llevan desde 2019, entre la intención y la acción.
Antes de entrar en la sala, tras consultar nombre y apellido, me indican dónde debo sentarme. Dentro hay seis mesas con capacidad para once personas cada una. En la mía ya aguarda un señor con pinta de educado y puesto importante. Se presenta como Josean Yela, director de Relaciones Institucionales y Externas de Eroski. Mi intuición se anota un punto. Enseguida llegan los demás compañeros de experiencia. Sorpresa, alguno me suena por avatares profesionales. Son Andrés Alonso, responsable del servicio de sostenibilidad, clima y energía del Ayuntamiento de Vitoria; María Goti, gerente de El Correo; Eduardo Uriarte, veterinario jubilado, horticultor y socio de Slow Food Araba; y una luminosa Edurne Ibarrola, de la Red de Mujeres del Medio Rural de Álava.
Formamos un grupo curioso. También sumamos menos participantes que el resto de círculos. Justo en en el nuestro ha habido bajas. Ni tan mal. Coincidimos en que si tres son multitud, para trabajar de forma colaborativa mejor seis que completar aforo. Charlando un poco por entretener la espera, curioseamos lo que han puesto encima de nuestra mesa. Hay varias piezas grandotas, diseñadas a modo de puzzle, de los ODS 2, 8 y 11. Y un folio con dos preguntas: la primera, “imaginad cómo podéis abordar la transición económica, tecnológica y digital de vuestra organización”; la segunda, “qué podéis aportar desde vuestra entidad” en este sentido. Esto se presenta fuertecito.
Va a hacer falta entrar en calor, pienso. Por suerte, la organización lo tuvo en cuenta. El encuentro no empieza por la dinámica participativa, sino con varias charlas. Primero van las institucionales, a cargo de Eduardo Aguinaco, director de áreas estratégicas de la Diputación de Álava, y Jonan Fernández, secretario general de Transición Social y Agenda 2030. Anoto algunas de sus declaraciones, un poco por deformación profesional. En realidad, dudo de que vayan a quedar reflejadas en la crónica. No es que no digan cosas interesantes, pero el verdadero salseo llega a continuación. Y no me refiero en exclusiva al world café.
Cristina Monge. La maravillosa socióloga y politóloga maña ha venido a sacudir inercias. “Voy a provocaros”, advierte. Nos cuenta que cuando ella participa, como lo vamos a hacer nosotros, en una dinámica de cocreación es “para ver qué tenemos en común y cómo podemos gestionar lo común”. Justo esa es la responsabilidad que debería asumir cualquier persona por el hecho de vivir en un ecosistema organizado, solo que lo habitual es que la gente vaya a lo suyo. “¿Pero sabéis cómo llamaban en la Grecia clásica a quienes no se interesaban por la política? Idiotés, o sea, idiotas”. Bien, hoy terminaré el día sintiéndome algo mejor.
Monge no pierde el tiempo y empieza a interpelar al público. Quiere saber qué cosas nos preocupan, qué afecta a nuestra vida. Sale el modelo de consumo feroz, el individualismo y la inmediatez que impone la tecnología, las carencias y roles sexistas en el ámbito de los cuidados, la crisis ambiental… La experta en movimientos sociales y transición ecológica nos dice que en todo eso hay tres cuestiones en común: son asuntos disruptivos, de esos que te despeinan de golpe y ya no sabes por dónde da el aire; generan miedo, y está claro qué pasa y quién gana cuando nos mueve la zozobra; y “necesitan de la acción de todos nosotros y nosotras, es decir, impulso político, financiación y a la ciudadanía como individuos y como colectivo”.
Para eso se creó la Agenda 2030, asegura. Una hoja de ruta con el mayor consenso del mundo mundial, que es “mucho más que un papel burocrático o un documento estratégico”. Monge habla de “la necesidad de cumplir una serie de objetivos porque si no la situación nos llevará por delante en un planeta en el que no vamos a poder vivir”. Como impecable drama queen no puedo más que aplaudir a la politóloga, quien justo a continuación añade: “Y por eso la participación se nos quedó corta hace tiempo”. ¿Qué?
Pegamos un respingo, justo lo que la aragonesa andaba buscando. Lo que quería decir es que “esto ya no va de presentar alegaciones a un proyecto sino de repensar cómo hacemos las cosas juntos, poner iniciativas encima de la mesa, entender las de los demás desde su realidad, ponernos en el lugar del otro, cocrear para incidir sobre los que deciden, mandar señales a quienes quieren ganar las elecciones para que hagan lo que necesitamos, porque nos enfrentamos a muchos desafíos, pero ya hay transiciones en marcha, y podemos hacerlas nosotros o que nos las hagan”. Ahí está “la madre del cordero”, subraya, y resulta que eso se puede conseguir “en foros como éste”.
Si ya unos cuantos asistentes parecían con ganas de ponerse manos a la obra, las caras indican que ahora más. Monge se retira con los ánimos por todo lo alto y nos preparamos para la acción. En primer lugar los organizadores explican la dinámica de este world café, un anglicismo usado en referencia a “metodologías de diálogo que parten de preguntas poderosas para generar ideas y caminos de acción creativos e innovadores dentro de un ambiente acogedor”. Aquí no es que estemos como en casa, tampoco nos han servido un solo, ni cortado, ni con leche, pero a la gente se le ve a gustito, dispuesta a pensar y compartir.
Hay seis mesas, eso había quedado claro con un golpe de vista. Por tanto, son dos por cada una de las tres dimensiones de la sostenibilidad: social, económica y medioambiental. A mis compañeros y a mí nos ha tocado la económica, pero cada grupo iremos rotando por los tres ejes para aportar en todos los niveles. Había dos preguntas para cada área, solo que “se ha hecho un poco tarde”, así que nos lanzaremos directamente a la segunda. Tenemos diez minutos por ronda para compartir impresiones. Y al agotarse el tiempo debemos haber definido “una idea fuerza, a modo de titular”.
Alguien resopla. Procedemos de organizaciones muy diferentes, por lo que resulta muy complicado plantear y consensuar una sola propuesta cuando la pregunta es “cómo podemos aportar a la transición económica, tecnológica y digital” desde cada una de nuestras entidades. El de Eroski y el de Sloow Food Araba, que también lleva el proyecto de huertas comunitarias Basaldea, se enredan en un pequeño debate sobre el consumo de producto local. El técnico del Ayuntamiento habla de la digitalización de los trámites municipales, que ha llegado tarde, y yo me lamento de lo farragosos que aún resultan algunos procesos. Por echar un capote a Edurne, la de la Asociación de Mujeres Rurales, que de momento dice que prefiere escuchar, destaco las oportunidades que ofrece la tecnología para cerrar la brecha digital y favorecer el equilibrio territorial. Entre una cosa y otra termina el tiempo, y seguimos sin titular. El chaval de la organización encargado de nuestra mesa propone mi planteamiento como idea. No hay rechazos pero tampoco júbilos.
Lo bueno es que aprendemos rápido. Cambiamos a la mesa de la dimensión social, donde la pregunta es la misma pero en relación a la necesidad de no dejar a nadie atrás. Decidimos que vamos a aportar no desde la naturaleza de nuestras entidades sino como equipo. Las normas están para cambiarlas, si así se consiguen mejores resultados. Esta vez, Edurne toma la voz cantante y escuchamos de mil amores el impacto tan positivo de los proyectos que impulsa su colectivo desde el entorno de Murgia, como el que da trabajo doméstico a personas migrantes. No sé si alguien más de mi grupo vive en un pueblo, pero en esta segunda ronda el mundo rural vuelve a copar la idea fuerza. “Necesitamos fijar población más allá de los núcleos urbanos” a través de iniciativas como las que cuenta la veterana del grupo.
Mientras pasamos a la mesa del eje medioambiental, me percato de que somos cerca de sesenta personas en la sala y el rumor suena casi eclesiástico. Es la antítesis de lo que se cuece en esos otros foros de debate, los políticos, donde gana el debate quien confronta, no quien acuerda. Ahora Andrés Alonso toma rápidamente la palabra para defender las comunidades energéticas locales. El de Sloow Food Araba habla de la necesidad de una agricultura regenerativa. Y todos coincidimos en el valor de la coproducción, de las iniciativas comunitarias, en la transición ecológica. Ya tenemos idea fuerza y aún nos sobran unos minutillos para hablar de la próxima jubilación del técnicomunicipal.
Aplausos. Nos felicitamos unos a otros antes de poner en común en un panel las microaportaciones de todos los grupos, seis por cada una de las dimensiones. “Comunicación interna y externa para aterrizar los ODS”, “repensar el modelo energético para conseguir un bienestar social”, “aprovechar la tecnología para fomentar la colaboración”, “diversificación para la sostenibilidad económica de Álava”, “inmigración como solución”, “llevar la digitalización a toda la ciudadanía”… Son como pequeñas pinceladas de por dónde debería seguir el camino, más que acciones concretas. Luego sale a hablar el diputado general de Álava, para dar ánimos y esas cosas.
Mientras tanto, pienso que el encuentro se me ha quedado corto. No en tiempo. En objetivo. Me pregunto si seré la única. El caso es que Ramiro González termina su intervención, el gentío se levanta, empieza a mezclarse, pongo la oreja y escucho a más de una persona comentar que habría que celebrar un próximo encuentro lo antes posible. Nos hemos entregado con compromiso a la causa y necesitamos que no se apague la llama, continuar a partir de aquí, salir de los pájaros y las flores, aterrizar ideas, empujarlas y mantenernos conectados.
Coincido y así lo comparto con un par de compañeros mientras tomamos las mismas escaleras de antes, esta vez hacia arriba. En el bar de Artium aguarda la manduca, bueno, el cocktail. Y no, tampoco aquí hay café, pero sí unas cuantas botellas de vino de Rioja Alavesa y aperitivos riquísimos. Está claro. Al final, ha resultado ser un plan bien bonito para una tarde de lluvia.