Arturo Tirador. / Adrin Ruiz de Hierro

Arturo Tirador. / Adrin Ruiz de Hierro

Cultura

Arturo Tirador: "El tiempo y la libertad son mis dos mayores aspiraciones en la vida"

El músico y emprendedor gipuzcoano acaba de publicar su segundo libro, 'El Serunomismo'

23 enero, 2022 05:00

La historia de Arturo Tirador es única, fascinante y mágica. Músico y emprendedor, el guipuzcoano afincado en Vitoria-Gasteiz acaba de publicar su segundo libro, “El Serunomismo” (autoedición). Cualquier movimiento que haga Tirador es excusa ideal para acercarse a conocer su aventura de vida. Su paso por Londres en los ochenta y la creación de unos estudios de grabación -VON’s- por los que pasaron grandes músicos (Primal Scream, Jamiroquai, Billy Bragg, My Bloody Valentine, Spiritualized…) es parte destacada de esta entrevista. Habrá tiempo para una segunda parte, seguro.

Háblanos de tu faceta como músico, de cuando tenías 18 años y quisiste ser músico. 

1984 fue un año clave para mí. Supuso pasar de vivir en un pueblo, Bergara, a hacerlo en Vitoria, una ciudad, lo cual además coincidió con mi ingreso en la Universidad de Deusto. El efecto que este cambio tuvo en mí fue bestial. Entre otras cosas, pasé de ser un excelente estudiante y delegado de clase a perder todo interés por los estudios. Mi exposición a un entorno nuevo que encontré fascinante desató toda mi pasión por la música. Recordemos que era la época de la movida madrileña (en Vitoria la época de los mods) y yo me moría de ganas por sumarme a estos movimientos. Como digo, estaba fascinado. Además, no hacía mucho que había descubierto a Bowie, que para mí era un auténtico universo en sí mismo y mi mayor inspiración musical. Entendí que la vida es completamente dependiente de tu mirada, de tu interpretación. ¿Qué tenía que ver Bowie con la gente que había conocido hasta entonces? Nada. Me sentí inmediatamente identificado y fue una experiencia transformadora. De ahí la idea de El Serunomismo, el libro que acabo de publicar y cuyo concepto es de esa época. Ser uno mismo es construir tu propio universo mental y llevarlo a la práctica con todas sus consecuencias, que es lo que he intentado hacer con mi vida desde entonces.

En 1986 te fuiste a Londres porque querías comenzar allí tu carrera artística, es así? Cómo recuerdas esa decisión? De haber tenido una buena respuesta de la industria española, crees que hubieras tomado la misma decisión? 

En realidad la respuesta de la industria discográfica española fue muy buena. José Ángel Fuentes, promotor musical y propietario en aquellos días de algunos de los locales más importantes de la escena musical en Vitoria (The End, Elefante Blanco, la actual sala Jimmy Jazz) me puso en contacto con el grupo La Frontera en Madrid. Me recibieron en casa de uno de ellos, escuchamos mi música, les gustó y llamaron a Luis Fernández Soria, de los estudios Audiofilm. Luis, tras escuchar mi maqueta (una compilación de pedazos de mis diferentes canciones grabadas muy básicamente por mí en un 4 pistas) convocó una reunión con Alain Milhaud, un importante productor musical vinculado con CBS. Recuerdo que también les presenté un documento titulado “Las 33 revelaciones del Halcón Von Dober” que a Alain Milhaud le encantó: “No entiendo muy bien lo que has escrito, pero transmites autenticidad y eso nos ayudará a vender”. Fue todo muy rápido, una cuestión de días desde que llegué a Madrid.

¿Y qué pasó?

Luis y Alain siempre habían querido producir conjuntamente a un artista y conmigo quisieron cumplir ese objetivo pendiente, me dijeron. Me ofrecieron un contrato de un álbum con CBS con opciones por su parte a la grabación de cuatro álbumes adicionales más. Alain Milhaud incluso me presentó a Nacho Cano, de Mecano, quien me dio la bienvenida a la discográfica. Todos dieron por supuesto que firmaría, incluido yo mismo, pero no lo hice. ¿La razón? Me pusieron una condición que entonces me resultó inaceptable. Ahora la comprendo e incluso la podría compartir, pero en su momento no la entendí. Tenía que cantar en castellano. Intenté negociarlo con ellos y lo máximo que conseguí fue que me dejaran grabar un par de temas en inglés, el resto en español. Yo no sabía hacerlo. La música que escuchaba era británica (Bowie, The Smiths, The Cure, U2, Simple Minds, Bauhaus, Gary Numan, Depeche Mode…). Lo intenté, pero no me gustaba cómo sonaba. Esa fue la razón por la que me fui a Londres. Alain Milhaud intentó persuadirme de que no me fuera, pero al final desistió. Me dijo que me entendía, que a él le pesó no haberse atrevido a irse a Inglaterra cuando era joven y tuvo la oportunidad de hacerlo (era francés y vino a España en su lugar). También me dijo que sus puertas estarían abiertas si no me salía bien. Años después su mujer me contó que Alain había seguido con interés mi trayectoria en Londres. Me hizo mucha ilusión saberlo. Recuerdo también que antes de irme me llamó Ariel Rot y me invitó a su casa. Fui con mi amiga Cristina Legarda, a la que aprovecho para agradecer que me acompañara a muchas de mis reuniones. Escuchamos juntos mi música y Ariel me comentó que si creaba una banda en Inglaterra, contara con él. Yo estaba alucinado y convencido de que en Londres me iría igual de bien que en Madrid. 

¿Llegas a Londres y qué encuentras? Tenías allí algún contacto con el que poder empezar a moverte?

Yo no conocía a nadie en Londres, pero me pasaron el teléfono de dos personas de Vitoria, una chica llamada Chus, quien me acogió en su casa y el batería Manolo Antoñana, con quien hice una buena amistad. Recuerdo que antes de irme vendí mi moto e invertí ese dinero en músicos y grabaciones varias tras publicar un anuncio en Melody Maker. El dinero no duró mucho y a los pocos meses me puse a trabajar en un Fish & Chips por 1,50 libras la hora, un salario que apenas me llegaba para comer. El hijo del dueño me ofreció trabajar en su nuevo Fish & Chips y como aliciente me cedió una habitación en el tejado del edificio, una especie de trastero sin cocina ni ducha (me duchaba en las piscinas municipales). Recuerdo que dormía en una hamaca de playa dentro de un saco de dormir y que calentaba la comida enlatada con un calentador de camping gas (¿o era eléctrico? No estoy seguro). También que había un agujero en el tejado por donde caía el agua a un cubo que tenía que andar vaciando cuando se llenaba. Eran unas condiciones deplorables. Había incluso ratones. Acabé por acostumbrarme a ellos. Pronto descubrí que Londres no era Madrid y que conseguir un contrato discográfico no me iba a resultar nada fácil. Allí el talento abundaba y mi origen español no era precisamente percibido como una virtud. No fue hasta un año después, una vez me reconcilié con mi familia (al abandonar la universidad el ambiente no era bueno y me tuve que ir de casa), cuando obtuve los fondos y avales para un crédito bancario necesarios para construir VON’S. Sin el apoyo de mis padres, jamás lo hubiera conseguido.

En qué momento abandonas la idea de ser músico y montas el estudio de grabación? ¿Cómo te diste a conocer y cuánto tiempo tardaron en llegar los primeros clientes?

Yo no abandoné la idea de ser músico. De hecho, aunque no ejerza actualmente, aún no la he abandonado. Sigo componiendo, si bien lo hago dormido, inconscientemente. Muchas noches me levanto y grabo melodías que he soñado. No lo puedo evitar y eventualmente sé que acabaré por retomarlo, sin pretensiones profesionales, por pura necesidad, como hago con la literatura. La idea del estudio surgió porque pensé que así me ganaría la vida, haría contactos y grabaría mis canciones. Fue una estrategia para sobrevivir en aquella jungla y abrirme camino. Los estudios donde yo había grabado mis maquetas cuando llegué a Londres eran sótanos húmedos y malolientes. Visité muchos estudios antes de abrir el mío, en garajes, salones de casa… la mayoría una mierda, lugares muy poco profesionales donde el dueño lo hacía todo, sin ninguna asistencia y con medios bastante rudimentarios. Al mismo tiempo, tuve la ocasión de conocer algunos de los mejores estudios de la ciudad, por circunstancias que ahora no voy a detallar. Lo cuento en un nuevo libro que estoy escribiendo: VON. Solo avanzaré de esa época que hice amistad con un fotógrafo musical escocés bastante conocido en el sector, Harry Papadopoulus, a quien le caí en gracia y me incluyó en su círculo de amigos. A través de él pasé mucho tiempo con músicos, particularmente escoceses. Miembros de Aztec Camera y, sobre todo, con Edwin Collins, de Orange Juice, con quien también hice amistad. A Edwin le gustaba mi música e incluso intentó echarme una mano, si bien entonces a él tampoco le iban las cosas demasiado bien. No fue hasta que grabó “A girl like you” años después, que volvió a alcanzar el éxito, si bien esa época yo me la perdí. También te podría contar anécdotas con Nina Hagen o Bill Wyman, de los Rolling Stones, entre otros, pero en una entrevista es imposible contarlo todo. Esto mejor lo dejo para otro momento. 

Te diste cuenta de que el negocio iba bien (y tenía futuro) cuando entró al estudio X artista.... ¿Quién? 

Mi visión era crear un estudio para hacer “demos” como consecuencia de mi mala experiencia. Mi idea era ofrecer a músicos con pocos recursos, como lo había sido yo, instalaciones y un servicio inspirados en los estudios más profesionales, con un amplio equipo de jóvenes productores, cada uno de ellos especializado en un estilo de música distinto. Sin embargo, no me salían los números con un único estudio. De ahí que construyera tres y que operara 24 horas al día 7 días a la semana. Fui el primer estudio en hacerlo, me refiero a estructurar la venta de tiempo y el alquiler de las salas de esta manera, al menos en el Reino Unido. Al ocuparme yo de la gestión y delegar la producción en mi equipo, me lo podía permitir. Luego otros imitaron la fórmula. En mi estudio había sesiones desde tan solo 4 horas, algo también inusual y las tres sesiones nocturnas, una por estudio, comenzaban todas ellas a las 12 de la noche y finalizaban a las 9 de la mañana. Cobraba las primeras seis horas y regalaba tres, con lo que las bandas con un presupuesto ajustado podían grabar muy barato. La fórmula fue todo un éxito. Operábamos todos los días de la semana y todas las noches. Nunca cerrábamos, ni siquiera el día de navidad, que solía ofrecer gratis a alguno de mis productores para sus propios proyectos, de tal manera que el estudio permaneciera siempre abierto, por cuestiones de seguridad. Mi primer cliente fueron los Bad Manners, con quienes mantuve una relación profesional durante años. Esa primera sesión estábamos tan acojonados que les dimos un tratamiento de estrella: tres técnicos de sonido en vez de uno solo, además de vino Rioja, tortilla de patata y para Buster Bloodvessel, un chuletón que él mismo solicitó. Se quedaron flipados. Yo creo que nunca los habían tratado así. Ni en sus mejores tiempos.

¿Qué consideras que aportabas diferente al resto de estudios de grabación? 

Yo creo que lo más atractivo de VON´S, aparte del precio, el servicio y la versatilidad, era la energía del lugar. El hecho de que hubiera tanto músico joven, llenos todos ellos de ilusión por triunfar y haciendo músicas de diferentes estilos bajo un mismo techo, hacía que la experiencia fuera memorable y se corrió rápidamente la voz. Esa mezcla de estilos musicales y convivencia entre los músicos era eléctrica. El aspecto del lugar también ayudaba. No tenía nada que ver con lo que estaban acostumbrados. Convertí una nave industrial en cuevas con una cascada de agua, acuarios con peces exóticos, estalactitas, árboles fosforescentes que colgaban del techo, mesa de billar, sala de televisión, un patio blanco con plantas, pájaros y conejos (sí, lo sé :-). Si bien los estudios fueron diseñados para grabar maquetas, eventualmente algunos de nuestros clientes, como Jamiroquai o Primal Scream, se hicieron famosos y comenzamos a atraer progresivamente al sector más profesional de la industria. Inicialmente acudían a nosotros para grabar maquetas y caras B, pero eventualmente pasamos a grabar álbumes y singles y a tener algunos éxitos en las listas nacionales británicas, incluidos varios top 10 hits e incluso un número 2, además de numerosas entradas en las listas underground. Poco a poco fui expandiendo las instalaciones (adquirí dos plantas más en el mismo edificio) y mejorando la calidad del equipo con el que grabábamos. Lo que no conseguí fue compaginar mi carrera como artista con la de empresario. Sí, grababa temas de vez en cuando, pero mi alma estaba en atender las necesidades de mis clientes y de los artistas que contrataba a través de mi productora musical. Mi sueño de dedicarme profesionalmente a mi música… no pudo ser. Durante años me pesó, pero hoy lo acepto como un peaje que tuve que pagar.

Tendrás cientos de anécdotas, cuéntanos una que en tu memoria se mantenga siempre viva. 

Hay muchas anécdotas, pero hay una que a mí me gusta particularmente por la lección humana que se puede extraer de ella. Jimmy Destry, miembro fundador de la banda neoyorkina Blondie, vino a Londres a producir un álbum para un grupo británico y eligió mis estudios para hacerlo. El mes que él requería estaba prácticamente vacío excepto por cuatro o cinco fechas que habían sido reservadas por diferentes artistas. La única condición que me puso, una vez acordado el precio y el ingeniero con el que trabajarían, fue alquilar el mes entero, de tal manera que nadie más entrase en su estudio hasta la finalización del álbum, lo que en el gremio se conoce como un “lockout”. Cuando le dije que no podía hacerlo sin hablar antes con cada uno de esos artistas para pedirles que por favor modificaran sus fechas, Jimmy Destry se quedó asombrado de que pusiera en riesgo una venta de miles de libras por cumplir mi compromiso con aquellos músicos. A mí no me pareció nada heroico, sino lo más normal del mundo, pero él lo percibió así. Le pedí 24 horas para intentarlo. Algunos accedieron a cambiar sus fechas y a otros hube de acomodarles en un estudio más caro y de mayor calidad que el mío con el que llegué a un acuerdo. Fue la única manera que encontré para persuadirlos. Cuando Jimmy Destry vio lo que había hecho, me dio su teléfono en Nueva York y me dijo que si algún día necesitaba cualquier cosa de él lo llamase. Lo hice, vía MySpace, 15 años después para pedirle el favor de que fuera miembro del jurado de los premios internacionales Talent Seekers, de los que yo fui promotor. Se acordaba de su promesa y la cumplió.

¿Alguna más que nos puedas contar?

Esta otra la recuerdo por todo lo contrario, por el mal sabor de boca que me dejó. Uno de mis clientes habituales era Killing Joke, una de las bandas de rock británicas más influyentes. El cantante y yo nos llevábamos muy bien. Jaz Coleman había estado en Donosti y tenía muy buen concepto de la ciudad y de los vascos y entablamos una buena relación. La gente lo temía por su carácter supuestamente irascible e imprevisible, pero a mí no me daba ningún miedo. Como digo, me llevaba bien con él. Un día me llamó desde Estados Unidos para pedirme el favor de que le adelantara el coste de una grabación en mis estudios, que supuestamente necesitaba para aprovechar una oportunidad que le había surgido. No recuerdo los detalles ni si me los contó. Solo sé que le dije que sí. Me prometió pagarme pronto, pero hizo un “simpa” descarado. De hecho, aún conservo el master original, que nunca recogió. Un día, al cabo de los años, me colé en el backstage del Brixton Academy, donde acababan de actuar, con la excusa de nuestra relación profesional. Cuando me vio aparecer, me dio un abrazo, me pidió disculpas y me presentó a su contable, quien se comprometió a pagarme “el lunes sin falta”. Hasta hoy. Lo cierto (me acabo de acordar de otros casos) es que problemas a la hora de cobrar siempre los ha habido en este sector. Conseguir que te pagaran algunas discográficas era una auténtica odisea. Un ejemplo era Alan McGee, Propietario de Creation Records y más tarde manager de Oasis. Alan y yo, a pesar de que me enviaba a muchos de sus artistas a grabar conmigo, nunca llegamos a tener una relación. Odiaba que les llamara por teléfono para recordarles que me debían dinero. Me consta que les ponía de los nervios. Las discográficas independientes –trabajé prácticamente con las más relevantes– siempre estaban con el agua al cuello, hasta que eran absorbidas por alguna multinacional. De hecho, muchos asumen que la gente famosa tiene dinero, cuando a menudo no suele ser el caso. Dedicarse profesionalmente a la música, la literatura o el arte es una decisión arriesgada. kamikaze incluso. Son muy pocos los que consiguen vivir de ello de manera digna y sostenida en el tiempo. Una pena, pero así es.

Entiendo que vendiste los estudios y te lanzaste a la aventura con la banda escocesa Red Bus. ¿Nos cuentas qué ocurrió?

Gestionar un estudio de grabación puede parecer desde fuera una actividad muy excitante, y de hecho lo fue durante años, hasta que dejó de serlo. Me sentía como el manager de un hotel que alquilaba habitaciones por hora, encadenado siempre al teléfono. Además, cometí el error de construirme un apartamento en el propio edificio, con lo que la sensación de estar en una prisión se agravó. No olvidemos que mis estudios funcionaban 24 horas al día. Necesitaba pensar en algo para volar y ser libre. Cuando descubrí a Kelly McCormick y tras un largo periodo durante el cual fui financiando sus grabaciones hasta que logró alcanzar la madurez que yo buscaba, me fui a Escocia a conocer a su banda (se llamaban The Beach), les propuse un cambio de nombre a Red Bus y, como elemento central de la campaña, la compra de un autobús rojo de dos pisos en el que recibir a los medios de comunicación y movernos por España (lo convertí en una casa ambulante). La idea les fascinó, por lo que me fui a Madrid a persuadir a un patrocinador (Whisky Langs, marca perteneciente a Osborne), a una distribuidora de discos (Caroline Records) y al mismísimo Rafael Revert (a este en realidad en Torremolinos, en la convención nacional de Cadena 100, gracias a mi hoy gran amigo Jorge Dávila). Rafael Revert fue fundador de las dos principales emisoras de radio fórmula en España, 40 Principales y Cadena 100. Las negociaciones con los tres son todas ellas historias dignas de un guión de película, pero eso mejor lo dejo para mi libro. 

También sabemos que has trabajado en la República Checa como investigador de Derechos Humanos para una empresa del filántropo George Soros. ¿Cómo explicas un cambio tan radical?

Una intensa gira con cualquier banda de rock, especialmente si es escocesa y tu patrocinador es una marca de whisky y donde tú eres la discográfica, el representante, el road manager, el traductor, el psicólogo, el banquero, el maestro de ceremonias, el compañero de farra en los momentos álgidos y el saco de los golpes en las situaciones de bajón, es una experiencia que acaba con cualquiera. Desde luego acabó conmigo. Perdí el interés en el mundo de la música y quise buscar nuevas experiencias, nuevos mundos que explorar; una vez más, buscaba mi libertad. Primero encontré ese nuevo mundo en la psicoterapia (estudié para sacarme un diploma y tuve mi propia consulta privada en Londres) y después en Ostrava, trabajando para la organización European Roma Rights Center como investigador de derechos humanos. Mi trabajo consistió en recabar evidencias de discriminación racial (no era difícil encontrarlas) contra los niños de raza romaní/gitana con el fin de llevar al gobierno checo a juicio en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, cosa que eventualmente hicimos. 

¿Puedes contarnos cómo fue tu faceta de emprendedor tecnológico, incluida tu etapa en Silicon Valley? 

No fue una etapa menor. De hecho duró tres lustros (2000-2015), que se dice pronto. Básicamente fueron dos proyectos los que emprendí, Sane Society (una comunidad de miles de artistas de más de 100 países y de todos los sectores creativos cuyo fin era encontrar en la unión entre ellos la fuerza para darlos a conocer en el mundo) y Merkopolis (una red internacional de mercados locales). Del primero surgió otro proyecto paralelo, Talent Seekers, un concurso de talentos que buscaba el reconocimiento de las 1.000 personas desconocidas más creativas y que contó con un jurado de 100 profesionales del sector (entre ellos Rafael Revert y Jimmy Destry) y del segundo nació Merkagune, una agencia de marketing digital en apoyo al pequeño comercio. Con Sane Society obtuve una serie de importantes premios en Euskadi y con Merkopolis fui seleccionado por el gobierno de España para incorporarme al proyecto de internacionalización Spain Tech Center, en San Francisco. Allí tuve la ocasión de tener contacto directo con empresas líderes del sector, como Facebook, Google o Microsoft (su presidente, Steve Ballmer, por poner un ejemplo, vino a nuestras instalaciones a darnos una charla) e incluso de asistir a un curso de emprendimiento en la Universidad de Stanford, toda una experiencia. Silicon Valley es un lugar fascinante, el equivalente a Londres en la música, pero en el sector tecnológico. También aproveché la oportunidad de acudir a un congreso del sector en Nueva York, gracias a David Montero, Director de Centro de Innovación de Álava y hoy gran amigo.

¿A qué te has dedicado estos últimos años, desde que vendiste tu empresa Merkagune? 

Básicamente a reflexionar, que buena falta me hacía. He escrito algunos artículos en prensa y dos libros, la primera parte de mi autobiografía, Fracasado, y la obra aforística El Serunomismo. En esta última han colaborado, con 33 ilustraciones y una original portada, cuatro GRANDES: Planeta Antonio, Patxi Fernández de Retana, Iban Arroniz y Xabier Baldeón. Y en la promoción, el inigualable Gorka Aguinagalde, una persona generosa, siempre dispuesta a echar una mano (no ha hecho falta ni que se la pida). También he llevado a cabo varias campañas en Change.org, incluida una en la que conseguí persuadir a su fundador, Ben Rattray, para que desvelara, tras una gran reticencia inicial y años de opacidad financiera, de dónde procedían los ingresos de su organización y a qué los destinaban. Desde que gané esta batalla, Change.org, que no olvidemos es la mayor plataforma de peticiones del mundo, pero que sin embargo es una empresa privada, no una ONG y por tanto no tiene obligación legal de hacer públicas sus cuentas, difunde un informe anual entre sus casi 500 millones de usuarios. Ese fue su compromiso conmigo y lo han cumplido. Toda esta actividad vocacional a la que me he dedicado durante los últimos años la he combinado con una serie de importantes inversiones que me han reportado los ingresos suficientes para comprar tiempo y libertad, mis dos mayores aspiraciones en la vida, junto con la de seguir creando.