
El escritor Fernando Aramburu durante la 83ª edición de la Feria del Libro de Madrid, a 1 de junio 2024 Europa Press
Aramburu y su nueva obra 'Hombre caído': "Los seres humanos tenemos más de una cara"
Hombre caído, la nueva colección de relatos cortos de Fernando Aramburu, ha aterrizado este marzo de la mano de Tusquets Editores
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Asegura el experimentado escritor Fernando Aramburu, quien empuña su boli para escribir desde tiempos mozos —concretamente desde que un profesor de su colegio le invitó a hacerlo en sus años escolares—, que el ser humano se maquilla, se arregla y se viste, ocultando su parte más oscura.
Aquí es donde entra en juego la nueva obra del escritor vasco, Hombre caído, una colección sosegada de relatos cortos brutalmente honestos sobre el ser humano y su parte más cruel. Una colección de cuentos para mayores que en ningún caso dejan al lector indiferente.
— Hombre caído aborda temas profundos como la muerte o el envejecimiento. Son relatos difíciles de leer. ¿Qué le lleva a escribir sobre cuestiones tan sensibles?
— Tiendo a escribir historias protagonizadas por seres normales y corrientes que no siempre están bien avenidos. Hay una cuestión que me ocupa y preocupa como escritor y es la dificultad que tiene el ser humano para establecer relaciones armónicas duraderas. De ahí que muchas de mis historias, ya sean largas o cortas, estén protagonizadas por matrimonios, por padres e hijos, por hermanos y también por vecinos.
— Los personajes que dibuja son brutalmente honestos…
— Hay una honestidad que viene condicionada por la situación narrativa y quien lea mis cuentos se dará cuenta de que muchos de ellos transcurren en ámbitos privados, por ejemplo, en las alcobas o en las habitaciones de hoteles. En espacios donde los protagonistas no necesitan de la diplomacia, ni de la hipocresía. Donde aflora el secreto humano personal que llevan dentro, donde se dicen las verdaderas de cada cual. De ahí un poco la naturaleza de conflictividad que tienen muchas de mis historias.
— Como en el relato Tercera mano, Rufo no sale de su habitación tras sufrir una desgracia…
— Efectivamente. O también en esos otros cuentos donde los matrimonios se ve que no son como cuando están fuera de casa y sonríen ante los demás. Esto tiene que ver con cierta idea que yo tengo del ser humano. Creo que tenemos facetas, que tenemos más de una cara. Una cara para ir al trabajo, otra para ir de vacaciones, otra para estar con los amigos. Pero después nos retiramos a nuestra soledad doméstica y estando delante del espejo es donde afloran las pulsiones, secretos y pequeñas miserias personales que la literatura permite describir.
— Alguno de los relatos plantea dilemas éticos, como en el caso de Dilema donde el protagonista tiene que decidir entre matar a un niño o a un anciano. ¿Qué intención tiene en estos casos? ¿Qué busca provocar en el lector? Tal vez, ¿una reflexión?
— Que un relato provoque reflexión me parece positiva. Ahora bien, tampoco me considero capaz de tutelar la disposición moral de nadie. Pero, claro, yo planteo cuestiones que procuro que sean cercanas a la persona que las lee. Cercanas en el sentido de que transmito historias que ocurren en lugares reconocibles —urbanas por lo general—, en nuestra época, y correcciones llevadas a cabo por personas que seguramente no son muy diferentes de quien lee. Esto rompe una barrera entre el texto y quien lo lee.
— Reitero que no es fácil leer sus relatos…
Quien lea mis relatos tiene pocas opciones para sentirse lejano como cuando puede ocurrir al leer una historia de extraterrestres o de monstruos inverosímiles, ¿no? Yo trato problemas directamente relacionados con la condición humana, por lo que esa membrana que pone a buen recaudo al lector se cae. Pienso que esto puede resultar a veces incómodo o puede dar lugar a reflexiones nacidas de la pregunta natural, ¿qué habría hecho yo en la misma situación, ¿no? ¿Cómo reaccionaría yo si me pasara esto?
— Dice que los personajes tienen más de una cara y que no se diferencian tanto del lector. En este sentido, ¿se podría decir que el lector tiene una parte cruel? ¿Nosotros mismos?
— Yo no conozco a los lectores personalmente, pero viven en la misma época que quien ha escrito los relatos y conoce noticias parecidas. Estas personas, los lectores, están igual de determinadas que yo por los condicionantes sociales, por tanto, no les estoy hablando de un mundo exótico, ni lejano en la historia, sino de relaciones humanas que probablemente ahora mismo son las más corrientes, ¿no? Y sí tengo la intuición de que la especie humana está particularmente dotada para el fingimiento, para la cortesía, para las fórmulas de amistad o para las ceremonias, entre otras.
— Entonces, ¿el ser humano finge?
El ser humano se maquilla, se peina, se arregla, se viste. Creo que en cierto modo oculta algo, oculta su núcleo humano donde están sus verdaderos sentimientos, sus opiniones, sus pareceres. Ahí es donde yo me encuentro con la ayuda de la literatura. Sacarlos fuera, ¿no? Hacerlos explícitos dentro de narraciones diversas.
— Intenta, tal vez, ¿reflejar la parte más incómoda del ser humano? ¿La que más nos cuesta reconocer?
— Sí, pero no de una manera generalizada. Es decir, yo recurro siempre a la selección de unos pocos especímenes humanos llamados personajes. Solo me centro en unos pocos. Son a los que trato de abrir como una nuez, sacarle su interioridad, sus contradicciones, sus pulsiones psicológicas y cualquier otro ingrediente propio de cualquier ciudadano de nuestra época.
— Trabaja con finales muy inesperados, como en Noche de pobres y Culo subido...
— El final de un cuento es fundamental. Es muy difícil que un cuento valioso no tenga un final adecuado, un final sorpresivo, que puede ser más o menos abierto, que cambie la idea que probablemente se había inoculado en los lectores. Un cuento es un texto que por regla general se escribe en estado de gracia, que no surge como una novela del diseño del trabajo continuado de la documentación. Entonces, si no se acierta en el final, es muy probable que un cuento no funcione, no guste y no esté logrado.

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— ¿De dónde surge su inspiración? ¿Parte de la imaginación? O, ¿hay experiencias reales suyas o de personas cercanas?
— Cuando se me va formando un cuento en la mente, no quiere decir que lo tenga completo. A menudo no tengo más que una imagen, una anécdota que me han contado o una pesadilla nocturna, entre otras posibilidades. Es decir, hay un suscitador del cual cabe la posibilidad que surja una historia completa. Este suscitador es muy aleatorio, puedo estar en la ducha o paseando, por ejemplo, y viene algo, una palabra, una imagen, un recuerdo; cualquier cosa que sirve de comienzo. De alguna manera es como una piedra que cae en un estanque y que tiene esa zona de impacto.
— No sé si hay algún relato con el que se haya sentido especialmente identificado… ¿Cuánto hay de usted en Hombre caído?
— Sí. No voy a decir de mi propia vida, pero sí hay situaciones que alguien me ha contado que le ha pasado o en las que me he visto implicado. Yo no he escrito exactamente las mismas circunstancias, sino que lo he plasmado con ciertas variaciones con las que he llegado a un cuento que sin esa experiencia personal no hubiera sido posible. En cierto sentido yo mismo sí estoy un poco desparramado en forma de fragmentos dentro de este libro y de cualquier otro.
— Dice, ¿experiencia personal?
— Hombre, uno tiene su corazoncito, no es de hielo. También es posible que, precisamente para liberarse de un peso interno, de una pena o de una preocupación, intente desazonarse o deliberar de la desazón objetivándola, es decir, convirtiéndola en un texto. Entonces, tengo la sensación de que me he liberado o he conseguido un alivio. Es decir, algo que me incomodaba, me preocupaba y me ponía triste, de alguna manera lo he sacado de mí al plasmarlo en un texto. Soy escritor, escribo textos, entonces ahí vuelco mucho de mi estado de ánimo con independencia de que los lectores lo perciban o no. No voy a negar que esto tiene un ingrediente aliviador. La pena o la preocupación sigue presente pero de alguna manera ya no la arrastro conmigo todo el tiempo.
— ¿Es para usted la escritura una forma de desconexión?
— Mi escritura está muy apegada a la vida por lo que en mi caso no hay gran desconexión a pesar de que pueda liberarme de un peso interno. He escrito mucho sobre el tema vasco y sobre relaciones personales. Escribo sobre la vida y fundamentalmente sobre la condición humana. Sobre cómo funciona el ser humano en una época y en un lugar determinados. Entonces, cuando escribo, no tengo la sensación de que esté dándole la espalda a la vida.
Además, la escritura llena y le da un sentido a mi vida. Yo decidí muy pronto que la faceta de escritor sería preponderante en mi vida. Mi vocación viene de antiguo, me he dedicado a ella y seguiré dedicándome a ella mientras no me falle la salud o no me fallen otras cosas importantes en la vida.
Entonces, yo tengo esta tendencia a mezclar escritura y vida hasta el extremo de que, a veces, tengo la sensación de que vivo del modo literatura. Es decir, que también cuando no escribo, estoy con la antena puesta a la busca de escenas, conversaciones, rostros o anécdotas que me pudieran ser útiles para un texto.
— ¿Tiene algún ritual a la hora de escribir?
Sí, llevo una vida de escritor muy ritualizada. Repito actos y horarios todos los días. De esta manera me mantengo productivo. A mí, cualquier ruptura de la rutina, cualquier excepción en la cotidianidad, me incomoda. En cierto modo, no termino de ser productivo en condiciones excepcionales. Por ejemplo, si viajo o no me encuentro en mi lugar habitual de trabajo, tengo un poco una vena como de monje literario. No es algo que me haya impuesto, sino porque me he dado cuenta de que es la mejor manera que tengo de producir textos.