Los asesinatos, el oro negro y Scorsese
Un thriller y un 'western' es, en muy pocas palabras, 'Los asesinos de la luna', último filme del director del Bronx. Pero es, además, un canto de amor al cine y un dardo a las vergüenzas de América. Con DiCaprio y De Niro como nunca
20 octubre, 2023 05:00El último largometraje de Martin Scorsese es una de esas películas precedidas por la polémica, por la leyenda, la expectación o ese no sé qué hollywoodiense que consiste en encumbrar o hundir una película desde antes incluso de su estreno. Y es que muchos han hablado antes de verla, con pasiones encendidas, de este ajuste de cuentas que se ha marcado Scorsese con la mayor de las miserias norteamericanas: su racismo.
Un racismo ejercido durante demasiado tiempo con los nativos y los afrodescendientes, o los indios y los negros, que es lo mismo (y sin maldad). Y es que la última película del genio neoyorkino es una película “de indios”. Pero no una más. Porque Estados Unidos mira hoy sus vergüenzas situando al hombre blanco a la altura del genocida, del conquistador que solo supo (o sabe) destruir. De eso va 'Los asesinos de la luna'.
Marcada por las ovaciones de Cannes, sus 200 millones de presupuesto, sus 7 años de preparación y por algo tan banal y relativo como es su duración de tres horas y media que a muchos ha irritado y echa para atrás (esos mismos que ya dicen que la verán en plan miniserie cuando llegue a Apple TV), 'Los asesinos de la luna' es una película de cine. De puro cine.
Cuenta la historia de un pueblo dominado por los indios Osage en la Oklahoma en los años 20 del siglo XX. Antes de ayer. El territorio es un hervidero de petróleo y del oro negro viven esos 'pobres' nativos que no saben o no quieren o no pueden explotar eso que tienen entre manos como el hombre blanco sí sabe hacerlo, como ha hecho siempre. Una serie de asesinatos harán que ese malvado hombre blanco mire al territorio no sólo como una mera tierra llena de riqueza que quiere para sí, sino como un lugar del que también emana un mal que hay que erradicar. Así que estas son las ascuas con las que Scorsese ha creado una leyenda: el 'western' tardío, el thriller y el drama racial. Y sobre ellas, una serie de criaturas feroces encabezadas por Leonardo DiCaprio y Robert de Niro.
Tres horas y media
La película dura tres horas y media no porque no paren de pasar cosas, sino porque las que pasan, pasan sin prisas. Con tiempo. Porque Scorsese, en el otoño de su vida, no tiene que correr. No quiere contarlo todo, como Aki Kaurismaki, en 80 minutos. Se marca una película de 206 para que nos enteremos bien de cómo era el lugar, de cómo se mató a esas personas, de por qué ocurrió, de cómo se investigó, de qué pasó en aquel juicio. Porque todo, por cierto, está basado en un caso real que llevó a su novela homónima David Grann y que supuso uno de los grandes primeros casos investigados por el FBI. El interés, por tanto, está ahí. La historia es real, es vergonzante, es interesante, hay un misterio y hay que saber quién es el asesino.
Hay muchos cadáveres en el filme, muchas intrahistorias. Pero se fija el drama en una de ellas, la de Mollie, una india heredera de una gran fortuna, una mujer llena de una verdad que se erige como uno de los grandes aciertos del filme, que son muchos. Tiene que ver con la pasión y grandeza de este personaje la inconmensurable Lily Gladstone, actriz descendiente de los Pies Negros y los Nariz Agujereada de las regiones de Idaho y Montana, respectivamente, que en cuanto aparece en pantalla todo gira ya en torno a ella. Como Margot Robbie en 'El lobo de Wall Street'.
Piensen si no, en cualquier película del director, desde 'Casino' a 'Gangs of New York', desde 'Infiltrados' a 'El irlandés'. Violencia y dinero, violencia y dinero siempre. Y cuando no mira Scorsese la violencia y el dinero, mira la moral y hace joyas tan inclasificables como 'La edad de la inocencia', 'La última tentación de Cristo' o 'Silencio'
Fue ahí donde muchos pensamos que jamás veríamos mejor a Leonardo DiCaprio. Pero esa rotunda creencia parece tambalearse ante su trabajo en 'Los asesinos de la luna', donde está totalmente desprendido de sí mismo, donde no hay Leonardo DiCaprio en ningún lugar y donde sólo vemos a Ernest Burkhart, un personaje a veces patético, a veces risible, a veces insignificante.
Con todo, es Robert de Niro ante el que se rinde quien suscribe. Gigantesco, excesivo y único, ha sabido acompañar a Scorsese en dramas urbanos e íntimos como 'Taxi dirver' o en crónicas épicas, malvadas y titánicas como ésta para construir el relato del director, la tesis de su cine que gira en torno a cómo la violencia está en la línea de flotación de la nación americana, en su alma misma. Y junto a ella, el dinero. Piensen si no, en cualquier película del director, desde 'Casino' a 'Gangs of New York', desde 'Infiltrados' a 'El irlandés'. Violencia y dinero, violencia y dinero siempre. Y cuando no mira Scorsese la violencia y el dinero, mira la moral y hace joyas tan inclasificables como 'La edad de la inocencia', 'La última tentación de Cristo' o 'Silencio'.
Scorsese ha hecho con 'Los asesinos de la luna' una película absolutamente clásica con la que rubrica un testamento cinematográfico inolvidable. Redundando en sus imágenes, en su violencia y en su ausencia de moral de una manera mucho más enfática que nunca. Y qué.
Ahí lo tienen, señores: el cacique, el chófer, la india, el petróleo, América. El más depurado de todos Scorsese que hemos visto. El más nuevo. El último. El mejor.