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Hay películas que marcan un tiempo, un año, una época, un género. Hay películas que creen haberlo hecho o que creen que lo harán, y no es cierto porque se desinflan enseguida, ya que nunca fueron tan importantes como creyeron. Algo que les pasó a Juno o El club del odio. Los ejemplos son incontables.

Y otras que fruto de una acción marketiniana burda y fugaz, como Barbie, gozan de la gloria de un día. Mientras que hay otras que desde una originalidad casi friki se quedan clavadas en el corazón y la retina, desde Lost in translation a Parásaitos. Solo el tiempo nos dirá si La sustancia es de las primeras, un bofetón brutal, pero pasajero, o una sustancia que se queda en nosotros mucho tiempo, que se queda en el cine para siempre.  

Porque de eso va el filme, de que la belleza y el poder se asocian a la juventud. Y una increíble Demi Moore, consciente de su edad, y de su poder, y de su belleza, se mete en la piel de una mujer que lo tuvo todo y que todo lo ha perdido ya.

La película cuenta la historia de una actriz, estrella rutilante del Hollywood de los 90 y los 2000, que ahora, pasados los 50, es víctima de su propio ocaso. Pobre actriz madurita pasada de rosca, que ya no sirve ni para programas matinales de cuidado personal. Pero un día recibe un regalo, cual Dorian Gray: La promesa de la eterna juventud. 

Y es que si se toma la sustancia se transformará en su versión joven, bella y poderosa. Porque de eso va el filme, de que la belleza y el poder se asocian a la juventud. Y una increíble Demi Moore, consciente de su edad, y de su poder, y de su belleza, se mete en la piel de una mujer que lo tuvo todo y que todo lo ha perdido ya. Una mujer que sueña con ser joven otra vez. 

El filme se trasunta en un relato de terror porque las dos mujeres, que son la misma mujer, deberán compartir el tiempo. Una semana joven, una semana… vieja. Y todo se tuerce, todo se complica, todo se convierte en asqueroso. Como en aquellas escenas en que los cuerpos se transforman el uno en el otro, provocando repulsión y fascinación a partes iguales pues la metáfora es clara para estar bella hay que sufrir y, el mensaje, desolador la sociedad no acepta la edad, lo feo, el envejecimiento.

En su propia narración está su drama, en su propio relato, el terror. Demasiado caricaturizado en el tío blanco hetero macho alfa al que da vida Dennis Quaid, representado el depredador capitalista que encuentra en el cuerpo femenino un objeto de negocio. Y que existe.

Es todo tan evidente, todo tan burdo y grosero, todo tan obvio en su manera de criticar el culto al cuerpo, la soledad, la pérdida, el ocaso, el show business, la presión a las que se somete o nos sometemos las mujeres por ser siempre atractivas, delgadas y perfectas, que es casi contracultural.

Personalmente, para hablar de estos horrores, prefiero el bofetón a la caricia. Prefiero las cosas claritas a la propaganda sutil

Porque se puede hablar de todo esto siendo más o menos sutil y rosa como en Barbie o más o menos burdo y brutal, como en La Sustancia. Personalmente, para hablar de estos horrores, prefiero el bofetón a la caricia. Prefiero las cosas claritas a la propaganda sutil. Pero si usted es de los segundos, ésta no es su película.

Nada habría sido posible sin una Demi Moore, bella hasta el extremo, absolutamente consciente tanto de eso como de su edad, y una Margaret Qualley consciente también de que está en el momento y la edad perfecta para desnudarse ante la cámara y triunfar. Lo sabe, lo reivindica, lo critica y lo hace. 

Sólo una cosa habría sido aún más retorcida en este relato de terror retorcido: que el papel de Demi Moore lo hubiera hecho la madre de Margaret Quaelly en la vida real, la también bellísima, la también estrella del pasado Andie MacDowell

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